Estados Unidos

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La decisión de irnos del país no me incluyó, nadie tomó en cuenta lo que yo quería hacer, realmente no importaba en ese momento. Yo era pequeña y lo iba a superar, al menos eso era o que todos suponían. Estaba devastada, de repente el mundo que conocía se rompió en mil pedazos, no tenía consuelo, pero sutilmente me fueron convenciendo y el argumento más convincente fue que íbamos a vivir en Disney.

Mis amigos del colegio me organizaron una mega fiesta de despedida en El Rancho, que es el club más popular de Treinta y Tres; por esos días estaba de moda "La agachadita "y me pasé bailando copadísima con todos mis amigos. Lo más lindo fue que me regalaron una camiseta de Uruguay firmada por todos mis compañeros, fue muy emocionante.

La despedida en el aeropuerto fue muy triste, fuimos acompañados de todos mis tíos y mis abuelos, todos llorábamos. Recuerdo que el Tata me contó que se quedó con unos peluches que no pude llevarme y los dejó en el auto en el mismo lugar que los había dejado yo, durante mucho tiempo después me fui. Y finalmente, cuando embarcamos las emociones estaban mezcladas, por un lado la enorme angustia de dejar atrás tantas cosas que me hacían feliz, y por otra la emoción de subirme por primera vez a un avión, que no era poca cosa, era inmenso, se veía el mundo chiquito y a mis pies.

En los aeropuertos en el camino fue divertido, porque a mi madre re perseguida se había mandado a hacer en Treinta y Tres unas correas para no perdernos, había escuchado de unos robos de niños en los aeropuertos y dijo "minga que me los van a robar" y nos paseaba atados por todos lados. El aeropuerto de Miami era tan enorme que no sabíamos ni cómo salir, andábamos perdidos hasta que llegamos a lo que todo el mundo temía, a la puerta de migración pero mi mamá tenía una técnica infalible, nosotros.

Llevábamos viajando catorce horas y Antonella estaba llorando histérica porque llevaba el pañal recargado, Lucas y yo estábamos súper cansados y queríamos llegar. Llorábamos fastidiados y gritábamos "¡mamá! ¡mamá!". Cuando en migraciones  vieron esa imagen y sintieron el aroma que expedía el pañal de Antonella, simplemente sellaron los pasaportes y ¡Bienvenidos a Estados Unidos!

Allá nos esperaba el padre de mis hermanos, feliz de vernos otra vez. Nos llevaron al nuevo apartamento, que apenas tenía muebles. Estábamos muertos de cansancio pero a la vez no podíamos dormir, era muy excitante ver ese lugar.

Al día siguiente me desperté encandilada por el sol de Miami, sumamente brillante, tan brillante que costaba abrir los ojos. Salimos a recorrer y resultó increíblemente fácil amueblar el apartamento, las cosas más increíbles las podías encontrar en los containers de basura.

En tan solo un día transformamos un apartamento vacío en uno completamente amoblado: sillones de cuero, televisores en cada dormitorio, heladeras, microondas, dvd, etc. Absolutamente todo.

Como lo hacen los uruguayos que van a ese país tan consumista que nos asombra. Sorprende ver cómo las cosas que para ellos son desperdicio para muchos en este país serían un lujo.

Pocos días después que llegamos yo empecé a ir a un jardín, mientras mamá trabajaba en un restorán y mis hermanos quedaban con la niñera, una chica que había venido con nosotros desde Treinta y Tres y que nos cuidaba desde ya hacía un tiempo. Era todo re lindo, los parques gigantes y todo nuevo y bonito.

Pero mientras yo descubría un mundo nuevo, las cosas entre mi madre y su pareja no andaban bien, el amor se desmoronaba. Los recuerdo peleando mucho, hasta que finalmente, tan solo un mes y medio después que habíamos llegado, él la dejó sola, en un país extranjero y con tres hijos pequeños; sin un "mango" para mantenernos y sin vehículo para movernos en una ciudad donde todo queda a kilómetros. Fue durísimo para mi madre, ella solo me decía que era cosa de adultos, pero yo internamente sabía que la había dejado por otra mujer.

Yo no soy una chica Pink.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora