Capítulo III

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III

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III

Natasha permaneció pasmada por unos segundos, sin ser capaz de dar crédito a lo que veía. Frente a ella, observándola con una mezcla de curiosidad y cautela estaba el hombre con el que se había obsesionado desde su llegada a Killarney. Los mismos ojos fríos y apagados, la barba gruesa, la mandíbula recia, los hombros amplios, el pecho fuerte. Toda su imponente presencia llamaba a la reverencia, al temor sumiso. Era un rey y su apariencia parecía gritarlo a los cuatro vientos, incluso si no llevaba la corona de oro sobre la cabeza. Era un hombre digno de temer, digno de seguir. Las volutas de humo perfumado de los incensarios que rodeaban el trono le daban un aire casi místico, casi divino. Pero, la espada sobre sus piernas era muy real y las miradas hostiles de las personas que llenaban la corte en ese momento también lo eran.

─ ¿Quién eres, forastera? ─ preguntó con voz calma, inclinándose ligeramente hacia ella desde su trono, como si la estudiara. Natasha nunca antes se había sentido tan pequeña, tan indefensa.

─ Yo...

─ ¡Es una bruja, Su Majestad! ─ exclamó, interrumpiéndola, uno de los caballeros que la había "escoltado" a la presencia del rey. El hombre se adelantó un paso, hincando una rodilla frente a las escaleras que llevaban al trono─ La encontramos vagando en el bosque real, Su Majestad, sola y sin el permiso de la corte. Apareció frente a nosotros en el aire, de la nada. Es una bruja, mi señor, os lo aseguro.

El rey se reclinó en el trono, mirándolo con los párpados caídos, pesados, amenazantes.

─ Así que es una bruja, Sir Brock─ aseveró y el hombre asintió vigorosamente─ Entonces, ¿debo entender que trajo a una bruja a la sala de mi trono, donde atiendo los asuntos de estado junto a mi hija, su futura reina? ─ Sir Brock pareció encogerse en su lugar, mirando a sus compañeros en busca de ayuda.

Natasha recién reparó en la presencia de la princesa. La muchachita estaba sentada a la derecha de su padre, envuelta en un grueso abrigo de armiño, blanco como la nieve. Tan blanco como su piel. La niña estaba terriblemente pálida y sus labios levemente amoratados, lo que la hizo fruncir el ceño... ¿acaso nadie se daba cuenta de la situación de la princesa? ¿nadie veía lo falta de aire que parecía, sus ojos apagados, su mirada perdida?

─ Su Majestad─ intervino el caballero que la rescató y la llevó en su caballo, adelantándose antes de imitar a su compañero y arrodillarse frente al soberano─ Fui yo quien decidió traerla a su presencia. Es la ley que usted y sólo usted puede decretar la vida y la muerte de sus súbditos y nadie debe pasar por sobre esa orden, mi señor. Ni siquiera nosotros.

El rey sonrió por primera vez, una sonrisa amplia, vivaz, casi feroz.

─ Sabía que no me equivocaba cuando lo nombré jefe de mi guardia, sir James─ el caballero inclinó la cabeza y el rey suspiró, volviéndose de nuevo a ella─ Entonces, mujer, ¿no vas a decir nada a tu favor? ¿me dejarás tomar tu vida así como así?

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