Merida x Hipo | Cautivado por el fuego.

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No era la primera vez que la princesa Merida recorría las ruinas y cenizas de lo que fue su reino. Ella había ido cada día que quería, ya no tenia miedo, de hecho "¿Alguna vez lo tuvo?" La respuesta es sí, pero no del enemigo, eso jamás. Tuvo miedo cuando su madre salió del castillo en llamas con sus hermanos en brazos, tuvo miedo cuando su padre dio ese enorme grito de guerra y fue corriendo hacia un dragón que tenia fuego en todo su cuerpo. Pero esos miedos desaparecieron junto con su familia.

El Rey Fergus jamás volvió, la Reina había salvado a los trillizos, pero ella había inalado tanto humo que no pudo continuar respirando. Entonces sus padres, los Reyes de DunBroch habían caído, al igual que el reino entero; todo gracias a la traición de los clanes y su alianza con los Vikingos de Berk.

¿Los trillizos? Ellos fueron adoptados por los Vikingos, no fue una sorpresa; tenían el corazón roto por la perdida de sus padres, así que cuando unas mujeres Vikingas les ofrecieron comida y refugio ellos aceptaron inmediatamente; tendrían un nuevo hogar y Merida los dejó irse. Ella no los culpaba, eran tan pequeños que sabia que estarían mejor al cuidado de mujeres que tenían un instinto maternal.

La Princesa jamás culpó a los Vikingos del ataque, no del todo. Ella había descubierto que los clanes de Escocia querían destronar al clan DunBroch y harían lo necesario para hacerlo; eso incluyó inventar cuentos, rumores falsos y amenazas inexistentes a los Vikingos para hacer que ayudaran a conquistar DunBroch.

Pasó el tiempo y, en realidad, los clanes fallaron; ya que las tierras de DunBroch terminaron en manos de los Vikingos. Los clanes, aunque furiosos, no les quedó más remedio que agachar la cabeza y retirarse; nunca volvieron a pisar el suelo del antiguo reino de DunBroch. No se atrevían a enfrentar a los Vikingos con sus dragones.

Merida veía el horizonte del campo, que en ese momento ya era verde; pero en su mente había llamas en todas partes, su visión había cambiado, siempre había recuerdos en sus ojos, su cabello ya era tan largo como como el de su madre y rojo como las llamas que veía, su piel seguía pareciendo porcelana, pero tenia algunas manchas de quemaduras y aun más cicatrices de guerra de las que había querido. Se había acostumbrado a caminar descalza, pues el bosque se convirtió en su hogar y al pasar el tiempo tuvo que dejar su prendas reales y finas, para adaptarse a lo que la bruja del bosque le diera.

La vieja bruja del hechizo de oso, fue la que cuido de Merida, le ofreció un hogar, comida y adiestrarla en las artes místicas para que en un futuro la antigua princesa de DunBroch continuara con el legado mágico en el bosque.

La Bruja a veces sentía pena por ella, había visto crecer a la joven Princesa, convertirse en una mujer hermosa, una musa de los bosques de alguna manera; una mujer con un porte de reina y alma de guerrera. Y con esa nueva vida ambas habían jurado proteger el bosque de DunBroch por siempre. Lo cual hacia que las salidas de Merida fueran peligrosas, pero ella no podía evitar volver a donde había sido su hogar, donde nació y creció con su familia; y donde también la perdió.

El campo abierto había quedado atrás y se lograba ver parte del castillo de roca; el imponente castillo de la Familia DunBroch. Merida lo veía y disfrutaba los recuerdos que la brisa traía hacia ella; pero luego la brisa cambió alrededor de ella e hizo que la antigua Princesa sonriera para darse vuelta y empezar a irse.

- De nuevo eres tú. -

Su voz la detuvo.

- Te he visto aquí cada tarde, el mismo día, de cada semana ¿Quién eres? -

Merida guardó silencio. El gran hijo del jefe Vikingo no la había reconocido o al menos eso parecía y era mejor que continuara así.

- No te haré daño. Si... si estás perdida o necesitas ayuda, yo te la ofrezco. Me llamo Hipo. Soy el Vikingo regente de estas tierras. -

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