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La mano que aparece delante de mí junto a un plato me asusta. Lo último que me apetece ahora mismo es comer algo, cuando tengo todas las emociones estancadas en mi garganta. Porque lo que era sólo ayudar a mi amiga, acaba de joderme la noche. Aparto el plato que ha dejado el madrileño justo delante de mí y por su reacción puedo suponer que mi cara es de asco. Estoy segura, conociendo como se pone mi estómago cuando me preocupo, que si llego a probar un mínimo bocado vomitaré. Miro lastimosa a Álvaro por no poder probar nada, aunque le agradezco el bonito gesto y que no comente más nada sobre mi estado. Este se ha acercado a la mesa junto a Koke justo después de que Sira se sentara al lado de su novio.

Cada vez que miro a mi amiga las ganas de llorar aumentan a tal nivel que tengo que cerrar los ojos evitando que aparezcan las lágrimas. Y, harta de estar aguantando las ganas, me separo de la mesa tratando de hacer el menor ruido posible y que nadie se dé cuenta de mi huida. Todos hablan con ella intentando hacerle sentir mejor debido a su "accidente", el cual solo conoce Ferran. Por lo tanto, cuando me levanto ninguno se percata, salvo Morata, que tiene su vista fija en mí desde que ha llegado, y Pedri en el que estaba apoyada. Puedo ver la preocupación brillando en sus ojos al verme. Agarro todas las cosas que había dejado anteriormente en la mesa y me alejo. Me doy cuenta de como me miran tanto Álvaro como el canario, pero no me importa. Haciendo un gran esfuerzo camino por el recibidor hasta llegar al ascensor de la torre. Al menos, en mi habitación, puedo encontrar la soledad que necesito en estos momentos.

El típico sonido del ascensor me avisa de que este ya está aquí, así que me monto rápidamente pulsando el número de mi piso al ver al madrileño venir en mi dirección. La necesidad de evitar a todo el mundo me llama, necesito olvidarme de todo a solas. Por suerte, las puertas se cierran unos segundos antes de que pueda volver a abrirlas. El primer sollozo aparece al apoyarme en una de las paredes del ascensor. El sentimiento de odio me llena por dentro, no solo ver a mi amiga me ha traído recuerdos suyos, sino también míos y muy malos. Para tratar de acallarlos llevo mi mano a la boca donde se ahoga otro sollozo, seguido de varios más. El viaje es más corto de lo que recordaba, así que las puertas se abren y me sorprendo al verlo llegar por las escaleras. Escucho su respiración desacompasada y en ese momento me arrepiento de haberle hecho eso. Salgo poco a poco, con miedo de acercarme a él porque sé que en cualquier momento soy capaz de romperme. La mínima palabra o roce va a hacer que me rompa y es lo último que necesito.

Sus brazos se abren de par en par y sin dudarlo lo abrazo lo más fuerte que puedo. No aguanto mucho más, ya que las lágrimas comienzan a salir sin permiso y mis gimoteos se escuchan por todo el pasillo. Me daría vergüenza verme a mí misma así en medio de la estancia. Me derrumbo bajo su agarre, pero él me coge a tiempo para que mis rodillas sin fuerzas no lleguen a tocar el suelo. Juntos andamos hasta mi habitación, que por suerte se encuentra a pocos metros del ascensor. Mis pasos son torpes, al contrario que los de Álvaro, que anda firme mientras me sostiene. No puedo dejar de llorar desde que sus manos han apoyado mi cabeza contra su pecho y ha dejado un beso en mi cabeza. Ese gesto, ese maldito gesto lo ha empeorado todo porque me ha recordado tanto a mi padre, a como me abrazaba cuando algo estaba mal, que ese simple gesto ha hecho que todo se vaya más a la mierda.

Abre la puerta dejándome pasar delante de él. Me dirijo como un zombi hasta la cama en la que me siento derrotada, esperando que se vaya y me deje sola. Sin embargo, eso no ocurre, sino que la cierra y se pone a mi lado tomando mis manos entre las suyas mirándome cálidamente. Eso solo hace que mi llanto aumente, volviendo a abrazarme cuando me ve. Justo ahí pienso en todo lo que me ha pasado estos años atrás.

A veces siento que la vida ha querido ponerme a prueba, pero las he ido "superando" poco a poco. Porque, aunque lo niegue, dentro de mí siempre quedará esa espina clavada en mi corazón. Y aún volviéndome más fuerte, como dice mi madre, odio que me pruebe de estas formas. Estoy cansada de vivir intentando superar algo que me niego a hacer. Pero lo que más me duele es no poder ser feliz constantemente. Me siento tan frustrada cuando trato de ayudar a los demás y al final la que sale lastimada soy yo. Porque siempre antepongo la felicidad de los demás a la mía y me olvido de que yo soy lo más importante. Me he convertido en una persona triste tras la pérdida de mi padre y el proceso de mi abuela, que me está consumiendo por dentro. Pero todo esto, los sentimientos amontonados en mi cabeza solo están ahí. No soy capaz de exteriorizar hasta que es tarde o a veces ni lo hago y eso me está pasando factura poco a poco.

SERENDIPIA  - Pedri González.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora