Capítulo III

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Levi Ackerman nació en la ciudad de Versalles, Francia. Su madre, Kuchel, se dedicó al patinaje artístico en su juventud, pero lo dejó una vez que se casó para enfocarse de lleno en su nueva familia.

Desde muy pequeño, siempre se destacó por su inteligencia y la astucia al momento de hacer las cosas, y eso se vio reflejado durante su tiempo en el jardín, donde sorprendió incluso a su maestra por lo rápido que solía aprender.

Era el más grande orgullo de su padre, Hendrick. Este, siendo preparador físico de un importante equipo de fútbol y a pesar de estar la mayor parte del tiempo ocupado, se daba modos para sacarlo a pasear, jugar con él y, junto a su esposa, pasar momentos amenos recorriendo las calles de la ciudad.

Al ser una familia de la clase media, gozaban de lo lujos necesarios para tener una vida digna, pero lo más importante para ellos no era las cosas materiales, sino la felicidad de tenerse el uno al otro, compartir anécdotas y reírse de los tantos momentos que así lo ameritaban.

No pedían nada más que continuar con la vida que llevaban, pero no siempre las cosas resultan como uno quiere.

En uno de esos días, cuando Levi tenía 7 años, estaba en el negocio de Kuchel luego de la jornada de escuela. El cielo se encontraba parcialmente nublado, pero no hizo el mayor caso y continuó haciendo tareas hasta que en la televisión, que colgaba en una de las paredes, empezó a emitirse un reportaje.

—Hace una media hora, en el norte de París, se produjo un tiroteo entre bandas delictivas —habló la periodista—. Se presume que fue por conflictos territoriales en la zona urbana. Sin embargo, cabe destacar que civiles se vieron involucrados, y aunque algunos salieron ilesos, otros no corrieron con la misma suerte.

Kuchel, quien estaba limpiando algunos estantes, se detuvo abruptamente al escuchar eso y volteó a ver a la televisión.

Tenía un mal presentimiento al respecto.

—Mamá —Levi la llamó, con un tono que rozaban la preocupación—. ¿En esa zona no trabaja mi papá?

—Sí... —susurró y alejó cualquier mal pensamiento—. Pero no te preocupes, él está bien.

Eso lo dijo más para convencerse a sí misma y no asustarlo, pero cuando nombraron a las personas que habían sido víctimas, todos sus temores se hicieron realidad.

Sin perder ni un minuto más, cerró la tienda y dejó a Levi en casa aún cuando él le decía que también quería ir. Se dirigió al garaje, subió a su auto y manejó a toda velocidad hacia el hospital al que, según las noticias, habían trasladado a su esposo.

Con los nervios apoderándose de todo su ser, logró serenarse un poco cuando estacionó al frente de la enorme infraestructura. Salió de un brinco y corrió puertas adentro hacia la sala de emergencias, topándose con una enfermera a la que no tardó en bombardear de preguntas.

—Ahora está siendo intervenido —dijo con paciencia—. Puede quedarse en la sala de espera. Pronto un médico le dará noticias.

Asintiendo débilmente hizo caso a la sugerencia y caminó hacia el lugar. Se quedó sentada por algunos minutos, pero la angustia no tardó en hacerse presente y se puso de pie para caminar de un lado a otro hasta que un médico cirujano salió de la sala de operaciones.

—¿Señora Ackerman?

—Soy yo —se acercó a toda prisa—. ¿Qué pasó con mi esposo? Está bien, ¿verdad?

El cirujano la miró con un semblante serio y se quitó la mascarilla que cubría su boca.

—Su cuadro clínico fue muy grave. Llegó con heridas severas en órganos vitales, y aunque le retiramos las balas, sufrió un paro cardiorrespiratorio y no pudo salvarse. Lo siento mucho.

MANTO ESTELAR (RIVAMIKA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora