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El lugar donde Geralt había vivido todos estos años, era la simple pero enorme grieta de una montaña. La caverna se había formado entre paredes rocosas y, debido a su altura de aproximadamente quince metros, desde el principio tuvo que compartir el lugar con los murciélagos.

Supuso que sería un poco lúgubre para cualquier humano, sin embargo, tan pronto como llegaron el zorro no tardó en recorrer todo por dentro, su mirada asombrada mientras avanzaba lo suficiente como para perderse en la oscuridad que se formaba al final del lugar.

—¿De verdad vives aquí? —preguntó el ojiazul, parado sobre sus patas traseras en un intento de ver mejor el techo. Geralt alzó una ceja lobuna, recostándose en el rincón de siempre mientras miraba al inquieto visitante que recorría todo con curiosidad.

—Hm —asintió con simpleza. El frío había aumentado y así lo evidenciaba la cantidad de vaho que salía de su nariz, por lo que, suponiendo que había llegado la noche, se limitó a cerrar los ojos y apoyar el mentón sobre sus patas delanteras.

Dudaba mucho que la persona frente a él fuera a intentar algo. Luego de casi un siglo viviendo como brujo, Geralt reconocía a alguien con malas intenciones con sólo pasar unos minutos a su lado. Jaskier no parecía esa clase de persona.

—Es increíble, casi puedo ver las familias de murciélagos allá arriba —musitó el zorro, distrayéndolo de su intento por dormir. Geralt abrió un ojo con cansancio, justo a tiempo para ver al omega girarse hacia él con una sonrisa, antes de que comenzara un trote en su dirección, acercándose.

—¿Qué haces? —masculló irguiéndose un poco. El zorro se detuvo a un par de pasos de él y ladeó la cabeza en confusión.

—Pues, vas a dormir, ¿no? Voy a recostarme también —dijo con la duda en su tono de voz, y Geralt simplemente bufó, apuntando con su nariz la esquina contraria de la cueva.

—Hay mucho espacio por allá.

—Sí, pero hace un frío horrible —insistió el ojiazul sentándose frente a él, sus ojos lo miraban insistentemente—. ¿No es mejor si...?

—No —interrumpió en seguida, volviendo a cerrar los ojos y esperando que los pasos se dirigieran a donde había apuntado. Tuvieron que pasar unos segundos para eso, pero finalmente el zorro se paró y le hizo caso, y no fue hasta que lo escuchó recostándose que por fin suspiró tranquilo, permitiendo que el sueño lo envolviera mientras agradecía que, esta noche, su estómago tuviera algo para digerir.

El rugido de sus tripas lo despertó por la mañana, y aunque al principio se alarmó al oler sangre cerca de él, bastó que abriera los ojos para encontrarse con el zorro sentado en la entrada, su esponjosa cola golpeando la nieve y un par de conejos depositados a su lado. Entonces, Geralt recordó de inmediato la locura que había aceptado el día anterior, y tuvo que suspirar profundamente antes de acercarse al visitante, sentándose frente a él a la espera de que dijese algo.

—Hice una promesa, yo me encargo de la caza a partir de ahora —explicó el zorro alegremente, y empujó con su nariz los conejos que había traído.

Geralt los miró durante un momento, aún procesando que ahora tenía compañía, y cuando estuvo un poco más despierto se preguntó cómo demonios el zorro parecía tan relajado luego de atrapar a dos presas, cuando él apenas lograba perseguir a una sin sentir que iba a desfallecer.

—¿Eres un alfa? —preguntó tratando de darle sentido a su duda, y siguió con la vista al zorro mientras este bufaba una risa y se volteaba, alejándose un poco en el exterior de la cueva.

—Ya quisiera..., no, soy un omega. ¿Por qué? —preguntó a cambio, girándose sólo un poco hacia él desde su posición y, aunque su tono sonaba calmado, Geralt pudo ver la leve tensión en su lomo. Se preguntó si la pregunta había sido incómoda, y dudó sobre su capacidad para relacionarse luego de tantos años viviendo solo, aunque realmente nunca había sido muy bueno en ello.

The Colors of the Fox | GeraskierDonde viven las historias. Descúbrelo ahora