Con el sol brillando en la cima y el viento mermando su fuerza inconstante, Gabi llegó a la casa de Alex. Un poco apurado por la falta de aire que le provocaba el hecho de saber que había salido a la calle sin un motivo que pudiera considerarse esencial para ninguna autoridad local y otro tanto porque, durante el trayecto, había comenzado a sentir el peso de todo lo que estaba sucediendo. Tanto el inicio de las restricciones como la desaparición de Olivia habían logrado envolverlo en un halo de impaciencia y miedo que lo dejaba casi sin palabras, nada menos, a él que tan locuaz era todo el tiempo.
Como la mayoría de las veces, la puerta de la casa de Alex estaba sin llave, así que Gabi pudo entrar sin problemas después de haber estado llamando y no ser atendido. Pasó por el living desierto para llegar hasta la cocina, desde la cual, por la ventana, se veía que padre e hijo estaban jugando al básquet en el patio trasero. Los dos habitantes de la casa giraron la cabeza al mismo tiempo el sentir que la puerta comenzaba a abrirse, y sonrieron, también, ambos a la vez, al comprobar que se trataba de él. Luego de saludar, intentando que no se notara el estado de nerviosismo que estaba atravesando, Gabi le dijo a Alex que tenía que hablar con él de un tema muy importante. Podemos ir a conversar en tu habitación, dijo Gabi entre dientes.
Una vez los dos solos, tal como el visitante había pretendido, se dispusieron a comenzar con la charla. En ese momento, Gabi rompió el suave murmullo con el que había comenzado a hablar con un llanto contenido que dejó a Alex con muchas más preguntas que las que tenía en un primer momento. Fue entonces cuando Gabi comenzó a contarle acerca de lo que sucedía con Olivia y del recorrido que pretendían realizar Julián y Amelia en busca de pistas que pudieran permitirles llegar a ella. Mientras lo escuchaba con atención, Alex asentía sin hacer muchos comentarios. Hasta que, en determinado momento, mientras un rayo de sol que se colaba por la ventana le iluminaba la cara, comenzó a contarle a su amigo acerca de los mensajes que había recibido un par de días atrás.
A Gabi se le fue acentuando un gesto de extrañeza en el rostro a medida que Alex avanzaba con el relato de la noche en la que había sido sorprendido dos veces, primero por Amelia y, en segundo lugar, por los mensajes de Olivia, tanto el que tenía una sola letra como el que le decía que no dijera nada. Mientras las cortinas de la ventana de la habitación se agitaban con el viento del sur que se amenazaba de a ratos, Gabi iba manifestando su opinión con respecto a la conclusión que había llegado su amigo acerca de la situación que había vivido. Después de dudarlo unos instantes, también, concordó en que podría ser riesgoso no hacer caso a la petición que hacía ese segundo mensaje. No digas nada, repitió Gabi, como intentando encontrar una respuesta al decir la frase en voz alta, como si hubiera un secreto oculto en esa breve oración, intentando dibujar en su mente el rostro de Olivia diciendo esas palabras y, también, haciendo lo mismo, pero recreando la cara de un captor, aunque no se le ocurriera cómo podría ser la cara de tal sujeto.
Lo que sí le pidió Gabi a Alex fue salir en busca de Julián y Amelia para compartir con ellos toda esa información. Independientemente de que concordaran en no revelar esa pista a la policía, era justo decírselo a quienes estaban envueltos en una odisea que no sería más efectiva que riesgosa, teniendo en cuenta las medidas que habían entrado en vigencia algunas horas antes, las cuales prohibían la circulación, y, por otro lado, advirtiendo lo cuidadoso que podría llegar a ser un captor acorralado por la posibilidad de que el receptor de los mensajes recurriera a las autoridades correspondientes.
Concordaron que lo mejor sería decírselo a ellos en persona. Así que, al resguardo de los vidrios polarizados del auto del padre de Alex, salieron en busca de Julián y Amelia. Gabi ocupó el asiento trasero, del lado del acompañante, para que le resultara más fácil esconderse en caso de ser necesario, ya que, por las nuevas restricciones, no podía haber dos personas en un automóvil. Alex llevaba una receta del médico de su padre que, si bien era auténtica y era cierto que pasaría por la farmacia a buscar esos medicamentos, en esa ocasión le serviría, más que nada, como una escusa para justificar su presencia en las calles.
La marcha solitaria de ese auto de vidrios oscuros por el asfalto vacío de su pueblo natal concordaba con todo lo que Alex había visto en las noticias.
ESTÁS LEYENDO
Una pausa más cercana
Teen Fiction2 | -No es necesario haber leído el primer libro- Julián y Amelia emprenden juntos la búsqueda que comenzaron al final de la primera parte. Mientras tanto, van encontrando el momento para decir lo que siente uno por el otro, a pesar de la desespera...