Capítulo 1

390 56 22
                                    


Mark observaba todo a distancia. Pero no por eso se le escapó detalle alguno. El clima no era de los mejores, nublado, oscuro, fresco, se podía oír claramente algún que otro trueno a la distancia y resonaba en aquel espacio abierto del cementerio. Una leve llovizna lo cubría todo, y a todos, incluso a Mark, aunque él no lo sentía. No podía sentirlo. De todas formas, aquello no era una de sus mayores preocupaciones. Lo que más le preocupaba era ese dolor intenso que le quemaba y abrazaba las entrañas, un fuego que se abría paso en él perezosamente, consumiéndolo poco a poco, sin poder evitarlo; cuantas más lágrimas se derramaban de los ojos de las personas que amaba, el dolor era cada vez más insoportable.

Le dolía muchísimo ver a las personas que más quería llorar, que las lágrimas surcaran sus rostros, sus miradas inundadas de tristeza, y nariz sonrosada debido a los intentos inútiles de limpiarse, y todo era por su culpa. Él estaba causando ese sufrimiento a las personas más importantes de su vida. Mark se acercó lentamente a sus padres, con el dolor pintado en su expresión como si fuese algo natural, aunque ellos no lo veían.

—Lo siento tanto...—murmuró Mark, intentando que sus palabras no se las llevara el viento y lograra provocar algún alivio a las personas que le habían dado la vida. Lo intentó, pero no funcionó. La madre de Mark estaba aferrada a su esposo como si la vida se le fuera en ello. Ella lloraba desconsoladamente la muerte de su hijo. Al principio, no había derramado ni una lágrima de sus ojos grisáceos, y Mark sabía el por qué. En aquel momento, ella no había creído lo que la policía le dijo, no aceptó las condolencias, pero luego de un rato de ver el cajón de madera pulida en el que yacía el cuerpo de Mark, de verdad se dio cuenta de que lo había perdido para siempre. Si había algo que Mark no soportaba, era ver a su madre llorar, y ahora ella lo hacía por su culpa. En esos momentos, el padre de Mark, un hombre que solía ser frío y serio, y a su vez, sentimental, debía obligarse a mantener la compostura por su mujer. Ya tendría su oportunidad de poder desahogarse, pero en ese momento, se vio en la obligación de ser el único sostén de su esposa.

Mark no recordaba qué le había pasado. De un momento a otro, estaba saliendo de la mejor fiesta de su vida, que se había hecho en casa de su mejor amigo, pasó por un callejón, y luego oscuridad, el sonido de un arma dispararse, un dolor intenso en su cabeza, y luego fue como si estuviera metido en una pileta muy profunda, y él en el fondo. Era una imagen confusa y borrosa, como si su recuerdo estuviera cubierto de neblina. Sólo estaba seguro de algo: estaba muerto.

Una persona siempre se imagina cómo va a morir, y luego de eso, qué pasará. Mark no podía creerse que allí terminara todo, es decir, ¿todas las personas que mueren en el mundo se quedan vagando por la tierra siendo sólo unos fantasmas? Era poco lógico. Pero, ¿qué podía saber él sobre si era lógico o no? Ya para empezar, nunca fue lógica su muerte: No la recordaba. No recordaba cómo había muerto, ese lapso en el que dejó de respirar, de vivir, parecía que se había evaporado de su mente por completo. Y era frustrante. Nunca se imaginó que luego de sentir la felicidad en su máxima expresión, pudiera todo acabar en nada. Maddie... pensó. Ay, Maddie... ¿Por qué? ¿Por qué no pude aprovecharte más? ¿Por qué habré sido tan cobarde?

Pensó en ella, e instantáneamente la buscó con la mirada. No tardó en distinguir su pelo rojizo entre las personas. Ella siempre cuidaba su melena, lo tenía suave, sedoso, y un poco rizado, pero en aquel momento, estaba opaco y enmarañado. Mark se acercó a ella despacio, para examinarla mejor, algo que siempre le gustaba hacer, pero en aquel momento se arrepintió al instante. A él le gustaba la Maddie sonriente, alegre y cariñosa. Aquella parecía una desconocida. Estaba parada a la cabeza del cajón, mirándolo con profunda tristeza y dolor, se habían comenzado a formar ojeras bajo sus hermosos ojos verdes. Su labio inferior temblaba, y Mark se dio cuenta que estaba conteniéndose para no volver a echarse a llorar, el nudo en la garganta le quemaba con intensidad. Maddie había llorado durante horas aquel día, y Mark ni se imaginaba el agotamiento que su mejor amiga debía de sentir. Alguien había encontrado su cuerpo el sábado al amanecer, a la hora que probablemente ella recién estaría regresando a su casa. Los padres de Mark se habían comunicado con ella al rato de recibir la noticia. Por lo tanto, ella estaba sin dormir hacía más de un día, y Mark estaba preocupado, aunque no serviría de nada ya que no podía hacer mucho: sólo era una presencia espectral, y ni siquiera sabía cómo comunicarse con ella para poder tranquilizarla, decirle que él estaba ahí.

Hasta que lo sepasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora