El sol de Trujillo se colaba perezosamente por los vitrales coloniales de la casona universitaria, dibujando patrones multicolores sobre las paredes encaladas. Leonidas observaba el juego de luces desde su cama, mientras el aroma del café recién hecho se mezclaba con el perfume de las rosas que trepaban por el balcón. Fernando ya estaba de pie, ajustándose su chompa de alpaca frente al espejo antiguo.
—Las mañanas aquí son diferentes —murmuró Leonidas, incorporándose—. Hay algo en el aire... como si el tiempo corriera más despacio.
—Es el embrujo de la Ciudad de la Eterna Primavera —respondió Fernando, girándose para mirarla—. ¿Lista para el desayuno? La cocinera prometió preparar shambar.
En el otro extremo de la ciudad, en la casona de los Bianchi, Rubí se escabullía por los pasillos de mármol italiano, sus pies descalzos apenas rozando el suelo frío. El sonido de la porcelana tintineando en el comedor principal le indicaba que su padre ya estaba desayunando. Se detuvo frente a la biblioteca familiar, donde Olivia, como cada mañana, se había refugiado entre libros.
La mayor de los Bianchi estaba sentada en el viejo sillón de cuero, con Trilce abierto sobre su regazo. La luz matutina acariciaba su perfil, resaltando el parecido con su madre en los retratos familiares.
—Oli... —susurró Rubí, cerrando suavemente la puerta tras ella—. Necesito tu ayuda.
Olivia levantó la vista, reconociendo en los ojos de su hermana ese brillo particular que anticipaba problemas.
—¿Qué estás tramando ahora, Rubí?
—Casa de muñecas. Papá tiene una primera edición en la biblioteca de la universidad. La necesito para mi colección, ya sabes...
—¿Y por qué no se la pides directamente?
Rubí soltó una risa amarga.
—¿A papá? ¿El mismo que casi te deshereda cuando elegiste Literatura en vez de Derecho? —Sus dedos jugaban nerviosamente con el encaje de su manga—. Además, desde que empezó con su campaña para ser rector, está más... amargado que nunca.
Olivia cerró su libro, observando el rostro suplicante de su hermana.
—¿Tienes un plan?
Los ojos de Rubí se iluminaron.
—Siempre tengo un plan.
En el comedor principal, la voz del padre resonaba contra las paredes mientras discutía sobre política universitaria con su esposa, quien asentía mecánicamente mientras dirigía la orquesta silenciosa de sirvientes que servían el desayuno.
—El pan está duro —se quejó, dejando caer un trozo sobre su plato.
Rubí intercambió una mirada cómplice con Olivia.
—Madre —intervino Olivia con voz serena—, Rubí podría ir a la panadería de los Morales. Su pan siempre está fresco.
La señora María miró a su hija menor, quien ya se había levantado de la mesa.
—No demores, Rubí. Tu padre tiene invitados para el almuerzo.
Rubí besó la mejilla de su madre y salió presurosa. El sonido de sus zapatos contra el empedrado de la calle marcó el inicio de su aventura.
La Universidad Nacional de Trujillo se alzaba imponente bajo el cielo norteño, sus muros coloniales llenos de historia. Rubí conocía cada rincón de ese lugar como la palma de su mano; desde niña había corrido por sus pasillos mientras su padre atendía asuntos administrativos.
El viejo Fausto estaba en su puesto habitual, su uniforme de guardián tan pulcro como siempre. Al ver acercarse a Rubí, una sonrisa arrugó su rostro curtido por el sol.
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LA REENCARNACIÓN
Ficção AdolescenteEn el Trujillo de 1980, donde las flores ocultan secretos y los muros murmuran historias, surgirá un amor que desafiará al tiempo y la muerte. Rubí Bianchi, la hija perfecta de una familia aristocrática, vive atrapada entre el deber y sus propios su...