30 de Septiembre, 2018Ryan
El avión aterrizó hace más de una hora en la ciudad que me vió crecer, Nueva York, o como muchos la conocen, La Gran Manzana. Es la metrópolis más grande del mundo y según diversos datos: la ciudad más poblada de Estados Unidos. Aunque ni siquiera eso sirve para sacudir el sentimiento de soledad que se allana en mi pecho cada vez que estoy aquí.
Es jodidamente agotador sentirse vacío, incluso con millones de personas a tu alrededor.
No he sido capaz de rellenar los huecos que yacen en mi interior. De cerrar esas heridas que todavía siguen sangrando. Pero tampoco importa mucho, en algún momento de nuestras vidas tenemos que aprender a aceptar la cruda realidad.
Aceptar que no todos estamos destinados a ser felices y a encontrar a nuestra alma gemela, tal y como lo pintan en los libros de fantasía o las películas románticas que te aseguran una eternidad llena de dicha.
E incluso si encontramos a esa persona, nada nos asegura que la vida no nos arrebatará a quien más amamos...
Cambiando de tema, a uno que no es tan melancólico y menos depresivo, voy tarde gracias al tráfico que caracteriza a esta ciudad la mayor parte del tiempo. Pero no puedo hacer nada para llegar a tiempo a la despedida de soltero de mi hermano menor, Connor Holland. Se estará celebrando en uno de los muchos hoteles de mis padres. La invitación que llegó a mi email decía a las ocho de la noche en punto.
Y ya pasan de las diez.
Voy con dos horas de retraso y estoy seguro de que mi madre me querrá asesinar en cuanto me vea, aunque puede que el hecho de volver a verme después de tantos años le altere más. Ella no tolera las tardanzas, pero hasta este punto sé que tampoco me tolera a mí, o lo que hago.
Dejando escapar un suspiro frustración mientras me masajeo las sienes, le pido al taxista que acelere.
—Señor, los coches no se mueven —me contesta estresado y me abstengo de hacer otro comentario.
Entiendo que no es culpa suya que haya tenido la cabeza en otro lado y me equivocado de horario. Por accidente programé el vuelo de la tarde. Aunque ahora también comienzo a cuestionarme si en realidad fue una accidente o sólo era mi subconsciente tratando de no regresar a esta ciudad que me trae recuerdos que están mejor enterrados.
Me recargo en el respaldo del asiento trasero y miro la argolla de oro que yace en mi dedo desde hace seis años y, que después de tanto tiempo todavía no he podido deshacerme de ella. Expulso el aire retenido en mis pulmones, permitiéndole a mi mente traer los recuerdos que he luchado por olvidar pero que inevitablemente regresan por el simple hecho de estar de vuelta en esta ciudad a la que jamás debí volver, no cuando sé lo mucho que me cuesta estar aquí.
Después de una hora y quince minutos, por fin arribo al hotel de mi familia y me adentro a la fiesta o más bien despedida de soltero, respirando el tortuoso aroma de elegancia que desprende cada rincón, los pisos y las paredes marmoladas en blanco, los miles de accesorios innecesarios colgados en la pared, una gran fachada como lo es mi familia.
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La Noche Que Nunca Existió
RomanceUna sola noche es suficiente para que todo cambie, y nada más vuelva a ser igual. Dos destinos se cruzan por accidente, y un error aparentemente inocente los une, desencadenando consecuencias que ninguno de los dos pudo prever. Ada es una mujer con...