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Narra Gulf

Me siento en la silla de la sala de espera en una neblina, no me puedo mover. Mi pecho está hundido.
Las personas vienen y van cerca de las sillas donde estoy sentado.

Las voces que suenan porel sistema de intercomunicación son confusas. La abuela está a mi lado, con una mano
dando golpecitos en el brazo de su asiento y la otra descansando sobre mi rodilla.

Becky se encuentra al otro lado. Ella no me mira, no dice ni una palabra, y no estoy seguro de si es porque
está preocupada por nuestro padre, o tan sólo porque está tan horrorizada de mí como lo estoy yo.

Soy una persona horrible, egoísta y mentirosa.
Esperamos, juntos en esas sillas, pero en nuestros mundos separados. Un doctor viene a informarnos de que acaban de llevar a mi padre a cirugía. Nos acomodamos. La operación durará unas horas.

Mi madre regresa con nosotros, en silencio. Con los labios apretados para mantener el control. Ella se ve pequeña de pie, enfrente de nosotros y tan asustada.
Es desgarrador y aterrador al mismo tiempo.
La abuela se levanta y abraza a mi madre.

-Todo va a salir bien.

Ella no puede saberlo con seguridad. Nadie puede, pero nos apegamos a
la seguridad que hay en la voz de la abuela.

Mi madre asiente y le tiemblan los labios. Sus ojos se humedecen, pero, cuando nos ve a Becky y a mí, algo cambia en ella. Mira a la abuela a los ojos, y ella deja de abrazarla.

Mi madre se seca los ojos, se endereza y abre los brazos para que nos acerquemos a ella. Se vuelve lo más
fuerte y segura que puede para nosotros, mientras repite las palabras de la abuela.

- Todo va a salir bien.

Nos sentamos en fila: la abuela, Becky, mi madre y yo. Estamos en silencio mientras esperamos, preocupados, pero atraídos por la fuerza que extraemos de las demás.

Con el tiempo, el cansancio las agota. La abuela se queda dormida con la mejilla hundida en su puño. Becky se pasa a una fila de sillas vacía, se acomoda encima de ellas y se duerme en cuanto cierra los ojos. La barbilla de mi madre le cae hasta el pecho. Y entonces me quedo solo de nuevo.

Los ojos me arden y el cuerpo me duele por el sueño, pero mi mente no lo permitirá.

La escena con Mew se repite una y otra vez en mi mente mientras el reloj va marcando las horas
como un latido.

Su dolor y su furia

Mi culpa y mi vergüenza.

Secretos.

Mentiras.

Heridas que no pueden remediarse o curarse.

Él daño que es irreversible.

No sé cuánto tiempo ha pasado cuando el doctor aparece y se detiene delante de nosotros.

Pongo una mano en el hombro de mi madre, y ella se incorpora de inmediato, parpadeando bajo la
luz fluorescente. Las líneas que rodean sus ojos son profundas, pero cuando ve al doctor se pone de pie, alerta.

Él sonríe. -Traigo buenas noticias.

Becky y la abuela también están ahora de pie y se unen para rodear al doctor

-La cirugía ha salido muy bien, hemos podido retirar el coágulo y le hemos colocado una endoprótesis. Ahora está en recuperación.

Mi madre abraza al doctor. - Gracias, muchas gracias.

La sonrisa del médico es sincera, pero cansada, y le da una palmada en la espalda a mi madre.

-No está consciente todavía, pero puedo pedirle a una enfermera que la lleve con él para que esté allí cuando su marido se despierte de la anestesia.

Tan pronto como el doctor se va, una enfermera se acerca para acompañar a mi madre hasta donde se encuentra mi padre. La abuela decide que se quedará y esperará, pero Becky y yo
debemos irnos a casa.

No discutimos con ella y no decimos una palabra mientras caminamos por
el pasillo, pero ambos parecemos lanzar el mismo suspiro de alivio.

Sin embargo, para mí sólo dura un segundo.

Salimos por las mismas puertas que usó Mew y ahora hay todavía más espacio en mí para sentir el peso completo de aquello que lo hizo salir por ellas.

La culpa entra como el aire cuando respiro, y mi corazón y mis pulmones la llevan a cada parte de mi cuerpo.

Me pregunto dónde estará Mew.

«Regresa -pienso- Quédate aquí.»

Pero sé que no lo hará.

El distante aullido de una sirena se vuelve cada vez más alto y cercano mientras cruzamos el estacionamiento hacia el auto de Becky. Ella aprieta el botón del control remoto y abre las puertas.

Miro la ambulancia que entra bajo el letrero de «urgencias». La sirena se detiene, pero las luces siguen girando, azul, rojo, azul, rojo, mientras las puertas laterales se abren y los médicos aparecen por ambos lados.

Luces azules y rojas girando contra el pálido cielo del amanecer. Las voces entrecortadas de los médicos, la confusión sonora de sus radios en el fondo.

De pronto me falta el aliento.

-Gulf -dice pero su voz suena muy distante.

Estoy en el camino, de rodillas, perdiéndolo todo una vez más.

Las puertas traseras de la ambulancia se abren. Otro médico se sube al vehículo y tira del extremo de una camilla. Llama a los demás.

- ¡Llévenlo allí! ¡Vamos, vamos!

- Gulf, vámonos. -La voz de Becky me devuelve al presente, pero no por eso me duele menos.

Aquí he perdido todavía más.




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