Capítulo III

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Las anchas puertas de mi balcón estaban abiertas, al igual que las que daban al pasillo, y la habitación se llenó del cálido y dulce aire procedente de los jardines.

Esperaba que la suave brisa me animara, ante la gran cantidad de trabajo que tenía por delante. Pero solo me sirvió para distraerme y hacerme desear estar en cualquier otro sitio que no fuera allí, anclado a mi escritorio. Suspiré y me apoyé en el respaldo de la silla, dejando caer la cabeza hacia atrás.

-Wooyoung.

-¿Sí, señorito? -respondió mi primer doncel, desde el rincón donde
estaba cosiendo. Sin mirar, supe que Baek y Niki, mis otros dos donceles,
habían levantado la vista, esperando la ocasión de poder atenderme.

-Te ordeno que me digas qué te parece que puede significar este informe -dije, señalando con desgana un listado detallado de datos estadísticos militares que tenía delante.

Era una tarea pensada como prueba para todos los chicos de la Élite, pero yo no podía concentrarme. Mis tres sirvientes se rieron, probablemente por lo ridículo de mi orden, y por
el simple hecho de que accediera a darles órdenes por fin. Desde luego, los dotes de mando no eran uno de mis puntos fuertes.

-Lo siento, señorito, pero creo que eso se escapa a mis competencias -
respondió Wooyoung.

Aunque yo lo había dicho a modo de broma y su respuesta tenía el mismo
tono jocoso, pude detectar un matiz de disculpa en su voz por no poder
ayudarme.

-Está bien -dije, resignado, irguiendo la espalda-. Tendré que hacerlo yo solo. Son un puñado de inútiles -bromeé-. Mañana pediré nuevos sirvientes. Y esta vez va en serio.

Todos soltaron unas risitas de nuevo, y me concentré en los números. Tenía la impresión de que era un mal informe, pero no podía estar seguro.

Releí párrafos y gráficas, frunciendo el ceño y mordiendo el lápiz mientras intentaba concentrarme. Oí que Niki se reía disimuladamente, y levanté la cabeza para ver qué era lo que tanto le divertía. Seguí sus ojos hasta la puerta y, allí, apoyado contra el
marco, estaba Jake.

-¡Me has delatado! -se quejó, dirigiéndose a Niki, que seguía con su risita traviesa.

Eché la silla atrás y me lancé a sus brazos.

-¡Me has leído la mente!

-¿Ah, sí?

-Por favor, dime que podemos salir. Aunque solo sea un ratito.

Él sonrió.

-Tengo veinte minutos. Luego debo volver.

Tiré de él hacia el pasillo, entre el parloteo emocionado de mis donceles. Estaba claro que los jardines se habían convertido en nuestro lugar de encuentro preferido. Prácticamente cada vez que teníamos ocasión de estar solos, íbamos allí.

Era todo lo contrario a mis encuentros con Heeseung, escondidos en la minúscula casita del árbol de mi patio trasero, el único lugar donde podíamos estar juntos sin que nos vieran. De pronto me pregunté si estaría por ahí, oculto entre los numerosos guardias del palacio, observando mientras Jake me cogía
de la mano.

-¿Qué es esto? -preguntó él, acariciándome la punta de los dedos al caminar.

-Callos. Son de presionar las cuerdas del violín durante cuatro horas al día.

-No me había dado cuenta hasta ahora.

-¿Te molestan? -De los seis chicos que quedaban yo era de la casta más baja, y dudaba que algo de ellos tuviera unas manos como las mías.

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