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La anteúltima noche de diciembre, anterior a la de los festejos de año nuevo, se realizó una fiesta para despedir el año en la que casi todos los alumnos del Colegio Santo Tomás estuvieron invitados, al menos los de los últimos cursos.

La noche era calurosa y húmeda, de esas en que anteceden a un día de lluvia. Las ranas gritaban a lo lejos y un coro de grillos se mantenía constante desde que había caído el sol. El zumbido de los motores de los aire acondicionado penetraba por la ventana de cualquier habitación en la que no reinara un televisor emitiendo una serie on demand.

Julián y Gabi llegaron a la fiesta un rato antes que Alex, que tenía un ritmo más relajado con respecto a la puntualidad en una fiesta. Al entrar, Julián salió rumbo al baño, tal como se lo había estado anticipando a su amigo durante el trayecto hasta ese lugar. Gabi se quedó de pie, cerca de la barra, mirando hacia todos lados en busca de una cara conocida. Aunque todos los que estaban en ese lugar eran habituales para él, buscaba encontrarse con compañeros de clase.

En ese vaivén de su cabeza, hacia un lado y otro, en busca de alguien con quien conversar, encontró a Amelia sentada en un sillón un tanto alejado de la pista de baile. Sin dudarlo, Gabi se acercó hasta donde estaba ella para conversar. Sin desdibujar la sonrisa de su rostro, enseguida se dio cuenta de que ella estaba un tanto aburrida. También, Gabi notó que, al verlo a él, Amelia comenzó a mirar en hacia la dirección desde la cual había llegado, como si estuviera en busca de alguien más.

Sabiendo que no debía inmiscuirse en los asuntos de ella, por más que intuyera que Amelia buscaba a Julián, para dárselo a conocer, Gabi le dijo que había llegado al lugar con su amigo, quien había ido hasta el baño y enseguida lo encontraría. Con sólo escuchar esas palabras, Amelia se acomodó el pelo con sus manos, casi en un acto reflejo y, también, enderezó su espalda, dejando atrás la postura fatigosa con la que Gabi la había encontrado.

Como una devolución de gentilezas, ella le dijo que había llegado hasta el lugar con varias de las compañeras de clase, quienes habían ido hasta la barra que había en el patio en busca de un trago y que ella había preferido esperarlas sentada en ese lugar, ya que no deseaba tomar nada.

La música avasallaba el ambiente. De tanto en tanto, uno de los dos debía pedirle al otro que le repitiera lo que había dicho porque no había alcanzado a oírlo. Luego de eso, se reían como si hubieran contado un chiste y seguían conversando con la misma naturalidad con la que lo hacían desde niños, cuando habían entrado en confianza en un viaje de estudios que había hecho todo el curso.

Fueron algunos minutos de charla, no muchos. Desde la gran ventana balcón que daba al patio, la cual estaba abierta de par en par, llegaba una leve brisa veraniega que le daba un sabor especial a esa noche en la que despedían el año. El murmullo y las carcajadas que venían desde las diferentes rondas de gente se colaban entre los decibeles de los parlantes. Media docena de luces de colores se dibujaban en el techo y las paredes, complementando la escena de fiesta.

Ahí viene Julián, dijo Amelia. Gabi pudo notar una mezcla de alivio y nerviosismo en el tono de esa voz que lo llenó de ternura. A algunos metros de distancia, su amigo estaba cada vez más cerca. Gabi, tal como era su estilo, apresuró sus palabras para no quedarse con la intriga acerca de los sentimientos de Amelia. Sin rodeos, le dijo una frase un tanto repentina como sorpresiva: Es él, ¿no?

En el instante que siguió a su pregunta, Gabi interpretó que los labios de Amelia se abrieron para pronunciar un sí que quedó a medias porque una de sus amigas se abalanzó sobre ella en el preciso momento en que la respuesta iba a salir de su boca. Él abrió bien grande los ojos, levantando sus cejas en busca de esa palabra, que tan obvia le había parecido, mientras a ella se la llevaban sus amigas hacia la pista de baile al mismo tiempo que Julián se paraba al lado de él.

Una pausa más cercanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora