capítulo ★ treinta y uno

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[Jeongin]

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[Jeongin]

Era tan emocionante andar solo por la noche. Mis padres no solían dejarme, poniendo excusas como que era muy despistado, inocente o demasiado adorable como para exponerme a los peligros de las calles a oscuras, y en mi lugar solían mandar a mi hermana a todos los recados. Según ellos, Yongsun era totalmente confiable porque a diferencia mía, sabía dar un buen puñetazo. Si me hubieran dicho que apuntarme a clases de saxofón en vez de a lucha libre, como mi hermana, influiría en un futuro, me lo habría pensado dos veces.

De cualquier forma, esta noche mi hermana y padre estaban malos, y mi madre en el trabajo, así que cuando nos percatamos de que la leche se había acabado y no tendríamos con que desayunar mañana, yo me convertí en la única y última salvación. Ya de paso me añadieron a la lista una caja de té y pañuelos. Me sentí tan realizado que la sonrisa con la que salí por la puerta me abarcaba todo el rostro.

El camino no era muy largo, pues había un supermercado veinticuatro horas a unas dos calles de distancia, pero sí que era cierto que la iluminación era escasa. A penas había cuatro farolas por calle, y en lo que llevaba recorrido ya había contado dos que estaban fundidas y una parpadeando incesablemente.

No iba a negar que daba un poco de miedo. De hecho, con el tercer tramo que tuve que recorrer totalmente a oscuras, aceleré tanto el paso que casi me tropecé con un bordillo. Por suerte no sucedió nada, y minutos después me encontraba a salvo dentro del supermercado, con una dependienta excesivamente maquillada más pendiente del libro entre sus manos que de mi presencia.

─ Hola ─saludé alegremente. Ella levantó la vista, me echó un vistazo de arriba abajo y enarcó una ceja. No parecía muy contenta. Incluso la forma en la que mascaba su chicle era aburrida.

─ ¿Necesitas ayuda?

─ Eh... n-no, creo... ─murmuré desconcertado. ─ Solo saludaba.

─ Ah.

─ ...

─ ¿Vas a comprar algo?

─ ¡Ah, sí, claro! ─sonreí avergonzado e hice una pequeña inclinación como disculpa. ─ Voy a por ello.

Volví a despedirme, sonriendo de oreja a oreja, y desaparecí entre la multitud de estantes con productos que inundaban la tienda. La chica tan solo suspiró y bajó su vista de nuevo al libro. Al rato toda la comida basura que inundaba las estanterías me tapaban su visión, y tan solo podía escuchar el mascar del chicle.

─ Leche, leche, lechita... ─comencé a recorrer los pasillos, murmurando una y otra vez aquella palabra mientras mis ojos buscaban un frigorífico. Lo divisé al fondo de la tienda, y casi salí corriendo en su búsqueda. ─ ¡aquí estás! ─exclamé con orgullo.

─ ¿Ocurre algo, niño?

Me asomé por uno de los pasillos, encontrándome la cara de la chica al fondo. Negué y señalé la leche, haciéndole ver que ya la había encontrado. Ella suspiró y levantó el pulgar antes de volver a su lectura. Yo sonreí y también seguí con mi propósito, pues aún me quedaban dos cosas que tachar de la lista.

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