TeuToNa: Un salto a tu corazón, o a tu cuello.

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  • Dedicado a Ignis Krieg
                                    

                                                              Capítulo I: Infancia

Cuando era pequeña, los otros cachorros de la manada me usaban de títere. En realidad nunca les importé, solo me hablaban y invitaban a jugar cuando se peleaban entre ellos y me metían en medio como juguete. Para ellos no era más que eso, un juguete que no tenía sentimientos ni sueños. Siempre me daban la espalda cuando intentaba si quiera acercarme a ellos para socializar un poco, pero era verme y irse o me insultaban. Nunca fui querida, para ellos no era nada, ni existía. Siempre tenía que jugar con cachorros mucho más pequeños que yo, y veía como los de mi edad se mofaban de mí, y sus hermanos… todos me hacían sombra…

Un día simplemente dejé de intentar acercarme a ellos, sentí que solo me causaba más daño y me escondí en mi misma. Pasaban y se reían de mí, me insultaban, a veces llamaban a sus hermanos mayores y me pegaban… yo me dejaba, porque tenía miedo, era como un conejito indefenso ante ellos, sin valor de hacer nada por evitarlo.

Sin darme cuenta, me había convertido en un zombi, algo vivo pero sin vida. Esa cachorra pequeña ya no era yo, aquella cachorrita dulce y cariñosa, inocente….débil… Todo lo que no hacía me comía por dentro, tenía ganas solo de escapar para siempre. A veces llegaba a la madriguera y lloraba y lloraba o me iba a sitios prohibidos esperando que algo cambiase, ya fuese para bien o para mal, pero no lo conseguía. Por si no fuera bastante con el acoso de los cachorros de la manada, mi único hermano y el mayor de los dos , Kroros era muy cruel conmigo, siempre estaba pegándome, insultándome, él acababa con la poca autoestima que tenía. Me decía siempre que yo no era nadie, solo un error que nunca debió suceder, y que por mi culpa Padre nos había abandonado…notaba como él me miraba por encima del hombro, siempre, con desprecio y asco. Yo ya no mascullaba palabra alguna, simplemente estaba triste, muy triste, y empezaba a parecer muda. Todo el mundo me daba la espalda, incluso mi madre que aun siendo cazadora de la manada y apenas tenía tiempo para nosotros sus hijos, siempre conseguía algo para estar con su favorito; mi hermano. A él siempre le daba todo lo mejor, mientras yo me tenía que conformar con lo que tenía, no era justo. A veces pensaba que yo era adoptada o algo por el estilo, porque no me parecía a mi familia…Mi padre se marchó la noche que yo nací y nunca supimos de él. Mi vida era un infierno, no sé cómo podía aguantar semejantes cosas cada día, cada semana de cada mes… todo el tiempo. A veces me parecía que incluso mi propia madre me echaba la culpa de que Padre se hubiese ido, a veces, parecía tenerme desprecio porque casi nunca me prestaba atención, y nunca, obtuve cariño por parte de nadie de mi familia, nunca. Sentía que siempre estaría sola.

Cuanto más tiempo pasaba, más ira se acumulaba dentro de mí aun que no lo pareciese, porque estaba apagada sin mostrar emociones ni sentimientos, y no se notaba, nunca se notó, y mientras la ira seguía acumulándose en mí. Todo lo que sufría, todo lo que me hacían, todo lo que sentía se acumulaba poco a poco en mi alma. Me iba apagando, más y más, llegando a un punto en el que, ya no quería vivir, pero fue entonces, cuando una noche estaba lloviendo fuertemente, el sonido de la lluvia me despertó. Salí sin que nadie me viese, y dejé que me inundara el alma. Notaba como aliviaba mis penas, y hacía que pesaran menos, que doliesen menos. Mis lágrimas se fusionaron con las gotas de agua, éramos uno. Fue ahí, cuando empecé a tomar a la lluvia como mi verdadera madre, porque siempre que llovía ella me hacía sentir mejor, mejor de lo que jamás pensé que estaría, ella me daba fe y esperanzas, hacía que todo fuera algo más fácil, me ayudaba a superar cada día. Una de las primeras noches en que empecé a amar a la lluvia, salí y no pude contenerme, de inmediato salí corriendo, dejando que mi alma volase, que fuera libre aquella noche. Aquella noche, fue la primera de toda mi vida, en la que sonreí, en la que verdaderamente era feliz, en la que ya no sentía pena, dolor, ira…. Era yo misma. Empecé a correr sin control, riendo, saltando, mientras la lluvia llegaba a lo más hondo de mi corazón calándome incluso los huesos. Sentí entonces, que mi alma se partía en dos, y una parte le pertenecía a la lluvia, quién desde entonces para mí, fue mi madre.

Cada noche que llovía, yo dormía sonriendo, dormía feliz. Cuando fui creciendo, empecé a hablar en mi mente con la lluvia, a veces incluso intentaba llamarla, o cuando estaba aquí yo sentía su fuerza en mi interior, y quería que me fortaleciese haciendo que lloviese más y más fuerte. Algunas veces lo conseguía, llamarlo coincidencia, pero me hacía sentir especial.

Con el tiempo me pasó lo mismo con el viento, y empecé a considerarle el padre que nunca tuve. Él me daba fuerzas, en todos los sentidos, sobre todo moralmente.

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