Capítulo IV

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-¡Soy un caso perdido! -se lamentó Jungwon.

-No, no, lo estás haciendo muy bien-mentí.

Llevaba más de una semana dándole clases de piano a diario, y lo cierto es que daba la impresión de que lo hacía cada vez peor. ¡Por Dios, si aún estábamos practicando escalas! Falló una nota más, y yo no pude evitar hacer una mueca.

-¡Pero si no hay más que verme! -exclamó-. Lo hago fatal. Lo mismo
daría que tocara con los codos.

-Deberíamos probarlo. A lo mejor con los codos funciona mejor.

-Me rindo -dijo con un suspiro-. Lo siento, Sunghoon, has tenido mucha paciencia conmigo, pero odio oírme tocar así. Suena como si el piano estuviera enfermo.

-De hecho, suena más bien como si estuviera agonizando.

Jungwon se echó a reír, y yo con el. Cuando me había pedido que le diera
clases, poco podía imaginarme que supondría aquella tortura para los oídos.

Dolorosa, pero, eso sí, divertida.

-¿No se te dará mejor el violín? El violín tiene un sonido precioso -sugerí.

-No lo creo. Con la suerte que tengo, lo destrozaría -dijo. Se puso en pie y
se dirigió hacia mi escritorio, donde estaban los papeles que se suponía que teníamos que leer, apartados en un extremo.

Mis donceles, nos habían traído té y galletitas.

-Bueno, tampoco pasaría nada. Ese violín es de palacio. Podrías tirárselo a Sunoo a la cabeza, si quisieras.

-No me tientes -repuso el, sirviendo el té-. Voy a echarte de menos, Sunghoon; no sé lo que haré cuando no podamos vernos cada día.

-Bueno, Jake está muy indeciso, así que de momento no tienes que preocuparte por eso.

-No lo sé -contestó, poniéndose serio de pronto-. No es que lo haya dicho directamente, pero yo sé que estoy aquí porque le gusto al público. Ahora que la mayoría de los chicos se han ido, la opinión pública no tardará mucho en cambiar, y cuando tengan otro favorito, me mandará a casa.

Tenía que medir mis palabras, aunque esperaba que me explicara el motivo
de la distancia que había puesto entre ellos dos, pero no quería que se cerrara de nuevo.

-¿Y tú lo llevas bien? Lo de renunciar a Jake, quiero decir.

Él se encogió de hombros.

-No estamos hechos el uno para el otro. No me importa quedarme fuera del concurso, pero la verdad es que no quiero marcharme. Además, no querría acabar con un hombre que está enamorado de otra persona.

Me puse tenso de pronto.

-¿Y de quién...?

La mirada que tenía Jungwon en los ojos era de triunfo, y la sonrisa que
ocultaba tras su taza de té decía: «¡Te atrapé!».

Y lo había hecho.

De pronto me di cuenta de que la idea de que Jake pudiera estar enamorado de otro me ponía tan celoso que no podía soportarlo. Y al momento, al comprender que Jungwon estaba hablando de mí, me sentí infinitamente más tranquilo.

Había levantado un muro tras otro, burlándome de Jake y alabando los
méritos de los otros chicos, pero era evidente que Jungwon había sabido leer entre líneas.

-¿Por qué no has acabado ya con esto, Sunghoon? -me preguntó, con dulzura-. Sabes que te quiere.

-Eso nunca lo ha dicho -le aseguré, y era cierto.

-Claro que no -constató, como si fuera tan obvio-. Está intentando conquistarte con todas sus fuerzas, y cada vez que se te acerca tú te lo quitas de encima. ¿Por qué?

¿Cómo iba a decírselo? ¿Cómo iba a confesarle que, aunque mis sentimientos por Jake iban volviéndose cada vez más profundos (más de lo que yo pensaba, parecía), había alguien más a quien no podía quitarme de la cabeza?

-Supongo... que no estoy seguro-dije.

Confiaba en Jungwon; de verdad. Pero era más seguro para los dos que no lo supiera.

Él asintió.

Daba la impresión de que se daba cuenta de que había algo más, pero no me presionó. Fue casi reconfortante, esa aceptación mutua de nuestros
secretos.

-Encuentra el modo de decidirte. El hecho de que no esté hecho para mí no quiere decir que Jake no sea un tipo estupendo. Odiaría que lo perdieras por puro miedo.

Una vez más tenía razón. Tenía miedo. Miedo de que los sentimientos de Jake no fueran todo lo genuinos que parecían, miedo de lo que significaría para mí ser príncipe, miedo de perder a Heeseung.

-Hablando de algo más banal -dijo Jungwon por fin, dejando la taza de té en el plato-, toda esa charla de ayer sobre bodas me hizo pensar en algo.

-¿Sí?

-¿Querrías ser..., bueno, ya sabes..., mi caballero de honor? Quiero decir, si me caso algún día.

-Oh, Jungwon, claro, me encantaría. ¿Y tú serías el mío? -le pregunté,
tendiéndole las manos, que el tomó, feliz.

-Pero tú tienes hermanos. ¿No les sentaría mal?

-Lo entenderán. ¿Lo harás? ¡Por favor!

-¡Claro que sí! No me perdería tu boda por nada del mundo -dijo, dando por sentado que mi boda sería el acontecimiento del siglo.

-Prométeme que, aunque me case con un Ocho miserable en un callejón
perdido, estarás ahí.

El me miró con incredulidad, como si estuviera seguro de que eso no
pasaría nunca.

-Aunque sea así. Lo prometo.

No me pidió que le hiciera una promesa del mismo estilo, por lo que, una vez más, me pregunté si no habría otro Cuatro esperándolo en su casa. Pero no quería presionar Estaba claro que los dos guardábamos secretos; pero Jungwon era mi mejor amigo, y habría hecho cualquier cosa por el.

Aquella noche esperaba pasar un rato con Jake. Jungwon había hecho que
me cuestionara muchas de mis acciones. Y de mis pensamientos. Y de mis sentimientos.

Tras la cena, cuando nos pusimos en pie para salir del comedor, crucé una
mirada con Jake y me tiré de la oreja. Era nuestra señal secreta para indicar que queríamos vernos, y raramente nos negábamos. Pero esa noche él respondió con un gesto de disculpa y articuló la palabra «trabajo» . Puse mi cara de decepción y me despedí con un mínimo movimiento de la mano. Quizá fuera lo mejor. La verdad era que necesitaba pensar unas cuantas
cosas con respecto a él.

Cuando giré la esquina y llegué a mi habitación, Heeseung estaba allí de nuevo, de guardia.

Me miró de arriba abajo, admirando el ceñido traje verde que resaltaba de un modo asombroso. Sin decir palabra, pasé por delante de él. Antes de que pudiera poner la mano en el pomo de la puerta, me rozó suavemente la piel del brazo. Fue un contacto breve, y sentí aquella necesidad, el anhelo que Heeseung solía despertar en mí. Solo con mirar sus ojos, ansiosos y profundos, las rodillas empezaron a temblarme.

Entré en mi habitación lo más rápido que pude, torturado por aquella sensación. Afortunadamente, apenas tuve tiempo de pensar en los sentimientos que me despertaba, porque en el momento en que se cerró la puerta aparecieron mis donceles, dispuestos a prepararme para ir a dormir.

Mientras parloteaban y me cepillaban el pelo, intenté vaciar la mente de cualquier pensamiento. Era imposible. Tenía que escoger.

Heeseung o Jake.

Pero ¡¿cómo iba a decidirme entre las dos posibilidades?! ¿Cómo iba a tomar
una decisión que, en cualquier caso, en parte me destrozaría? Me consolé
pensando que aún tenía tiempo. Aún tenía tiempo.

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