capítulo ★ cuatro

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[Jeongin]

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[Jeongin]

Yo me esforzaba por ser puntual, realmente ponía todo mi empeño en ello, pero el sentido del universo no me debía querer de esa forma, y por ello siempre terminaba llegando justo a todos los sitios. Y, al menos en ese momento, siendo el segundo día de clases, me convenía tan poco, que hasta llegué a plantearme entrar con la bicicleta a clases y no demorarme más en aparcarla tras la fachada de la escuela. Obviamente no lo hice ya que seguramente terminaría atropellando a alguien y eso no ayudaría para nada en mi historial académico.

En compensación, nada más enganchar la bici con un candado, eché a correr hacia el portón de la entrada. En él ya estaba el conserje con cara de sueño. Por cómo me saludó, era obvio que no había dormido nada bien. Estaba a punto de recomendarle las pastillas que tomaba a veces mi madre para dormir, cuando una figura a lo lejos me distrajo por completo. Y no, no era nada raro que yo me distrajese con cualquier cosa. Como decía mi hermana, mi atención en general es la misma que la de un perro a una piedra cuando está rodeado de filetes de carne. Yo suelo poner el mismo ejemplo, pero cambiando perro por su nombre.

─ ¡Ey! ─llamé a la conocida cabellera oscura y aligeré el paso para alcanzarla. Él no se giró hasta que estuve a su lado. Debí sorprenderle, porque no sonrió como el día anterior. ─ ¿Qué tal has dormido?

─ ... ─ se detuvo en seco y me miró extrañado. Seguidamente echó un vistazo a ambos lados, como si estuviera buscando a alguien. Cuando volvió a mirarme, tenía una ceja alzada y la mano que antes llevaba guardada en el bolsillo, ahora estaba fuera para permitirle cruzarse de brazos. ─ ¿Te has perdido?

─ ¿Eh? ─esa pregunta si que era extraña ─ No, claro que no.

─ ¿Entonces?

─ ¿Entonces? ─repetí confuso, agarrando una de las asas de mi mochila con nerviosismo. Me agobiaba no entender las cosas y que los demás se percataran por ello. ─ ¿Entonces qué?

─ Que qué mierda quieres.

─ Oh ─bajé la vista avergonzado. Si el conserje había dormido mal, no tenía nada en absoluto que envidiar al castaño. Echaba de menos la sonrisa que había visto el primer día. ─ T-tu nombre.

─ ¿Mi qué? ─me alejé unos centímetros de forma inconsciente por la brusquedad en su voz. Volví a repetir mis palabras en un tono un pelín más alto, pero aún sin hacer contacto visual. ─ ¿Qué pasa con mi nombre?

─ Que no lo sé ─murmuré casi inaudiblemente. Era horrible, las cosas no estaban saliendo como yo lo tenía planeado.

─ Habla alto.

─ Que n-

─ Y mírame mientras hablas ─levanté de inmediato la vista, correspondiendo su mirada por primera vez desde hacía un buen rato. Y sonrió. No mostró sus dientes, pero esbozó una pequeña y ladeada sonrisa que consiguió calmarme bastante. Después de todo no tenía por qué tener miedo. ─ Así mejor. Sigue hablando.

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