Capítulo VIII

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Arrancó el lunes y, con él, el último día de entrenamiento antes de la competencia.

Estando a pocas horas de partir rumbo al estadio, las prácticas se intensificaron en las cuatro pistas de la Academia de Hielo de Kioto, en especial las referidas a la categoría individual. Los patinadores, con sus programas corto y libre más que preparados, los reprodujeron una y otra vez con un único propósito: dar batalla a cualesquiera que fueran los demás competidores y alcanzar los lugares más altos, aspirando, ¿por qué no?, al podio en este su primer evento como profesionales.

Los entrenadores, atentos a todo lo que hacían, se mostraban bastante complacidos, sin escatimar en las palabras de aliento por ejecutar cada elemento de una manera impecable y esperando que lo replicaran tal cual al día siguiente.

Pero cierto azabache, cuyos sentidos eran mucho más sensibles y sus ojos aún más, distinguió un detalle particular que, de haberle puesto la atención necesaria, no habría tenido fatales consecuencias posteriormente.

Supervisando cada una de las coreografías, notó que Sasha las realizaba con normalidad, es decir, con su habitual ímpetu plasmado en cada movimiento y manteniendo todo bajo control con una concentración absoluta. Sin embargo, cuando llegó el turno de Mikasa, se percató de lo cautelosa que estaba al momento de realizar los saltos y algunos giros. No mostró esa actitud explosiva, llena de soltura y libertad que tanto la caracterizaba, lo que lo llevó indiscutiblemente a sospechar que algo estaba sucediendo.

Aunque muy en el fondo esperaba estar equivocado.

Una vez que la vio terminar (un tanto más agitada de lo usual), se acercó a la entrada de la pista, la cual ella atravesó para salir.

—Ackerman —la llamó.

—¿Sí? —volteó a verlo.

—¿Sucedió algo malo con tu pie izquierdo? —fue directo al punto, sin apartarle la vista de encima.

—¿Por qué lo dice? —preguntó con cautela al tiempo que Sasha se le acercaba por detrás.

—No estás patinando con la misma fuerza que de costumbre y te muestras muy precavida en la ejecución de saltos y giros, como si recién los estuvieras aprendiendo —se cruzó de brazos—. ¿Hay algo que tengas que decirme y deba saber?

La azabache no mostró reacción alguna ante tan acertada descripción por más que en su fuero interno sí sintió una ligera perturbación. Había hecho todo lo posible por pasar desapercibida aquella cuestión, pero no funcionó a los ojos de su tan meticuloso entrenador.

Aun así, no estaba dentro de sus planes decirle la verdad por temor a una serie de factores, por lo que se decidió a recurrir a una pequeña mentira.

—No es nada. Solo... me torcí el tobillo camino a la academia, algo superficial que no será un problema mañana.

Trató de sonar lo más convincente que pudo, y aunque la mirada inquisidora y dudosa de Levi no se había ido del todo, se mantuvo firme y no dejó que la afectara.

—Más vale que así sea —mencionó luego de algunos segundos en un tono calmo—. Esto ha sido todo por hoy. Mañana las quiero aquí temprano para partir junto a los demás al estadio.

—Sí, señor.

—Pueden irse.

Las chicas se despidieron y él, luego de hacer lo propio, empezó a caminar hasta desaparecer por uno de los pasillos mientras ellas tomaron el otro que las llevó a los camerinos.

Anduvieron a paso lento en silencio, aunque Sasha no dejaba de pensar en lo que acababa de ocurrir, lo cual generó una enorme duda en su cabeza que quería aclarar cuanto antes.

MANTO ESTELAR (RIVAMIKA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora