A unos ochenta kilómetros por hora, el viejo taxista Valentín Dreak maneja por la ruta 5 que atraviesa por entero al condado de Santas Almas; los parlantes del Chevrolet corsa exteriorizan a Jorge Vidal cantando "La casita de mis viejos". Valentín, a la par del difunto tanguero argentino sigue la letra con pasión. Tiene setenta años y no le queda otra que seguir laburando, ya que la paga por la jubilación a gatas le alcanza para solventar el alquiler. Mira a su costado y ve un cartel que le indica estar en el kilómetro 120 de la ruta 5, unos cien metros más adelante hay un letrero verde metalizado que dice: "Establecimiento penal de Santas Almas".
6
Por un sombrío y solitario pasillo, Horacio camina esposado junto a dos guardias que resultan amigables, ambos no comprenden como la justicia de su país pudo haber mandado preso por más de tres años a alguien tan dócil como él, tan solo culpable de haber protagonizado un accidente de tránsito.
–A las esposas ya te las sacamos, es solo hasta que salgas del penal. –Dice uno de los guardias.
–Pura formalidad –exclama el otro.
Llegan a la puerta blindada que los esperaba al final del pasillo, uno de los guardias la abre y sale hacia afuera, luego sale Horacio frunciendo los ojos por el acechante sol que tan poco vio durante tres años y cuatro meses. Atrás sale el otro guardia.
7
La parte final del penal es un angosto camino empedrado cercado por dos altos alambrados con rollos cortantes entrelazados en su parte superior. Horacio camina entre ambos agentes, uno le posa su mano sobre el hombro.–Ojalá te vaya bien afuera Horacio. Te lo mereces. –Le dice.
8
Llegan a la puerta de rejas del penal y los guardias saludan con formalidad policial a los cuatro oficiales que custodian la entrada; estos abren la puerta y por fin Horacio deja aquel infierno a sus espaldas.
–Quiero agradecerles el trato que tuvieron conmigo –dice con la voz partida mientras uno de los guardias le desprende las esposas–. Muchas gracias por haberme ayudado cuando los necesité.
–No hay nada que agradecer –le dice el guardia que tiene en frente–; no podemos comprender como terminaste acá. Por mi parte, pienso que ese juez Bakensharf es una mierda.
–Yo pienso lo mismo –dice el otro guardia que acaba de sacarle las esposas–, y todo el penal está convencido de ello.
Amistosamente toma el brazo de Horacio.
9
Detrás de la puerta abierta de su Chevrolet corsa, con sus brazos posados en el marco y haciendo malabares humeantes con un Chesterfield en su boca, Valentín Dreak espera la llegada de Horacio. Escucha la despedida y se mete al auto, lo enciende y cuando Horacio sube, arranca.
10
–¿Contento? –Le pregunta el taxista mientras ojea el espejo retrovisor.
–Sí. Raro, pero sí. –Le contesta Horacio con poca expresión.
–¡Eh! La cárcel no es para nadie ¿no es cierto?
–Para mí seguro que no. –Le dice y recuerda.
11
En su mente, no logra ver la imagen en color, sus recuerdos carcelarios son en blanco y negro. Un presidiario lo increpa por no haber querido limpiar su plato de comida; él se hace el desatendido, pero sin tiempo a nada recibe un brutal puñetazo. Cae desplomado al piso, escupe sangre y tose.
12
–¿Sabe que lo entiendo? –Le dice el taxista.
–¿Si?
–Sí.
–¿También estuvo preso? –Le pregunta Horacio.
–No, no. Gracias a Dios no estuve ni cerca; pero lo entiendo –le dice el viejo mirándolo a través del espejo retrovisor del auto–. Choques hay todos los días... No se puede guardar a alguien por un accidente de tránsito. Eso está muy mal.
Horacio no le responde, está libre, pero ya no es el mismo, no desea agradarle, y el veterano taxista captó el mensaje de inmediato.
–A Amanda ¿No es cierto? –Le pregunta el viejo.
–Sí. –Le responde Horacio.
–A Amanda entonces.
La inmensidad rural pampeana del norte de los Condados Federados de Bruja vuelve a estar con Horacio; camino a casa a primera hora de la tarde, absorto, contempla las miles de hectáreas de campo a sus costados, sus aves silvestres, sus vacas, sus árboles. El viaje es una poesía, es reencontrarse con el mundo, todo lo que ve le resulta hermoso, su corazón late con una prisa mayor a la normal, los pelos de la piel se le erizan y el viento voraz que entra por la ventanilla abierta del corsa le sacude el cabello.
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Siniestro
TerrorCinco jóvenes ansiosos por consumir drogas y divertirse, cruzan sus destinos sin reparar que son perseguidos por un repulsivo asesino que planea poner a prueba sus mas bajos instintos... ADVERTENCIA Esta historia contiene: Lenguaje vulgar y de conte...