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—¡Ese trozo era mío, bola de manteca!

El fuerte resuello a su costado, lo hizo despertar de golpe.

Con los brazos cruzados sobre la mesa, Shikamaru Nara alzó la cabeza y sus ojos antaño cerrados se entreabrieron para mirar la peculiar -más no nueva- rencilla que se suscitaba en la mesa.

Ino se había levantado de pronto para dar de palmadas en la espalda de un apenado Chouji Akimichi, quien, sonrojado, trataba fallidamente de limpiar con la servilleta los restos de salsa escurriendo de su barbilla, mismos que delataban abiertamente su infinita glotonería.

—Que fastidio— Murmuró el Nara, ahogando un bostezo contra su mano para mirar alrededor y darse cuenta de que eran el centro de las miradas dentro del restaurante.

El por qué había accedido a ir a comer a Barbacoa Q en un día como ese, cuando lo que más le apetecía era tomar una siesta de todo el día, figuraba casi como un misterio.

Lo cierto era que acababan de volver de una misión de rango inferior, completada exitosamente y dentro del límite de días estipulados. El informe en orden había sido entregado a su vez a la Hokage y el grupo había quedado de nuevo exento de misiones hasta nuevo aviso.

Aquello debería ser motivo de alegría. Sin embargo, no lo era. Pronto se cumpliría un mes de la muerte de Asuma. Un mes de interminable desdicha y dolo.

Lo que Shikamaru pretendía lograr al unirse a esa salida grupal era dejar en claro que se encontraba bien emocionalmente hablando.

Que si, que la muerte de su Sensei lo había destrozado de una manera sin igual, pero, la vida seguía, ¿Que no?

Eso le habían recalcado hasta el hartazgo, y con el paso de los días, Shikamaru al fin había comprendido que nadie a su alrededor era capaz de entender el auténtico grado de dolor que conlleva perder a una persona tan cercana de la que había aprendido tanto.

Más que su mentor, Asuma había sido su compañero, su guía en su camino como ninja. Le había enseñado la importancia del trabajo en equipo, había identificado, valorado y aplaudido cada una de sus capacidades, le había brindado múltiples consejos y enseñanzas. Se había vuelto un buen contrincante en el shogi, y lo había escuchado todas las veces que Shikamaru quiso renunciar a su sueño al ver el difícil sendero que se extendía frente a él en su porvenir.

—Ya es suficiente, Ino— suspiró, levantándose para sujetar con firmeza las delgadas muñecas y frenar así la lluvia de golpes, sino potentes, al menos si molestos, sobre la espalda de su mejor amigo.

De inmediato, Ino le dedicó una mirada de reproche, zafandose agilmente de su agarre para proceder a golpearlo a él, hasta que la escurridiza sombra apresó sus tobillos y la inmovilizó en su sitio.

—Solo intenta tranquilizarte, Ino ¿Quieres?— alzó una ceja al vislumbrar el enojo danzando en los irises azules de la Yamanaka. Chouji le agradeció una y otra vez mientras seguía comiendo el resto de aperitivos que el mesero acababa de dejar en la mesa.

Intercalando su mirada entre uno y otra, Shikamaru solo atinó a suspirar, relajando los hombros pero sin llegar a deshacer su posición de manos.

Era un fastidio tener a aquel par de compañeros, aunque en el fondo reconocía que no los cambiaría por ningún otro.

*

Su estado de ánimo aquellos sucesivos días grises tras el primer mes de la muerte de Asuma, no era el mejor.

Shikamaru había intentado armar una rutina medianamente conveniente para despistar a sus padres y sus compañeros de su verdadero estado anímico.

Lo que más había odiado desde la muerte de Asuma, fueron las desgarradoras frases de aliento que todos le dedicaban, sin darse cuenta de que por dentro se estaba muriendo. Sufría, no solamente por haber perdido a su mentor, sino porque sentía culpa de ello. Si hubiera estado a su lado, si hubiera podido vencer a Hidan entonces, nada irreparable habría ocurrido.

Asuma siempre procuraba destacar sus habilidades, pero después de su muerte, Shikamaru no había hecho más que repetirse sus múltiples errores.

Era holgazán, cobarde, carecía de estímulos externos para enfocarse en una meta concreta, tendía a ser pesimista por naturaleza, casi fatalista si se detenía a pormenorizar las estadísticas exactas de las situaciones. No gustaba de relacionarse, ni de esforzarse. Todo le tenía sin cuidado. Y ahora un tanto más.

Esa mañana hizo su rutina como a diario. Se levantó, tarde pero lo hizo, tomó un baño y desayunó, después vino un corto y decisivo juego de shogi con su padre antes de poder partir rumbo a la torre Hokage por su listado con las próximas misiones.

Al verse libre de obligaciones, Shikamaru había acudido al cementerio para depositar un ramo de flores que había comprado al paso en la floristería de los Yamanaka, agradeciendo en su fuero interno que por esta vez Ino tuviera el suficiente recato para no cuestionarle nada. No obstante habían acordado en cenar juntos en grupo como de costumbre.

Su rutina aquel día no varió mucho. Salvo que, por la noche, al presentarse a Ichiraku, Ino era la única esperándole sentada frente a la barra.

—¿Chouji?— preguntó al acercarse a Ino.

—Problemas intestinales— exhaló Ino, palmeando el banquillo a su lado, apremiandole a sentarse. Shikamaru lo hizo en el acto, tratando infructuosamente no divagar en el pasado.

La herida abierta en su pecho, ocasionada por la muerte de Asuma, dolía tanto como el primer día.

Aunque ordenó un plato de ramen, apenas si lo probó. Ino había parloteado todo el tiempo, acaparando toda la charla, cosa que el Nara había agradecido discretamente.

Apoyando la mejilla sobre la palma de su mano y, casi sin darse cuenta, había empezado a cabecear, ya era tarde y tenía sueño.

—Y la frentona de Sakura...

—Pero si es el niño llorón.

Shikamaru reaccionó ante aquel tono femenino, ligeramente más grave que el de su compañera.

—Temari— saludó sin ocultar su desgano. Si había algo peor en la vida que tener que lidiar con una mujer, eso era, tener que lidiar con dos. —Qué problemático— siseó a la nada, hundiendo el rostro entre sus brazos.

Intenciones ocultas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora