Prólogo

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Estaba a solo unos minutos de llegar tarde a lo que sería mi primer día de trabajo. Mi mejor amiga y mi casi hermana Lily, había movido sus influencias para conseguirme un empleo luego de haber permanecido sin trabajo durante casi seis meses.

No era el trabajo ideal para una chica tan astuta como yo, pero al menos me darían buena paga y podría contribuir con los gastos de la casa que hasta ahora habían sido sufragados por mi querida amiga.

La estación quedaba a pocos minutos de la empresa y aunque no era mucho lo que tenía que caminar, fue la peor idea haberlo hecho con los tacones más altos que tenía, pero me veía divina con ellos y aunque he estado a punto de descalabrarme en un par de oportunidades, no estaba dispuesta a sacrificar mi magnifica apariencia por un simple inconveniente.

El calor arreciaba como nunca y las gotas de sudor bajaban por todo mi cuerpo empapando todo lo que conseguían a su paso. No había considerado que la temperatura en los últimos días había cambiado drásticamente. Pero lo recordé en el mismo momento en que miré mi blusa favorita, que para la mayor de mis tragedias era de color blanco y elaborada en una tela de seda fina y ligera que al contacto con el sudor se hacía tan transparente que no dejaba nada a la imaginación.

Afortunadamente llevaba conmigo el portafolio y se me ocurrió la genial idea de usarlo como escudo protector para evitar que las miradas ladinas y pervertidas se dieran un festín con mis inmensos pechos. Estaba sofocada y sin tiempo suficiente para volver a la casa y cambiarme la ropa, así que tenía que hacer uso de mi astucia para evitar convertir mi primer día de trabajo en un show de stripper a plena luz del día.

Minutos después estaba frente al imponente edificio. Empresas Megalo, un gigante de la tecnología que durante los últimos años se había convertido en la primera empresa de innovación informática del país.

Estaba nerviosa, razón por la cual, nuevas gotas de sudor se acumulaban incesantemente debajo de la ropa. Era el mejor y el peor día de mi vida y aunque estaba feliz de volver a la faena, hacerlo de esta manera era totalmente inconcebible.

Accedo al edificio mientras mantengo presionado el maletín contra mi pecho evitando a toda costa que las pocas personas que quedan en el lobby se percaten de que voy, literalmente, con la parte superior de mi cuerpo desnudo. Afortunadamente, los empleados habían llegado a sus puestos de trabajo mucho antes de la hora, por lo que el elevador se mantenía totalmente vacío.

Observo mi reloj y compruebo que ya pasan de las ocho de la mañana. Apresuro mis pasos haciendo que mis tacones repiqueteen sonoramente contra las relucientes baldosas del piso, atrayendo las miradas curiosas de las pocas personas que se movilizan por el lugar. Subo al elevador y oprimo el botón del penthouse, que es el piso en el cual está ubicada la presidencia y las oficinas de los ejecutivos más importantes del consorcio. Pero antes de que estas se cierren, una mano fuerte y robusta se interpone entre ellas, deteniéndolas al instante.

¡Bendita mala suerte la mía!

Pero me trago las palabras en el mismo instante en que el Coloso de Rodas vestido con un traje oscuro y hecho a la medida, entra al pequeño espacio para atiborrarlo con esa deliciosa fragancia olor a hombre sexy y provocativo, que activa mi radar predador desde el mismo momento en que pone un pie dentro del elevador.

Reconozco que no soy una santa y que los hombres atractivos forman parte de mi menú favorito y, un platillo como este merecía ser condecorado con cinco estrellas Michelin.

―Buenos días.

Su voz grave y sensual se desliza sobre mi piel como la seda, provocando cosquillas en los lugares más recónditos de mi cuerpo. Mis ojos se deleitan con la maravillosa figura de músculos gruesos y firmes apretados bajo ese espectacular traje de ejecutivo exitoso, que recreaba perversas ideas concebidas todas dentro de este pequeño lugar.

―Muy bueno, he de decir.

Respondo de modo sugerente. Para qué dármelas de santurrona si me conocía a la perfección. Me gustaba el sexo y disfrutaba de él ávidamente y cuando se me daba la oportunidad la tomaba y me saciaba con ella sin pensármelo dos veces, y este hombre podría convertirse en el mejor desayuno para comenzar el día de la mejor manera.

―Sí, concuerdo con eso.

Y allí estaba la respuesta que me daba vía libre para lanzar mi anzuelo y hacer caer a mis pies a este hombre que destilaba pasión y lujuria por donde quiera que se le mirara. Su mirada azul profundo me repasaba con descaro de pies a cabeza y se detenía con curiosidad sobre el maletín que con fuerza sujetaba entre mis brazos a la altura de mis pechos.

―Solo muy caluroso.

Lanzo la primera carnada. Seguido, bajo el portafolio lentamente hasta dejar mi blusa expuesta, que ya completamente empapada se transparentaba para darle una visión más clara de aquello le causaba tanta curiosidad.

―Bastante, diría yo.

Sus ojos permanecen fijos sobre mis pechos y aquel excitante momento provocaba que las puntas de mis pezones se endurecieran bajo la tela mojada y la parte más baja de mi cuerpo se contrajera de manera exquisita, haciéndome apretar los muslos para satisfacer mis deseos de alguna manera.

Dejo caer el maletín al piso, al tiempo que apoyo mi espalda sobre el espejo frío que quedaba al fondo de aquel diminuto espacio. Lo estaba provocando descaradamente, sabía que aquel hombre con aspecto avasallante y mirada profunda, entendería la invitación expresa que le estaba ofreciendo. Había soltado mi jauría a la caza.

―Soy un hombre peligroso, deberías ser consciente de eso.

Era una mujer extrovertida, libre e independiente que desafiaba todo aquello que no se le permitía y me rehusaba a seguir normas de comportamiento que la sociedad y las personas acostumbraban a imponer. Me gustaba tomar mis propias decisiones y aunque muchas de ellas terminaban convirtiéndose en un gran desastre, era mi responsabilidad y de ellas aprendía continuamente.

Disfrutaba el sexo con intensidad, así que me consideraba una amante extraordinaria que dominaba el arte de la seducción y era capaz de rendir a mis pies a cualquier hombre por más difícil que este fuera.

Así que escuchar aquella frase de su boca, lo convertía en un desafío que encantada estaba dispuesta a aceptar.

―¿Y qué te hace creer que yo no lo soy? ―le suelto con desparpajo.

Recojo el guante que me acababa de lanzar. Esperaba que ese hombre resultara ser un buen contendor y como tal que su respuesta fuera inmediata.

Una sonrisa lobuna se dibujaba sobre su boca a la vez que sus manos desataban los botones de su chaqueta. Y entonces pude ver el inmenso bulto que se mantenía oculto con disimulo bajo la tela de su chaqueta y que confirmaba que mis insinuaciones habían dado el resultado esperado.

En un par de pasos estaba sobre mí, apretujándome bajo su cuerpo y haciéndome sentir lo duro que se había puesto una vez que pegó su pelvis contra la mía. ¡Por Dios! Este hombre era dinamita pura y yo estaba tan encendida que al paso que íbamos cualquier mínimo contacto sería el detonante que nos haría estallar.

―Esto es lo que ha provocado esa deliciosa visión de tu blusa mojada ―susurra al pie de mi oído―, tan solo con imaginarlos metidos dentro de mi boca.

Eso fue suficiente para que el primer gemido saliera abruptamente de mi boca. La suya recorría mi cuello con vehemencia, mientras sus caderas se afincaban copiosamente sobre mi centro, haciéndome vibrar como ningún otro hombre lo había hecho. Habíamos olvidado que el elevador seguía en movimiento, pero era un hecho que estaba dispuesta a pasar desapercibido.

Sin embargo, el sonido de aquel pitido perturbador que nos avisaba que habíamos llegado a nuestro destino, lo hizo alejarse de mí repentinamente, dejándome temblorosa y totalmente agitada, provocando que mis bragas hayan quedado tan mojadas como lo estaba mi blusa.

Se acomoda la chaqueta y luego con un gesto caballeroso recoge mi maletín y me lo entrega.

―Espero volver a verla en otra oportunidad ―me dice al tiempo que las puertas del elevador se abren― y me encantaría haber visto también que tan empapadas estaban sus bragas, con tanto calor... nunca se sabe.

Y lo que estuvo a punto de convertirse en el peor día de mi vida, había resultado en la mejor experiencia y en la más exquisita manera de comenzar mi primer día de trabajo.

deseos secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora