Capítulo IV

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Capítulo IV

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Capítulo IV

Natasha siguió a la mujer que la guiaba con la cabeza gacha, aún temblorosa. El rey había ordenado que la bañaran y la vistieran más adecuadamente y la experiencia había sido francamente espantosa: el agua estaba helada y tenía un olor extraño, la habían tallado con demasiada fuerza y la túnica que le dieron era lana basta, teñida de un marrón ya desvaído por el tiempo y la tela picaba contra su piel desnuda. Usaba sólo una delgada camisa de lino por ropa interior y toda su ropa, su ropa real, había ido a parar a la hoguera. Las mujeres del castillo la miraban con curiosidad, temor e incluso hostilidad, apartándose de ella como si portara la peste. Se sentía sola, perdida y la sensación de irrealidad que la había rodeado desde el primer momento, no la había abandonado.

Recorría los largos pasadizos del castillo como si flotara en un sueño: ahí estaban las paredes y las murallas, las piedras y los tapices que ella había visto tantas veces como parte de la decoración del museo, pero, ahora eran simplemente parte del mobiliario. Era estar perdida en medio de un ambiente que solía ser conocido y familiar para ella, un sitio en el que acostumbraba a pasar horas y horas, un sitio que se había vuelto su refugio, pero que, por un extraño giro de los acontecimientos, se había vuelto tremendamente intimidante y lleno de peligros para ella. Estaba jodidamente aterrada y no podía hacer nada al respecto.

─ Esta es la habitación de su alteza. Refiérase a ella como "su Alteza Real" al saludarla por primera vez y luego, como "mi señora" ─ le indicó la matrona, apuntando a una puerta doble con remaches de plata, rodeada de dos guardias que no le dedicaron ni una mirada─ Pronto vendrá una doncella a traer la comida y quedará a su disposición, tal como lo indicó su majestad. Lo que sea que necesite o desee, debe solicitárselo a ella, ¿está claro? ─ Natasha asintió en silencio y observó a la mujer alejarse pasillo abajo antes de dejar exhalar un pesado suspiro y entrar a la habitación.

Ella recordaba aquel cuarto. Estaba ubicado en lo alto de la torre este, en la zona más protegida del viento y los elementos y tenía una bella vista del lago y la cascada, de los bosques lejanos y de las montañas que circundaban el valle. Las paredes estaban cubiertas de tapices y pieles para hacerla más cálida y habían varios jarrones con lirios Kerry perfumando el aire. Natasha frunció el ceño nada más ver la pesada decoración llena de polvo y partículas que no contribuían en nada a la salud de la niña. La princesa estaba sentada en el alféizar de la ventana, leyendo un libro y alzó hacia ella sus pálidos ojos azules. No se veía asustada, sino más bien curiosa, cuando bajó del alféizar y se dirigió hacia ella, dejando el libro sobre una mesilla.

─ Mi aya dijo que eras una hechicera... pero, yo no creo que lo seas. No te ves como las brujas de mis libros...─ le dijo en un tono de voz bajo, trabajoso. Su pecho subía y bajaba marcadamente, mostrando aún los resabios de su reciente ataque.

─ No soy una hechicera... su alteza─ dijo, vacilante. Eso del protocolo iba a ser una cosa complicada para ella.

La niña debía tener unos once o doce años y su mirada era pesada, escrutiñadora cuando la posó en ella nuevamente.

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