Casi había olvidado la sensación que me provocaba escuchar música a todo volumen hasta
quedarme sorda. Había dudado mucho antes de poner en marcha la cadena de música. Sin embargo,
hubo una época en la que lo hacía por reflejo. Antes de decidirme, estuve observándola y dando
vueltas a su alrededor.
El incidente de los plomos había trastornado mis costumbres. Para obligarme a salir más a menudo
de casa, me iba a caminar casi una hora a la playa, tratando de no pasarme los días enteros
arrastrándome en pijama. Hacía todo lo posible por regresar al mundo de los vivos y dejar de
hundirme en delirios paranoides. Una mañana me sorprendí sintiéndome menos machacada al
despertar y me entraron ganas de escuchar música. Por supuesto que lloré, la euforia no duró mucho.
Al día siguiente, lo repetí. Y entonces no pude evitar moverme al ritmo de la música. Poco a poco,
volvía a mis antiguas costumbres. Bailaba como una loca sola en el salón. La única diferencia en
Mulranny era que no necesitaba cascos en los oídos, estaba disfrutando a tope, los bajos retumbaban.
«The dog days are over, the dog days are done. Can you hear the horses? 'Cause here they come.»
Compartía el escenario con Florence and the Machine. Me sabía esa canción de memoria, nunca me
había saltado un acorde. Me contoneaba con rabia y una fina película de sudor cubría mi piel, mi
coleta se balanceaba en todas direcciones, y mis mejillas estaban rojas. De pronto, se oyó una
percusión fuera de ritmo. Bajé el volumen y volví a escuchar el estruendo. Con el mando a distancia
en la mano, me acerqué a la puerta de entrada, que tembló. Conté hasta tres antes de abrir.
—Buenos días, Edward. ¿Qué puedo hacer por ti? —le pregunté, luciendo la mayor de mis sonrisas.
—¡Bajar tu música de mierda!
—¿No te gusta el rock inglés? Son tus compatriotas...
Dio un puñetazo en la pared.
—No soy inglés.
—Eso está claro, no tienes su flema legendaria.
Continué sonriendo de oreja a oreja. Cerró los puños, abrió los puños, cerró los ojos y respiró
profundamente.
—Me estás buscando... —empezó a decir con su voz ronca.
—Lo cierto es que no. Eres prácticamente lo contrario de lo que busco.
—Ten cuidado conmigo.
—Uh, qué miedo.
Me señaló con el dedo, apretando los dientes.
—Sólo te pido una cosa, baja el volumen. Estás haciendo vibrar mi cuarto oscuro, y eso me molesta.
Me eché a reír.
—¿De verdad eres fotógrafo?
—¿Y a ti qué te importa?
—Nada. ¡Pero debes de ser malísimo!
Si hubiese sido un hombre, ya me habría partido la cara. Proseguí:
—La fotografía es un arte y eso requiere un mínimo de sensibilidad, cosa de la que careces
![](https://img.wattpad.com/cover/37555425-288-k270544.jpg)
ESTÁS LEYENDO
La gente feliz lee y toma café - Agnès Martin-Lugand
AléatoireDiane, joven parisina acostumbrada a que todo se lo den hecho o resuelto, sufre un duro revés en la vida cuando su marido y su hija pequeña mueren en un accidente de tráfico. ¿Cómo salir adelante? ¿Cómo retomar una vida que ha quedado vacía sin la p...