6
Moverme en la cama me daba dolor de cabeza. Intenté con mucho esfuerzo abrir los ojos, me
picaban. Tenía la boca pastosa y agujetas. Antes de poner un pie en el suelo ya sabía que la jornada
sería interminable. Así aprendería a no hacer el loco en las fiestas. Corrí las cortinas para intentar
despertarme. ¿De quién era ese coche aparcado frente a mi casa? Sentía que se me olvidaba algo
importante de la noche anterior. El primer chute de cafeína del día serviría para aclararme las ideas.
Bajar los escalones fue todo un desafío, me dolía hasta el último pelo de la cabeza. Sobre el sofá yacía
un cuerpo. La bruma se disipó.
Félix.
Tenía un brazo y un pie en el suelo. Estaba completamente vestido y roncaba como un camión. No
podía verle la cara.
—Despierta —dije, sacudiéndole.
—Cállate, quiero dormir.
—¿Qué tal estás? ¿Te encuentras bien?
—Tengo la sensación de que me ha pasado una apisonadora por encima.
Se sentó, agachando la cabeza y frotándose el cráneo.
—Félix, mírame.
Levantó la cara hacia mí. Tenía un corte en la ceja y un ojo morado tirando a negro. Se derrumbó en
el sofá, se llevó las manos a las costillas e hizo un gesto de dolor. Me acerqué a él y le levanté la
camiseta, tenía un enorme moratón en el costado.
—¡Ay, Dios! ¿Pero qué te ha hecho?
Félix se levantó del sofá de un salto y corrió hasta un espejo.
—Ah, bueno, sigo siendo guapo.
Se tocó la cara, gesticuló y se sonrió a sí mismo.
—Voy a poder presumir de vuelta a París.
—No tiene ninguna gracia, es peligroso. Has tenido suerte.
Barrió mis reproches con un gesto de la mano y volvió a desplomarse sobre el diván, otra vez con
un quejido. Al muy imbécil le dolía todo.
—Por cierto, la próxima vez que te exilies ¡hazlo en el país de los pigmeos! Joder, no hay ninguna
duda, ese tío es irlandés. Aprendió a caminar en un campo de rugby. Cuando me placó contra el suelo,
pensé que estaba participando en el torneo de las Seis Naciones...
—En resumen, te lo has pasado de fábula peleándote con un chalado.
—Te lo juro, estaba en el campo, podía escuchar los gritos del público.
—Y tú eras el balón oval. Todo eso está muy bien, pero ¿conseguiste atizarle?
—Estuve dudándolo, no quería estropear su cara bonita.
—¿Te estás quedando conmigo?
—Sí y no. Pero tranquilízate, defendí tu honor. Le estampé un buen gancho de izquierda, se va a
pasar una temporadita sin poder besar a nadie.
—¿De veras?
—Sangraba como un cerdo, y su labio se infló como un globo. ¡Choca esos cinco!Me puse en pie y bailé la danza de la victoria.
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La gente feliz lee y toma café - Agnès Martin-Lugand
RandomDiane, joven parisina acostumbrada a que todo se lo den hecho o resuelto, sufre un duro revés en la vida cuando su marido y su hija pequeña mueren en un accidente de tráfico. ¿Cómo salir adelante? ¿Cómo retomar una vida que ha quedado vacía sin la p...