capítulo 13

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DAYANNA

Devoro los waffles que mamá a preparado. Elena a mi lado hace lo mismo, pero su mente parece estar en otro lado. Me eh cambiado de ropa a una más cómoda, y Alfred fue a vestirse como se lo pedí yendo con mi madre a la parte de arriba.

Escucho pasos acercándose, pero no es hasta después que tomo otro bocado volteó. Alfred me mira y yo no puedo despegar la mirada de él, pues se ha vestido con ropa que solía ser de mi hermano, el trozo de wafle se niega a pasar por mi garganta. No me molesta que mi madre le haya dado su ropa, si no que me es inevitable no acordarme de él, pues ahora que veo a Alfred es como si estuviera de nuevo conmigo de una manera rara que solo yo entiendo.

—Tengo algo más para ti —habla mi madre, mientras se acerca con una caja plateada a mi lugar—. Le di batería y además le agregué algo en el diminuto mango de su arma de defensa, le puse un par de gotas de veneno letal. Ya sabes; para situaciones de emergencia. Solo basta con que des la orden y el objetivo. Estoy hablándote de: La batracotoxina impide la transmisión del impulso nervioso hacia los músculos, lo que produce una hiperexcitabilidad de los tejidos nervioso, muscular y cardíaco, seguido de convulsiones, parálisis y por último la muerte. Espero que no te moleste, si quieres puedo quitárselo.

A mi mente llega la imagen de una pequeña pero letal rana amarilla, proveniente de Colombia. Pero mi atención se dirige al interior de la caja cuando es abierta, el anillo de mi hermano.

Mis manos sudan sin ninguna razón.

—Claro que no me molesta, es solo que es raro que hayas echo algo así. Ya sabes, no te gusta la violencia. Pero te lo agradezco, lo descuidé por todo este tiempo —le digo.

—Bueno, ahora pienso diferente. —Sonríe—. Recuerda que necesita batería cada tres meses.

Asiento, para tomarlo entre mis dedos y darle un beso en el enorme diamante negro que está en el centro. Y sin pedírselo, Alfred se acerca para colocarlo dentro de la cadena, para después abrocharlo alrededor de mi cuello. Es pesado, pero ya me eh acostumbrado a traerlo conmigo.

Bien, es hora de irme. El tiempo avanza y no eh echo nada de mis asuntos pendientes. Es hora de regresar a mi realidad.

—No tengo palabras para agradecerte todo esto que as echo por mí. Sin tu ayuda no se cuánto tiempo me habría llevado. De verdad gracias —le digo a mi madre, apretando la mano de Alfred que está en el respaldo de mi silla.

—Muchas gracias por haber hecho esto posible victoria. Estaré eternamente agradecido y en deuda contigo. Has hecho a mi Anna feliz —Le dice Alfred, haciendo que mi mamá sonría sinceramente.

—No es nada, solo trato de remediar un poco mis errores, y que mejor con acciones y no solo con palabras.

Si, eso me gusta de las personas, que actúen y no solo digan palabras que nunca lleguen a cumplir. Las acciones hablan por uno mismo, mírenme a mí: soy una mierda de persona, pero traro de ocultarlo con pequeñas buenas acciones.

—Debo irme madre, tengo trabajo por hacer. Si necesitas algo solo llámame.

Me despido de ella y salgo con Elena rumbo a mi auto. Ah estado demasiado callada.

—Me dirás por qué tienes a dos hombres en tu casa —al fin dice algo. Alfred se adelanta para abrirnos las puertas traseras, una vez que estamos adentro él se sube al asiento del conductor.

—Siempre te lo digo todo, pero sé que no estarás de acuerdo con mis futuros proyectos. Te negaras y me dirás qué debo ser la buena, que debo olvidar y seguir. Me dirás que estoy loca —volteo mi rostro hacia la carretera, ignorando el leve dolor de mí nuca —. Nuestros caminos se cruzaron, tenemos asuntos en común y por muy estúpido que suene, les estoy dando un poco de mi credibilidad para obtener algo que quiero. Mejor dicho, que deseo. Al igual que ellos. —Suspiro pesadamente—. Uno es quien me ayudó a salir de ese asqueroso lugar, y como si no fuera poco, tú sabes que odio a los mafiosos, todo lo que tenga que ver con la maldita mafia me causa incomodidad, molestia, recuerdos. Pero quien salvo mi vida es ruso. Un maldito ruso de ojos azules pero que a la luz podrían cambiar de color a plateados, es tan grande, tan misterioso. Como el otro maldito italiano, y con su maldita piel perfecta, besada por las playas de Sicilia. Su pelo color ébano, y que a pesar de lo golpeado que está no deja de ser tan malditamente atrayente, ambos lo son. ¡Carajo! y como si no fuera mucho, el maldito olor de ambos revolotea por toda mi casa, haciéndome sentir estúpida, rara, atra.

DAYANNADonde viven las historias. Descúbrelo ahora