Capítulo 3

287 17 4
                                    

Ada

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Ada

No entiendo la razón por la cual mi corazón martillea con tanta fuerza que por un momento creo estar sufriendo un infarto, estoy agitada. Siento mi piel ardiendo con ese deseo que me sube por la espina dorsal y termina en la parte baja de mi vientre.

Tengo que obligarme a tomar una bocanada de aire, en serio lo hago pero fallo, mi boca se seca con solo mirarlo, todo lo que siento es demasiado y me cuesta recuperar el aliento.

<<Tiene que ser una jodida broma, ¿por qué me siento así?>> me repito a mí misma, sonando desesperada.

Simplemente no entiendo porque siento esta emoción que me sacude hasta la última fibra del cuerpo. Se me contraen las extremidades con esa corriente lujuriosa que me palpita en la piel. Lo observo fijo, la mirada puesta específicamente en sus labios entreabiertos y no hago más que pasar saliva por las imágenes obscenas que proyecta mi mente.

Son detalladas, explícitas, que por un momento dudo de que solo sean simples fantasías, no me convenzo que crear algo tan complejo pueda ser demasiado sencillo y en cuestión de segundos, ya que estás fantasías son esclarecidas en su completa totalidad.

Las imágenes sin censura que mi mente proyecta me dejan con el aire atascado en los pulmones, tengo que apretar los muslos con fuerza para no sentir el cosquilleo que me moja las bragas de una manera indebida y hace que quiera morir de vergüenza con el calor que sube a mis mejillas.

La cara me arde, puedo asegurar que mis mejillas han adquirido un tono carmesí que fácil me delata los pensamientos sucios.

Él no ha dejado de repararme desde el momento en que llegué, lo tengo muy presente porque inexplicablemente me encuentro haciendo lo mismo, debería decirle que deje de hacerlo porque siento que voy a desmayarme por la jodida intensidad de nuestras miradas, pero me quedo callada.

Mi pulso se acelera sin contención alguna, mis piernas tiemblan con los espasmos que resurgen sin dar aviso y apuesto que si estuviera de pie, el suelo sería demasiado cómodo.

No es nada de lo que imaginaba, es completamente diferente a mi esposo, podría jurar que ni siquiera parecen hermanos, salvo por los ojos azules que ambos poseen, aunque los de Ryan son de un tono más sutil, demasiado claro, parecidos al hielo; penetrantes, que consumen, me congelan y me siento cohibida como nunca me he sentido con nadie en mi vida.

Este hombre parece sacado de una película de motociclistas de los ochenta, tiene el cabello de un tono negro azabache; largo y alborotado, que va a juego con la chaqueta de cuero que le ciñe los bíceps. Algunos mechones rebeldes le obstruyen la vista y contrastan con su piel pálida, pero es perfecto. Sus pómulos están ligeramente marcados, tiene la mandíbula contorneada, una barba incipiente que resalta la línea de su quijada, cejas pobladas, los labios de tamaño normal, la sonrisa más hermosa que he visto nunca.

La Noche Que Nunca ExistióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora