Capítulo X: ¿Lista para sacrificarte?

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Ya habían pasado dos días y todo lo que podía sentir era un inmenso vacío que se tragaba todo en mi interior y solo dejaba una emoción, furia; y un pensamiento, acabar con Carter

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Ya habían pasado dos días y todo lo que podía sentir era un inmenso vacío que se tragaba todo en mi interior y solo dejaba una emoción, furia; y un pensamiento, acabar con Carter. En lo único que podía pensar desde que Mika había muerto, desde que había sido asesinada, era en que lo haría pagar, por todo, lo haría pagar por todo lo que le había hecho a mi familia, desde los padres y la hermana de Ela y sus amigos, hasta Mika. Haría que ese maldito demonio se arrepintiera del simple hecho de haber siquiera atrevido a poner su mugrosa atención sobre mi familia. No importaba si era mi progenitor, no importaba si en cierta manera yo era como él. Iba a caer, lo iba a destrozar. Y lo iba a disfrutar, mucho.

Por todas esas razones, no era ninguna sorpresa que me encontrara en la periferia del bosque, observando el paisaje lúgubre con mirada analítica. Sabía que Carter estaba en la cabaña, esa vocecita infernal me lo gritaba. Esa vocecita que ahora estaba segura de que tenía que ver con él, con parte de lo que había heredado de su maldita genética. Esa vocecita que era de todo menos natural. Esa vocecita que me había guiado toda mi infancia hasta que decidí comenzar a ignorarla en un intento inconsciente de reprimir mi naturaleza, de reprimir esa parte de mí que había heredado del demonio.

Carter estaba en la cabaña, seguramente deleitándose con lo que había hecho, en una especie de burla hacia los policías que no podían hacer nada contra él, porque no tenían pruebas, porque tampoco sospechaban de él. Porque mamá había insistido que no era él, porque mamá aún lo encubría, a pesar de que había asesinado a la mayor de sus hijas.

Apreté mis manos en forma de puños. Ni siquiera viendo lo que sucedió, ni siquiera viendo lo que perdió y que jamás podría recuperar, mamá no se dignó a decir la verdad, a confesarme lo que ya era evidente: Jason, Carter, o como fuera que ella lo llamara, vendría por mí, me haría lo mismo que a Mika, que a Ada, que a la madre de Ela, Alexia.

No lo pensé más, simplemente avancé con pasos firmes. Avancé sin detenerme ni ser del todo consciente del tiempo, hasta que vislumbré la cabaña. Entonces aceleré mi andar, subí las escaleras destartaladas con pasos rápidos pero silenciosos e ingresé por la puerta podrida y que a duras penas se mantenía sujeta al marco. Ni siquiera tuve que ver a mi alrededor, no tuve que buscar, simplemente me dejé guiar por esa vocecita irritante hasta la planta alta, a ese único cuarto, donde Carter había asesinado a cientos de personas a lo largo de los siglos.

No tardé en verlo. Estaba allí, medio sentado sobre un escritorio viejo y lleno de polvo. Sus ojos verdes tampoco tardaron en percibirme. En cuanto notó mi presencia, sonrió de tal manera que casi me causó un escalofrío. Y eso solo aumentó mi ira.

Tuve que clavar mis talones sobre la madera mohosa para no lanzarme hacia él y golpearlo. Atacarlo no tenía sentido, él era siglos más viejo que yo, estaba segura de que sabría cómo esquivar golpes y como devolverlos de manera casi letal. Y, como no podía atacarlo, hice lo primero que se me ocurrió: gritarle.

—¡La mataste! —le reclamé, aún parada a al menos dos metros de distancia.

Tenía mis manos apretadas a mis lados y mi mandíbula estaba tan tensa que me provocaba una punzada insoportable que parecía que en cualquier momento partiría mi cráneo a la mitad.

La última tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora