Hipo y Merida | Mirada de Dragón

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Merida bajó del bote con cuidado

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Merida bajó del bote con cuidado. El pisar esa arena de color negro le causó escalofríos; jamás había visto algo igual y cuando sus ojos se posaron en el imponente castillo de roca, debió admitir que tembló un poco. Todo era imponente, frio y oscuro. La leyenda de la enorme cueva que era el nido de dragones estaba justo frente a ella.

Todo el camino al castillo parecía la espalda de un dragón y todo, desde el inicio de la playa, la cueva, el camino y el castillo se conectaba de manera tan perfecta que podías jurar que estabas en Berk. Viejo hogar de dragones y los primeros vikingos.

- Esto no me gusta, su majestad. -

- A mi tampoco, pero es la única opción que tenemos y... di mi palabra de venir personalmente ante él. -

Lord MacGuffin había decidido acompañar a la Reina Merida, pues nadie estaba seguro de que estaría a salvo al visitar al famoso amo de dragones.

- Me alegra saber que sigues siendo una dama de palabra. -

Ante ellos se presentó un vikingo bastante conocido en los reinos. Bocón, el hombre de una mano y un pie.

- Creo que debo decirte Lady DunBroch ¿Cierto? -

Merida se quedó callada pues no era afecta a su nuevo titulo y menos a su nuevo apellido, pero el Lord dio un paso adelante como buena escolta de la reina.

- Así es. Ella es Lady Merida DunBroch. Reina de Escocia. -

El vikingo sonrió de forma honesta y aunque evitó el verlo directamente, Bocón estaba feliz por ella.

- Me alegra saber que al fin te dieron tu apellido. Tú... -

- No vengo a hablar de mí. Si me llevas ante tu rey sería de gran ayuda. -

- No has cambiado nada... eso es bueno. Sígame, Lady DunBroch. Por cierto... me alegro de verte. -

La pelirroja le devolvió la sonrisa y comenzaron a subir por el largo camino de piedra hasta el castillo.

- No sabia que conociera vikingos fuera de Escocia, majestad. -

Susurró Lord MacGuffin.

- Cuando... eres la bastarda de la familia... no es como que les importe mucho a donde viajaba. -

Su conversación fue interrumpida por el rugido de cientos de dragones. Todos volaron encima de ellos, rodearon el terreno del castillo. Por el asombro, todos se agacharon, incluso vikingos del mismo lugar; Lord MacGuffin no pudo evitar cerrar los ojos y esperar lo peor; pero la Reina Merida no, jamás se inmutó. El aire movió su enorme melena roja y ella jamás quitó la mirada del cielo. Estaba asombrada, pero no asustada.

A lo lejos, en el balcón del castillo, el joven Rey, Amo de Dragones, admiraba esa escena. En ese momento ya tenía hombres fieles y fuertes que no temían de sus dragones o al menos lo aparentaban bien. Claro que todos se asustaban de los dragones en su primera impresión ¿Por qué esa pelirroja no? ¿Por qué esa joven era diferente? Ella no pestañeó ni se movió y pareció sonreír al ver a las criaturas aladas.

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