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—Por favor, mamá.

—Clara, he dicho que no.

—Vamos, Diane. Déjala venir conmigo.

—Colin, no me tomes por idiota. Si Clara se va contigo, os entretendréis por ahí y saldremos de

vacaciones con tres días de retraso.

—¡Ven con nosotros para vigilarnos!

—Ni hablar. ¿Has visto todo lo que tengo que hacer?

—Razón de más para que Clara se venga conmigo, así estarás más tranquila.

—¡Anda, mamá!

—Bueno, vale. ¡Venga, largaos! ¡Fuera! Desapareced de mi vista.

Se marcharon armando jaleo por las escaleras.

Después supe que seguían haciendo el bobo en el coche, justo antes de que el camión les embistiera.

Me dije a mí misma que habían muerto riendo. Me dije que hubiese querido estar con ellos.

Y un año después me seguía repitiendo todos los días que hubiera preferido morir a su lado. Pero mi

corazón latía con obstinación. Me mantenía con vida. Para mi gran desgracia.

Tendida en el sofá, miraba bailar el humo del cigarrillo cuando se abrió la puerta de entrada. Félix

ya no esperaba mi invitación para venir a casa. Se presentaba de improviso, o casi. Aparecía todos los

días. ¿Cómo se me habría ocurrido dejarle una copia de las llaves?

Me sobresaltó su llegada, y la ceniza fue a parar a mi pijama. La envié al suelo de un soplido. Para

no ver cómo se ponía manos a la obra con su limpieza habitual, me largué a la cocina a recargarme de

cafeína.

Cuando volví, todo seguía en su sitio. Los ceniceros a rebosar, las tazas vacías, las cajas de comida

preparada y las botellas llenaban la mesita baja. Félix estaba sentado, con las piernas cruzadas,

mirándome fijamente. Verlo con ese aspecto tan serio me desconcertó durante una fracción de

segundo, pero lo que más me sorprendió fue su indumentaria. ¿Por qué llevaba traje? ¿Qué había

hecho con sus inseparables vaqueros rotos y sus camisetas ajustadas?

—¿Adónde vas vestido así? ¿A una boda o a un entierro?

—¿Qué hora es?

—Eso no responde a mi pregunta. Me trae sin cuidado la hora que es. ¿Te has vestido para ligar con

un golden boy?

—Lo preferiría. Son las dos de la tarde, y tienes que lavarte y vestirte. No puedes ir con esas pintas.

—¿Adónde quieres que vaya?

—Date prisa. Nos esperan tus padres y los de Colin. Tenemos que estar allí dentro de una hora.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo, mis manos empezaron a temblar, la bilis subió hasta mi garganta.

—Ni hablar, no voy a ir al cementerio, ¿te enteras?

—Hazlo por ellos —me dijo suavemente—. Ve a rendirles homenaje, hoy tienes que ir, hoy hace un

año, todo el mundo va a apoyarte.

La gente feliz lee y toma café - Agnès Martin-LugandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora