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Cuauhtémoc

Tres años después

—Espera —dijo Temo, inclinándose con entusiasmo—. Espera, lo tengo. Sly se vuelve hacia Faolán y le dice: 'La diferencia es que, si hubieras sido tú el que estuviera ahí, le habría arrancado la maldita cabeza'. Y entonces terminamos ahí. Esas dos últimas líneas no son necesarias.

Estaba sentado con las piernas cruzadas en el suelo del despacho de Mateo, con las páginas extendidas a su alrededor y la pared detrás de él está lleno de post-it. Una especie de caos organizado que sólo él y Mateo entendían perfectamente. En el otro extremo de la habitación, Mateo se paseaba frente a la ventana. O estuvo. Se había detenido cuando Temo empezó a hablar y ahora estaba inmóvil, con una lenta sonrisa en la comisura de los labios.

—Sí —dijo Mateo, regresando a su escritorio y dejándose caer en su silla, cogiendo su laptop para realizar el cambio—. Sí, eso es. Perfecto. Joder, ojalá hubiéramos pensado en eso hace una hora.

Temo miró el reloj de la pared -se acercaban las nueve- y agarró otro trozo de pizza.

—Nos habría ahorrado algo de tiempo —convino, dando un mordisco—. Pero lo logramos.

Volviendo a sentarse en su silla, Mateo cruzó las manos detrás de la cabeza y miró la pantalla de su laptop con satisfacción. Como siempre, la mirada de Temo se centró en el punto en el que su camisa se extendía sobre su amplio y tonificado pecho y los botones tiraban ligeramente, revelando una franja de piel debajo.

Sintiéndose culpable, apartó la mirada.

A pesar de sus esfuerzos, no podía dominar su obsesión adolescente por el cuerpo de su jefe, ni siquiera después de tres largos años de trabajar para él. Ni siquiera podía llamarlo enamoramiento, no realmente. Cuando se trataba del tipo de relación que Temo quería, Mateo no era una opción. Definitivamente él no era material para novio. No, era lujuria, pura y simple. Una respuesta física que no tenía nada que ver con el corazón de Temo y todo que ver con algo más rebelde.

Y era muy embarazoso. Aunque por suerte Mateo parecía no darse cuenta.

—Sí, creo que lo tenemos —anunció Mateo, asintiendo para sí mismo—. Eso se ve bien. Podemos dejarlo ahí por hoy.

—¿De verdad? —Temo le miró sorprendido; estas sesiones solían prolongarse mucho más tarde. De hecho, contaba con eso esta noche.

—Sí, —dijo Mateo—, deberías ir a casa. Podemos trabajar en la escena final mañana.

—No me importa quedarme —Le dio un empujón a la caja de pizza hacia a Mateo—. Todavía queda algo.

Pero Mateo puso ambas manos sobre su escritorio y se levantó.

—Agradezco la oferta, pero en realidad tengo que irme. He quedado con mi hermano para tomar algo en... —Miró su reloj e hizo una mueca—. Mierda, en diez minutos.

Ignorando la decepción, Temo buscó su teléfono.

—Te conseguiré un Uber, entonces.

—Gracias —Mateo cerró el laptop y cogió su bolso—. Quedamos en el Bat and Belfry —Dudó, y luego añadió—: Eres bienvenido a unirte a nosotros, si quieres.

—No, debo regresar —dijo Temo porque eso era lo que siempre decía. Porque eso es lo que Mateo esperaba que dijera. Desde el primer día, había un acuerdo tácito entre ellos de que no relacionarse fuera del trabajo. Nunca lo habían acordado explícitamente, pero estaba ahí de todos modos, era un límite invisible pero claro. Temo esbozó una sonrisa que en realidad no sentía—. Saluda a Aryan de mi parte.

total control creativo | matemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora