La calma después de la tormenta

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Cuando llegamos a Uruguay estaba tooooda la familia esperándonos, mis hermanos casi no recordaban a nadie. Recuerdo a Antonella escondida tras las piernas de mamá, mirando a todos sorprendida, y el bullicio de mis primos y mis tíos gritados nuestros nombres, sorprendidos todos de vernos a todos más grandes y cambiados. La única cara conocida y familiar era la del Tata, ahí esperándonos y cuidándonos como siempre lo ha hecho.

Nos fueron a buscar en un minibús y en el camino de a poco fuimos reconociéndonos, recordándonos con más tranquilidad. Era raro, veníamos asombrados de tanto campo, tanto verde, era una tarde lluviosa, y bastante fría, llegando a Treinta y Tres estaban más primos y más tíos, fue bastante emotiva la llegada. Llena de emociones, de gente que nos quería ver, abrazar y besar.

Finalmente llegó un momento que esperé durante mucho tiempo, mi momento, el reencuentro de mi papá. Fue a verme con mi pequeña hermana, que para ese tiempo tenía unos pocos meses. Para mí fue raro cuando me dijeron que tenía una hermanita, era difícil verla como mi hermana porque eran extraños. Pasó los siguientes días yendo a verme cada dos o tres días.

Era bastante raro encontrarme con alguien que no estuvo ahí en la mayor parte de mi infancia, y saber que tenía otra hermana que no conocía, era como si yo siguiera en Estados Unidos, sentía que nos separaban kilómetros de distancia. Aunque lo intentábamos, se había creado un abismo entre nosotros. Éramos dos extraños, que resultaron ser padre e hija, pero el único lazo que no unía era el biológico, no había conexión.

Uruguay es tan diferente a todo lo que vimos en USA, todo nos parecía pequeño, las casas, los autos, muy diferente a los recuerdos que teníamos, habían pasado ya casi siete años de ida y vueltas.

Fue otra etapa de más cambio, no hablábamos casi en español y no lo escribíamos ni leíamos una sola palabra. Nos comunicábamos mucho entre nosotros exclusivamente en inglés y todo el mundo quedaba mirándonos en todos lados, era muy cómico, nos confundíamos con las monedas al comprar y pedíamos un dólar de caramelos. No teníamos idea del dinero uruguayo.

Comenzamos la escuela casi al finalizar las cases en Uruguay en el mes de setiembre; las maestras de la escuela nos querían dejar repetidores de una, pero mamá hablando en la inspección de escuelas pidió que nos dieran una mínima chance, y así fue que nos la dieron, pero hubo que ponerse las pilas y muchas para aprender español, historia, geografía y unas matemáticas completamente distintas a las que yo tan bien dominaba.

Mamá a esa altura ya tenía una panzota enorme y habíamos logrado abrir una pequeña juguetería y librería en Treinta y Tres. Veníamos de la escuela al local y estaba horas con nosotros luego de las clases de la escuela tratando de explicarnos todo. Era muy bueno después de todo lo que habíamos pasado, al fin bajar las revoluciones y pasar más tiempo juntos.

Le pidió ayuda a mi padre conmigo, así a ella se le hacía más liviano con Lucas y Anto, y aquí comenzaron los problemas..., la pareja de mi papá estaba celosa de que viniera a ayudarme a casa de mis abuelos y comencé a ir a su casa a hacer las tareas, pero su pareja no me dirigía la palabra, me destrataba y me miraba de mal modo, y mi papá comenzó a alejarse una vez más. Luchó para cambiar esto, pero no lo suficiente y finalmente cedió y se alejó del todo; mis abuelos, sus padres, se enojaron con esta situación y terminó en un gran lío familiar, del que terminaron ellos sin poder ver a su otra nieta y yo finalmente siendo ayudada por mi abuelo paterno con los deberes, cosa que hacía bastante bien ya que era maestro.

Nunca me asombró que ella intentara separarnos, veía cómo lo asilaba de mis abuelos y de mí; que se distanciara de nosotros por capricho de esta persona fue como ver "Crónica de una muerte anunciada".

¡Llegó fin de año! Y pasamos, increíblemente, aprobamos el año escolar, mamá lloró como nunca de emoción. Valió la pena el esfuerzo, pasé a primer año de secundaria. Y días después de Navidad y casi de regalo de reyes llegó Sofía, mi nueva hermanita, hermosamente gordita. La disfruté, ahora más grande y con menos responsabilidades.

El día que nació me avisaron y me llevaron al hospital, estaba el Tata y la abuela, una enfermera trajo a la gorda y estaba como moribunda cansada del parto y haciendo ruiditos quejándose, entonces la abuela tuvo que irse y la gorda empezó a llorar mucho, la tomé en brazos y la comencé a acunar, como no se calmaba caminé por el hospital con ella en brazos hasta que finalmente se durmió, la llevé a la habitación y esperé que mamá se despertara para entregársela. Sentí que después de estar nuevamente en la plaza con amigos, los juegos y la tranquilidad de estar en familia, por fin me sentía segura.

Vivimos un tiempo con el Tata, yo salía con toda la banda de muchachos del barrio y recuerdo que uno de ellos quería algo conmigo: una tarde se sentó junto a mí y de la nada me dio un pico, me dejó de cara, lo quedé mirando como diciéndole ¿qué haces? Yo era súper inocente, no tenía idea de lo que pasaba, venía de Estados Unidos, donde las chicas de mi edad, 12 años, ni piensan en novios, aún juegan con muñecas. Y cuando llegué acá las chicas de mi edad, todas, tenían novio y andaban en eso. Realmente no entendí lo que había pasado.

Pero seguimos siendo amigos, era toda la barra y yo, que era como un pibe más. El tata odiaba mi barra porque tenía miedo, no sé de qué, imagino que de que me fueran a violar o algo así.

Luego de que la abuela se mudó de nuestra casa, en la que vivió todo el tiempo que estuvimos en el exterior, nos mudamos a la vivienda y todo comenzaba a estar más ordenado en nuestras vidas. Vivir en la vivienda, nuestra nueva casa, no me encantaba, era como estar en el medio de la nada. A mamá le fascinaba, pero no era mi estilo.

Cuando inicié el liceo me mandaron a un colegio católico y tenía que ir uniformada, de pollera, cancanes y camisa. No encuentro palabras que describían lo mucho que odiaba usar pollera, y las cancanes picaban, era horrible. El liceo era  raro, los chicos de mi edad tenían formas de relacionarse que para mí eran muy nuevas, resalto el hecho de que la educación en Estados Unidos es mucho más conservadora y las niñas maduran a un ritmo más acelerado acá en Uruguay. Recuerdo un día que en una conversación entre cicas surgió el tema "pija" y no tenía idea de qué significaba, cuando me dijeron finalmente quedé un poco en shock. Las clases eran algo así como chino básico, inentendible, bueno tenía ocho materias bajas, eso muestra que mi entendimiento del estudio era complicado. Pero logré terminar el año, me fui con materias a examen pero lo logré. Y la fiesta de fin de año estuvo muy buena, la pasé genial.

Nunca me gustó vestirme femeninamente, siempre fui una más de los chicos. Me relacionaba mejor con los hombres que con las mujeres y sigue siendo así hasta el día de hoy. Tener amigos hombres me hace sentir más cómoda, porque siento más confianza en ellos que en los histeriqueos de dramas por chicos entre las chicas.

No estaba cómoda jugando con muñecas, ni tuve la necesidad de robarle el maquillaje a mi madre, no me interesaba subirme a los tacones, usar vestidos, y los chicos eran amigos. Siempre le dije a mi madre cuando me intentaba vestir de muñeca, "yo no soy una nena pink" y me refería a justamente eso, nunca fui una muñeca, no me sentía yo misma vestida de lady. Era como estar disfrazada, rodeada de chicos haciendo cosas normales con ellos como jugar al fútbol, no sé..., estaba más en mi zona de confort.

Mamá me contrató para esa época a una niñera llamada Mirta, muy buena gente. Hacía las veces de una abuela que nos consentía, hasta nos cosía las medias a mano y todo. Pobre Mirta, fue una fiel testigo de los comienzos de mi confusión y mi época más difícil que pronto iba a comenzar.

Al ir creciendo y viendo cómo las chicas interactuaban con chicos se ponían de novias, se besaban, no faltaba mucho para que yo me sintiera curiosa por el amor.

Yo no soy una chica Pink.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora