Capítulo VII

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Todos los chicos estábamos en línea, en el enorme vestíbulo del palacio, y yo no paraba de dar golpecitos sobre las puntas de los pies.

-Mister Sunghoon-susurró Jihyo, y no hizo falta más para que me diera
cuenta de que mi comportamiento era inaceptable. Como tutora principal de la Selección, ella se tomaba todas nuestras acciones muy personales.

Intenté controlarme. Envidiaba a Jihyo y al personal de palacio, incluido el puñado de guardias que se movían por aquel espacio, aunque solo fuera porque a ellos se les permitía caminar. Si hubiera podido hacerlo yo también, estaría
mucho más tranquilo.

A lo mejor si Jake estuviera allí la situación sería más soportable. O quizá me habría puesto aún más nervioso. Seguía sin poder entender por qué; después de todo, no había podido encontrar tiempo para pasarlo conmigo últimamente.

-¡Aquí están! -dijo alguien al otro lado de las puertas de palacio. Yo no era el único que no podía contener mi alegría.

-Muy bien, señoritos -anunció Jihyo-, ¡quiero un comportamiento
exquisito! Criadas y donceles contra la pared, por favor.

Intentábamos ser los jovencitos encantadores y graciosos que Jihyo quería que fuéramos, pero en el momento en que entraron los padres de Hanbin y Jungwon por la puerta, todo se vino abajo. Sabía que ambos eran todavía unos niños, y era
evidente que sus padres las echaban demasiado de menos como para mantener las formas.

Entraron corriendo y gritando, y Jungwon abandonó la formación sin
pensárselo un momento.

Los padres de Sunoo mantenían mejor la compostura, aunque resultaba evidente que estaban encantados de ver a su hijo. Él también rompió filas, pero de un modo mucho más civilizado que Jungwon. A los padres de Renjun y de Hyunjin ni siquiera los vi, porque de pronto apareció como un rayo una figura bajita con una melena negra y mirada ansiosa.

-¡Lena!

Ella me oyó, vio que agitaba el brazo y vino corriendo a mi encuentro, con
papá y mamá tras ella. Me arrodillé en el suelo y la abracé.

-¡Sung! ¡No me lo puedo creer! -exclamó, con un tono entre la
admiración y la envidia-. ¡Estás precioso!

Yo no podía ni hablar. Casi no podía ni verla, por la cantidad de lágrimas que me cubrían los ojos. Un momento más tarde sentí el abrazo firme de mi padre envolviéndonos a los dos.

Luego mamá, abandonando su habitual recato, se unió a nosotros, y nos cerramos en una pequeña montaña sobre el suelo de palacio.

Oí un suspiro. Seguro que era de Jihyo, pero en aquel momento no me
importaba.

-Estoy tan contento de que hayan venido... -dije por fin cuando recobré el aliento.

-Nosotros también, pequeño. No te imaginas lo mucho que te hemos echado de menos -dijo papá, y sentí el beso que me dio en la cabeza.

Me giré para poder abrazarlo mejor. Hasta aquel momento no me había dado cuenta de lo mucho que necesitaba verlos. Abracé a mi madre. Me sorprendía que estuviera tan callada. No me podía creer que aún no me hubiera pedido un informe detallado de mis progresos con Jake. Pero cuando la solté, vi las lágrimas en sus ojos.

-Estás precioso, cariño. Pareces un príncipe.

Sonreí. Era un alivio que por una vez no me cuestionara ni me diera
instrucciones. En aquel momento, simplemente estaba contento, y eso me llenaba de felicidad. Porque yo también lo estaba.

Observé que los ojos de Lena se posaban en algo a mis espaldas.

-Ahí está -dijo ella, en un susurro.

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