Capítulo X

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Me revolví y grité durante todo el trayecto de vuelta. Los guardias tuvieron que agarrarme con tal fuerza que sabía que quedaría cubierto de cardenales, pero no me importaba. Tenía que luchar.

¿Dónde está su habitación? —Oí que preguntaba uno, y al girarme vi una sirvienta que caminaba por el pasillo. No la reconocí, pero era evidente que ella a mí sí. 

Indicó a los guardias el camino a mi cuarto. Oí que mis donceles protestaban todo el rato por cómo me estaban tratando.

Cálmese, señorito; esos no son modos para un caballero —protestó un guardia mientras me tiraban sobre la cama.

¡Salgan de mi habitación ahora mismo! —grité. 

Mis donceles, todos ellos con los ojos llenos de lágrimas, acudieron corriendo. Baekhyun intentó limpiarme el traje, que se había llenado de tierra al caerme, pero yo me lo quité de encima de un manotazo. Ellos lo sabían. Lo sabían, y no me habían advertido. 

¡Ustedes también! —les grité—. ¡Quiero que salgan de aquí! ¡Ahora mismo! 

Ellos se echaron atrás al oír aquello, y los temblores que agitaban a Niki de la cabeza a los pies me hicieron lamentar haber sido tan brusco. Pero necesitaba estar solo. 

—Lo sentimos, señorito —dijo Wooyoung, al tiempo que se llevaba a los otros dos. Ellos sabían lo mucho que me importaba Jungwon.

Jungwoon... 

Vayanse —murmuré, dándome media vuelta y hundiendo la cara en la almohada. 

Cuando oí que se cerraba la puerta, me quité el zapato que me quedaba y me acomodé en la cama. Por fin tenían sentido tantas y tantas cosas. De modo que aquel era el secreto que tanto le costaba compartir conmigo. No quería quedarse porque no estaba enamorado de Jake, pero no quería irse y alejarse de Jay. 

Todo encajaba: por qué había decidido situarse en determinados lugares o por qué se quedaba mirando hacia las puertas. Era por Jay, que estaba allí. El día en que vinieron el rey y la reina de Swendway, y el se había negado a apartarse del sol... Jay. Era a Jungwon al que esperaba cuando me topé con él al salir del baño. Siempre él, manteniéndose cerca en silencio, quizá buscando un beso furtivo aquí y allá, esperando la ocasión de estar juntos. 

¿Hasta qué punto debía de quererle el, para dejarse llevar así, para arriesgarse tanto? ¿Cómo podía ser que pasara algo así? Parecía imposible. Sabía que debía ser castigado, pero que le ocurriera a Jungwon..., quedarme sin el de esa manera... No podía entenderlo.

Sentí un nudo en el estómago. Podría haberme pasado a mí. Si Heeseung y yo no hubiéramos tenido cuidado, si alguien hubiera oído nuestra conversación en la pista de baile la noche anterior, aquello podría estar pasándonos a nosotros. ¿Volvería a ver a Jungwon? ¿Adónde lo enviarían? ¿Podrían seguir viéndolo sus padres? No sabía de qué casta era Jay antes de convertirse en un Dos al ingresar en la guardia, pero supuse que sería un Siete. La vida de un Siete era dura, pero desde luego la de un Ocho era mucho peor. No podía creerme que ahora Jungwon fuera un Ocho. Aquello no podía ser. ¿Podría volver a usar las manos? ¿Cuánto tardarían en curarse las heridas? ¿Y Jongseong? ¿Podría incluso volver a caminar después de aquello?

Podría haber sido Heeseung. Podría haber sido yo. Me sentía fatal. Por una parte, me embargaba una cruel sensación de alivio por no ser yo el afectado; sin embargo, por otra, aquello me hacía sentir tan culpable que me costaba respirar. Era una persona odiosa, un amigo terrible. Estaba avergonzado. Lo único que podía hacer era llorar. 

Me pasé la mañana y gran parte de la tarde hecha un ovillo en mi cama. Mis donceles me trajeron el almuerzo, pero yo no podía ni tocarlo. Afortunadamente no insistieron en quedarse, y me dejaron solo con mi tristeza. No encontraba consuelo. Cuanto más pensaba en lo sucedido, peor me sentía. No podía sacarme de la cabeza el sonido de los gritos de Jungwon. Me pregunté si conseguiría olvidarlo algún día.

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