Capítulo II

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II

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II

Natasha se mordió el labio inferior, molesta. En su apuro por capturar la imagen de la puerta, la foto estaba desenfocada y no lograba identificar las últimas tres runas, por más que lo intentara. Golpeó el lápiz rítmicamente contra la mesa, mirando sus apuntes desparramados por la superficie, intentando encontrarle un sentido a aquella repentina desesperación por leer el mensaje de la puerta. Era como si algo la llamara, como si tuviera la certeza absoluta de que la necesitaban, que la esperaban. Cansada, se pasó las manos por el rostro y decidió que lo mejor era irse a la cama y dejar de pensar en el asunto... quizás, aquella anciana tenía razón y lo mejor era dejar tranquilos a los antiguos, no inmiscuirse donde no la llamaban. Quizás debería aceptar la invitación de Cillian y comenzar a vivir en este plano en lugar de obsesionarse con el pasado.

Pero, mientras se lavaba el cabello debajo del chorro de la ducha, su mente volvió a divagar, llevándola de regreso a aquellos sueños tan vívidos que la acosaban por semanas. Por más que intentara dejar de pensar en ellos, su mente volvía y volvía al mismo punto. Sentía, en el fondo de su ser, que los sueños estaban relacionados con el mensaje de la puerta y que, en cuanto lo descifrara, podría descansar nuevamente. Suspiró pesado y salió de la ducha, envolviéndose en una gruesa toalla para luego dirigirse a su cuarto y sentarse sobre la cama, subiendo los pies a la colcha y abrazándose a sí misma, arropándose en la tibieza de la toalla. Quizás no había sido una buena idea dejar todo lo que conocía e internarse sola en aquel pueblo extraño donde la magia parecía respirarse en el aire y el pasado se enredaba intrínsicamente con el presente.

Quizás sólo era que se sentía muy sola. Alargó una mano y cogió el teléfono, marcando el número de su hermana.

¿Hola? ─ la voz adormilada de Yelena del otro lado de la línea la hizo sonreír.

─ Hola, enana─ saludó, apartando el teléfono cuando el grito emocionado de la chica llenó el auricular.

¡Maldita malagradecida, mala hermana! ¡Hace una semana que no me llamas! ¿Qué te crees? ¡Podrías haber muerto y yo sin tener puta idea! ─ le gritó y Natasha no pudo evitar sonreír al escucharla.

─ El teléfono llama en ambas direcciones, enana malhablada─ le recordó, sonriendo melancólicamente. Era imposible no extrañar su energía avasallante.

¡Pero yo te he llamado y no respondes! ¡Es como si te hubieras mudado al pasado o algo así! ─ replicó Yelena, sorprendiéndola.

─ Mi teléfono no ha sonado desde que me mudé, Lena...─ respondió, extrañada.

Te juro que te he llamado mil veces, Nat... pero, no importa. Dime, ¿cómo estás?

─ Pues, bien... el hospital me mantiene ocupada... ─ Natasha habló con su hermana hasta muy entrada la noche. Extrañaba su voz, extrañaba su presencia. Su hermana era su mejor amiga y no tenerla cerca le pesaba, pese a lo mucho que había deseado tener su libertad. Quizás podría considerar mudarse de regreso a la ciudad... no con Yelena, claramente, pero, sí más cerca de ella.

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