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Julián condujo por las calles vacías de la ciudad con Amelia sentada en el asiento de acompañante. Y, aunque esa escena pudiera colmarlo de alegría al ser una de las tantas que él había fantaseado, había algo que lo mantuvo preocupado en todo momento.

Es que, poco después de subir al vehículo, fue muy notorio el cambio en el semblante de Amelia. A Julián le resultó imposible no preocuparse por eso y, desde que puso el automóvil en marcha y salieron para hacer el recorrido desde el centro de la ciudad hasta la casa de Olivia, tal como se lo habían propuesto, lo único que vagaba por la cabeza de Julián era la búsqueda del motivo por el cual ella se encontraba de ese modo.

Esas primeras cuadras fueron un calvario que tuvo que padecer Julián por no atreverse a preguntarle a Amelia qué le ocurría, por dejar que un silencio atónito ocupara el espacio de la charla locuaz con la que él siempre había creído que se dirigiría a ella. Hasta que, de un momento a otro, fue ella la que pobló con sus palabras ese silencio que había comenzado a tornarse un tanto incómodo.

Mientras ella conversaba sin parar, Julián fue recuperando el aliento. Y, aunque no pudo evitar el gesto de asombro que le provocó el repentino vaivén en el humor de Amelia, de a poco logró entrar en ritmo con la charla que ella le proponía con su enérgica alocución, dejándose llevar por la maravillosa postal de esos labios risueños que no paraban de moverse al son de las palabras con las que ella embellecía sus oídos, aunque él no entendiera el repentino cambio de humor de ella.

Mientras tanto, seguían marchando en el automóvil a una velocidad lo suficientemente equilibrada como para poder rastrillar las calles en búsqueda de alguna pista y que, al mismo tiempo, pudiera parecer que se dirigían hacia el supermercado o a cualquier lugar de los que estaban habilitados para abrir luego de las restricciones.

Niños apoyando la cara contra el vidrio de la ventana de sus casas o ancianos conteniendo el arrebato de salir a las calles. Y, como siempre, algún perro descansando a la sombra de algún árbol de fines de verano, casi otoño, saboreando la serenidad de las calles casi desiertas. Gatos dominando los techos de las casas, aseándose con tranquilidad. Ni un rastro de Olivia. Ni a la izquierda, ni a la derecha. Las cabezas de los dos no paraban de ir de un lado a otro en actitud investigadora, pero los resultados eran nulos.

Amelia no podía dejar de pensar en su amiga. También, pensaba en el paso de ese par de días en los que no sabía nada de ella, lo cual podría ser definitorio si es que había sufrido un accidente y se encontraba sola en algún recóndito lugar. A todo eso, los pensamientos de Amelia, además, le refrescaban la carta que tenía en uno de los bolsillos traseros de su pantalón. Con toda esa realidad latente, una vez más, bajaba el tono de su alocución y adoptaba un gesto más cabizbajo.

Entre más pensaba, más temblaban sus manos. Puso una sobre la otra, arriba de su regazo, en un intento por disimular su fragilidad frente a Julián, como si él no fuera consciente del estado en el que ella se encontraba en ese momento. Le dio miedo no saber qué contestaría en caso de que él le preguntara si se encontraba bien. También, sentía que debía tomar las riendas del asunto, preguntarle de qué hablaba esa nota, o leerla ahí sentada como iba. De ese modo, podría dejar atrás el torbellino de pensamientos que le provocaban las dudas y, así, podría liberar su mente para abocarla sólo al tema que, en ese momento, le parecía más importante que cualquier otro asunto.

Pero era imposible que pudiera olvidarse de que llevaba consigo, luego de arrebatarla, esa hoja escrita de puño y letra por Julián. Así que decidió que, al llegar a la casa de Olivia, idearía alguna manera de apartarse y poder leerla. Entonces sí, con esa decisión se sintió un poco más tranquila porque sabía que, al menos, tenía un plan ideado, el cual no era sofisticado para nada, pero que sería suficiente para conocer el contenido de esa nota que tanto la inquietaba.

Y así, una sonrisa se dibujó en el rostro de Amelia nuevamente, haciendo que ese vaivén de emociones mantuviera la confusión que tenía perplejo a Julián.

Pero poco tiempo pasó hasta que Julián soltó el acelerador del automóvil, dejando que el envión los llevara durante los últimos metros de recorrido que quedaban hasta la casa de Olivia. Frenó justo en frente a la puerta principal y carraspeó antes de lamentarse haciendo un breve balance negativo de las nulas pistas que habían encontrado durante el trayecto.

Amelia sonrió mirándolo a los ojos para darle ánimo.

Una pausa más cercanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora