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Julián y Amelia dejaron atrás la fachada oscura de la cafetería y salieron sin un rumbo concreto, a pesar de que Julián le había enumerado a su amigo Gabi los próximos pasos a seguir cuando él lo llamó por teléfono.

Mientras avanzaban por esa vereda, Amelia vio su reflejo en una de las vidrieras de los mismos locales donde tantas veces se había observado, chequeando su figura, mientras iba desde la librería de su mamá hasta la farmacia con el pretexto de alguna necesidad, pero que era más que nada para pesarse en la balanza que ahí había.

En ese instante en el que observó su imagen, levantó la vista y vio el rostro de Julián. Se sintió tan rara al comprobar que había sido con él con quien estaba compartiendo por primera vez ese ritual que siempre había sido una manifestación de su soledad, que no pudo evitar sonrojarse de tal manera que resultó imposible de ocultar.

Él la miró sonriente y le dijo que sí, que tenía razón al avergonzarse de andar junto a él caminando por las calles como si no quedara nadie más que ellos dos en la ciudad. Y, sin que se le borrara la mueca de diversión en la cara, le propuso dar la vuelta a esa manzana y, luego, salir en el automóvil de él rumbo a los lugares que seguían en el plan que habían trazado en el aire.

Amelia quiso contestarle que su rubor no tenía nada que ver con eso, gritarle que, por el contrario, estar con él en ese momento era más de lo que podría haber imaginado. También, le hubiera gustado contarle el por qué de su avergonzamiento al encontrar sus dos reflejos en ese escaparate. Pero prefirió aferrarse al silencio, a sonreír sin más, a darle a entender que su estado no se debía al motivo que él creía, pero que prefería guardárselo para ella.

Siguieron caminando por esas baldosas carentes de gentío, hablando de la pandemia en los mismos espacios de silencio que, en otro momento, hubieran rellenado conversando acerca del clima. Mientras, se miraban de una manera tal que, con sus ojos, decían cuánto se deseaban e intentaban descifrar el misterio de su propia timidez, que escondían detrás de sus palabras despreocupadas, asumiendo una naturalidad que difería de lo que sentían por dentro.

Al llegar al automóvil, habiendo conversado durante todo el trayecto, ya se sentían del todo cómodos uno con el otro. Subieron al vehículo sin parar de hablar. Al ponerlo en marcha Julián giró hacia ella y le comentó acerca de la posibilidad de cruzar a la policía o a quien fuera que se ocupara de controlar que sólo hubiera un ocupante por automóvil. Amelia le dijo que, si llegaban a cruzarse con alguien, se agacharía de inmediato para que no la vieran.

Al intentar hacer una demostración del movimiento que haría, Amelia chocó con su rodilla la guantera del auto y no pudo evitar el gesto de dolor por ese golpe. Julián le pregunto si estaba bien y, en un movimiento en el que quiso comprobar la dureza de esa parte de la guantera, la abrió permitiendo que se vieran las pocas cosas que había ahí adentro. Entre ellas, el ejemplar de El silencio más allá que él había guardado una vez, aunque ya no recordaba el porqué.

Amelia lo tomó y, como si nunca hubiera visto esa historia tan popular que ya había leído y que había sido un éxito de ventas en la librería de su mamá, comenzó a recorrerlo de la manera habitual que lo hacía siempre que tomaba un libro. Lo volteó para leer la contratapa. Luego siguió por la solapa en la que se encuentran los datos biográficos el autor y, después de eso, con la otra solapa, la que enumera los ejemplares publicados en esa colección. Al mirar esa última solapa, que era la de la contratapa, vio que había una hoja doblada con su nombre escrito y se puso tan nerviosa que no supo qué hacer enseguida.

Las manos de Amelia comenzaron a temblar de vergüenza y de curiosidad. Miles de preguntas comenzaron a surgir en su mente, todas a la vez. Claramente, era la letra de Julián, la cual ella conocía como la conoce cualquier compañero de clase. Así que, improvisando, disimuladamente, dejó el libro donde estaba y cerró la guantera con una mano, mientras tanto guardó la carta en el bolsillo de atrás de su pantalón con la otra, como si fuera una experta en el arte del hurto.

Una pausa más cercanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora