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Lección #5: Alec Boyes tiene sentido del humor.

Moví mi cabeza tratando de aliviar la tensión de mi cuello.

Llevaba ya casi tres semanas trabajando en el ala pediátrica e inclinarme para hablar con niños estaba afectando seriamente mi postura. Dejé mi cabeza en la pared, sentada en la sala de descanso con un café en mis manos y Boyes reposado en la isla de la cocina junto a la cafetera, tres enfermeras sentadas en los pequeños sofás conversando con la Doctora Hillenburg.

- Estoy muriendo.- susurré cerrando mis ojos antes de pararme a servirme otra taza.

- El dolor de espalda es el menor de mis enemigos. Tengo uno mayor desde que entré a la carrera de medicina.- comentó a mi lado, acercando la taza a sus labios. Volví a verlo y levanté mis cejas indicándole que continuara.- Las manzanas.

Fruncí el ceño sin entender bien qué dijo, entonces caí en cuenta.

- ¿Acabas de hacer un chiste?- mi voz salió en un susurro, pestañé repitiendo sus palabras en mi mente.- ¡Acabas de hacer un chiste!- chillé y solté una carcajada, una escena más ruidosa de lo que pensé que sería.- Lo siento.- hablé viendo a las enfermeras y la doctora, cuya atención se posó en mi.

Una sonrisa se encontraba en el rostro de mi supervisor, una genuina, frunció el ceño viéndome divertido. Dientes alineados, un hoyuelo en la mejilla izquierda, pequeñas líneas de expresión marcadas en sus ojos cuando lo hacía. Se veía adorable, mil veces menos imponente que con su expresión neutral.

- Debería sentirme ofendido por tu percepción de mi carencia del sentido del humor.- dejó sus dos brazos sobre su pecho.

- Llevo semanas trabajando a tu lado, doce horas al día al menos y hasta ahora te oigo diciendo un chiste. Creo que tengo motivos para llegar a esa conclusión.- lo imité, cambiando mi peso a mi pierna derecha, la opuesta a la que él usaba como soporte.

Mierda que es alto.

Su mirada bajó a la alarma que tenía, indicador que nuestro segundo descanso había finalizado.

- Cierto, tal vez deberías irte, me estás ablandando.- asintió con su cabeza tirando el vaso de papel en la basura.

- Tal vez, ¿qué será de ti sin tu porte de villano?- comenté acompañándolo, aún con la taza en mis manos, le dediqué una sonrisa cuando, al abrir la puerta me dejó salir antes.

- Tienes razón, arruinarás mi reputación.- me señaló culposamente, provocándome una carcajada.- Ya mismo lleno la petición para dispensarte.- se dio la vuelta, fingiendo regresar a recepción, abrí mi boca sorprendida, provocándole una carcajada.

Golpeé juguetonamente su brazo, fingió un gesto de dolor y envolvió su mano donde recién había golpeado, negué con mi cabeza mientras entrábamos al pabellón de pediatría, tomé un trago del café dejé mi taza encima del escritorio del consultorio antes de volver a la sala de espera.

Me encontraba cambiando las vendas de Victoria, una niña que fue atacada por su padrastro tres días antes, cuando este golpeaba a su mamá y ella trató de defenderla.

Resultado: una cortadura en la zona abdominal, quemaduras de colilla de cigarro y una contusión cerebral, tres días internada y una trabajadora social que se aparece constantemente y que estoy segura que liga con el doctor.

- Hey, Bri Bri.- una voz me llamó, me volví buscando la fuente de esta, el doctor Boyes viéndome desde la silla al lado de Princesa, mi atención se dirigió a él.- Me alegra tenerte como rotante.- comentó, provocándome una sonrisa.

- Me alegra hacer mi rotación acá.- asentí con mi cabeza.- El pediatra del otro hospital si tenía sentido del humor.- fingí un gesto de desaprobación, haciendo que las comisuras de sus labios se alzaran un poco.

Lecciones del corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora