Capítulo 4. Presagio

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Europa

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Europa

De nuevo hoy es un día para el lamento. Para los hombres no somos más que una moneda de cambio. Nos usan, obtienen de nosotras cuanto quieren y después nos desechan como si fuéramos un mero objeto. Espero que pronto resuenen los vientos del cambio en esta nuestra ciudad. Lo ansío puesto de lo contrario me temo que será nuestro fin.

Jamás hubiera imaginado que aquello pudiera pasarle a ella, sin embargo, alguien se cruzó en su camino para decidir su destino. Quizás si lo hubiera sabido aquella mañana de domingo hubiera preferido seguir entre el abrazo cálido de su familia. Pero no lo supo y no pensaba que tuviera que estar siempre bajo la protección de sus hermanos. Aquel día, anunció a su familia que no pasaría con ellos el día, como solían hacer cada domingo, ya que iría con un par de amigas a la ribera del río para aprovechar el buen tiempo que les estaba brindando la precoz primavera que había caído sobre la ciudad.

Así que se levantó con las primeras luces, se vistió con un vestido blanco y salió por la puerta antes de que nadie se hubiera levantado, por lo que nadie la vio salir por última vez. Se encontró con sus amigas en la plaza del pueblo para ir a comprar algo para comer durante el día, después de aquello se dirigieron hacia el río. Cruzaron el puente dando un paseo por el bosque hasta que decidieron establecerse hacia el norte del río. Había varios grupos de gente de su edad que también querían disfrutar de los primeros rayos del sol del año.

El día estaba siendo maravilloso. Europa tenía un sentimiento de felicidad tan radiante que el entusiasmo que sentía se transmitía en una risa que contagiaba a todos lo que se encontraban a su alrededor. Cuando empezó a caer el sol, la gente comenzó a abandonar el lugar para volver al pueblo. Sin embargo, Europa y sus amigas estaban muy a gusto en compañía de otros chicos, por lo que aún no querían que aquel día se acabara. Por eso decidieron quedarse un rato más. Aunque la madre de Europa le había repetido que regresaran antes de que se fuera el sol, ella desoyó sus consejos. No le daba miedo volver cuando el bosque estuviera oscuro, ya que iba acompañada y estaba cerca de casa. No pensaba que pudiera pasarle nada.

Después de un rato, Europa se dio cuenta de que necesitaba ir al baño con urgencia, así que se separó del grupo, introduciéndose entre la maleza del bosque. Se alejó bastante del río para ocultarse, con tan mala fortuna que no llegó a hacer lo que pretendía. Mientras caminaba con prisa entre el bosque una voz la detuvo. Le sonó conocida, pero no se detuvo, como él le indicaba. En ese momento decidió que era mejor volver con el grupo y volver a casa. Pero no pensó que quizá fuera demasiado tarde. El hombre avanzó hacia ella. Europa se giró lentamente pensando que a lo mejor aquel hombre no era de por allí y se había perdido. Pero cuando lo vio se dio cuenta de que debía salir corriendo, pues aquel hombre era el mayor tirano de la ciudad: Zeus. Sabía que el destino de todos estaba en sus manos. Incluso el suyo. Así que no le quedó otro remedio que echar a correr hacia el río. Pero pronto él la alcanzó. La cogió con fuerza, provocando que todos sus gritos y forcejeos no sirvieran para nada, porque antes de que pudiera darse cuenta todo lo que conocía, lo que quería, todo a lo que aspiraba en la vida, todo absolutamente todo, se desvaneció.

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