― ¿Me quieres preguntar algo? ― Decidió preguntar al fin Harry tras las insistentes miradas de Ginny. Ambos estaban terminando de comer sentados en la modesta mesa que había en la cocina de la casa de la pelirroja, como único testigo de esas extrañas miradas a Homero. Es que ese día sábado, ese fin de semana completo en realidad iba a ser tortuoso para los dos, uno queriendo estar lo más lejos del otro, y una queriendo entablar la charla.
― Eh… no, bueno sí. – Él alzó la vista para contemplarla con el ceño fruncido y Ginny se aclaró la garganta.
― Sí o no.
― Quiero saber cómo llegué hasta la cama anoche.
― ¿No lo recuerdas?
― Si lo recordara no estaría haciendo la maldita pregunta – Le espetó indiferente. Harry compuso una mueca socarrona y bebió de su jugo. – De hecho lo único que recuerdo es al tipo de la película sacando órganos de los cuerpos de sus víctimas…
― Weasley, tú definitivamente tienes un don divino para estropear cada momento…
― limítate a responder la pregunta – Siseó.
― Intenté despertarte pero estabas tirada ahí en el sillón y al parecer eres igual a tu hermano Ronald, y me fue imposible lograr despertarte… no tuve más opción que arrastrarte por toda la sala… ¡Ah! Y también tuviste un pasaje directo al baño…
― ¿Me arrastraste por la casa?
― ¿Qué querías? ¿Qué te cargara…? – Rió – Claro que no…
― Al menos un hechizo levitador, ¿no? – Harry bufó y siguió comiendo simulando estar solo, sin esa compañía que tanto le molestaba, que tanto lo dañaba y que sin embargo tanto amaba. Ella dejó el plato de lado, las palabras de ese maldito hombre habían acabado totalmente con las ganas de comer… el muy hipócrita hasta el apetito le había quitado. Y debía aceptar ya de una buena vez que Harry Potter la odiaba. Esperó a que él terminara de comer y luego juntos terminaron de fregar los platos, la tarde que se les venía podía ser algo más tolerable gracias a las películas que aún no veían. Esa desconocida tranquilidad que había entre los dos mientras veían los films ella notó reiteradas veces cómo él se removía en su asiento quejándose de un dolor en la espalda… algo le decía que se quedara callada y no preguntara, pero no podía, nunca pudo. Se aventuró en lidiar con el testarudo cabeza rajada. - ¿Te sientes bien?
― De maravilla – Ironizó.
― ¿Te duele la espalda?
― No es tú problema.
― Claro que no, pero te podría ayudar…
― Entonces haz el favor de callarte de una puta vez
― Sé dar buenos masajes…
― Debes tener mucha experiencia masajeando, ¿no?
― Ese dolor te puede traer consecuencias, Potter – Argullo, intentando pasar por alto el comentario de Harry.
― Me importa una soberana pelotudez tu masajito.
― No es bueno que reprimas ese dolor – Le soltó exasperada. Él se giró para fulminarla con la mirada ¿Acaso ella no sabía que se había vuelto un experto reprimiendo el dolor? "Claro que no lo sabes, pequeña" Esa llamarada de recuerdos parecía querer surgir en los peores momentos, pero como siempre, debía ser más fuerte en todo lo referente a esa mujer.
― Deja de fastidiar – Dijo en un susurro cargado de odio.
― Sólo intento ayudar…
― ¡Pues yo no pedí tu mugrosa ayuda! – Toda paciencia tenía un límite y la de Ginevra Weasley había llegado excediendo el tope y se había largado al infierno. Había puesto todo de ella para soportar y convivir en paz con ese hombre, pero no podía, él siempre se interponía y terminaba ganando la pulseada. Era consciente que la decisión ya tomada acabaría con su carrera, tomó la varita decidida para romper las estúpidas esposas y con eso poder separarse físicamente de él. – Espera… ¿Qué mierda haces Weasley?
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Atado a ti
RomancePasan los años, pero el dolor, el orgullo, y el amor sigue intacto... los errores no se olvidan fácilmente. Harry y Ginny se ven obligados a estar esposados para poder entenderse. ¿Lo harán odiándose como ellos lo hacen?