La Melancolía De Solomi

40 11 1
                                    

Tan pequeña, a veces me siento tan chiquita, más aún mientras observo el cielo nocturno y el mundo más allá de la mazmorra.

Me gusta hacerlo sentándome en una roca sobre la mazmorra.

Realmente no conozco mucho y normalmente solo puedo ver lo que sucede alrededor gracias a las pantallas de la interfaz, más aún ahora.

Renací hace una semana, pero en este tiempo me han llamado loca, malvada y perturbada, como si realmente fuera algo de eso, a mí solo me interesa sobrevivir y lamentablemente, soy una criatura que se alimenta y vive de la desgracia ajena así como la gente se alimenta de la mía, y entre mi desgracia y la suya, obviamente elegiré siempre la suya, incluso de ese chico.

Él llegó a revivirme y no es un idiota como mi anterior maestro, pero es demasiado puritano, desconfiado y tiene una actitud infantil que me molesta, pero es lo mejor que pude conseguir.

Recuerdo que mi maestro me generó como un monstruo inteligente porque no quería estar sólo, también me dio la capacidad para administrar la mazmorra, mi yo, hasta cierto punto porque era demasiado perezoso para hacerlo. Se aburrió supongo.

Así, cada día me tocaba administrar y mover; sin embargo, las decisiones importantes eran sólo suyas, desde el orden de las habitaciones hasta la distribución de los pasillos en el laberinto.

Yo solo los organizaba, así como organizaba las raciones y me encargaba de crear nuevos monstruos.

Si no fuera por mí, la mazmorra no habría llegado al nivel que tenía, y pudo llegar a más si el maestro me soltaba un poco las manos, y ahora estoy con un maestro peor que no me deja hacer nada. Es decir, el chico es listo y la mazmorra va creciendo bien, pero no conoce este mundo, debería callarse y escuchar.

Termina recordandome a mi anterior maestro, que solo bebía y comía, cogía y dormía y cuando un ataque llegaba, me relevaba siempre de todas las funciones, como si fuera yo un ente sin inteligencia.

—Lo puedo hacer mejor que tú —es lo que quise decirle muchas veces a ese tonto que solo servía para dejar a las mujeres monstruo cubiertas de líquidos extraños.

Una vez tardé semanas en quitarlo de mi cabello.

—¡¿Qué no ves que estoy chiquita?! No me trates como a las monstruos que calientan tu cama —aunque bueno, lo cierto es que no era tan pequeña antes, alcanzaba los cincuenta centímetros, pero cuando la mazmorra fue destruida, mi poder disminuyó y me encogí de poco en poco, casi dos centímetros por día, involucionando inevitablemente, por lo que ahora no sé si ese humano me querrá hacer grande.

Tal vez pueda seducirlo y convencerlo de todas las ventajas que tendría el volverme del tamaño de un humano, después de todo, su novia se perdió entre los humanos, según supe.

La volvieron una esclava y se niega a tocar a la otra sin importar cuantas de mis intenciones lo alcancen. Lo veo mirándola amenudo, pero no sé anima y ella ya no tiene tanta confianza en el chico con el que llegó. Lentamente se está olvidando de él, convirtiéndose en una buena esclava y creo que podré lograr algo bueno con el nuevo maestro y la chica, solo necesitan un empujón y eso se traduciría como más energía y seguridad para mí.

Una maga libre de la mazmorra para cuidarnos y hacer mandados, la cuál, también brinda su propia energía a ella.

Si logro que el maestro la tome, tal vez olvide la idea de liberar a los dos cazadores, después de todo, ¿qué pasará si regresan a su hogar y dicen que estuvieron cautivos?

Su hipócrita sentido de la moral nos pondrá en peligro si cumple su promesa.

—¡Así es, te vi mirándole las nalgas a esa chica, maldito hipócrita!

Es por eso que salgo a gritar, me calma y me da claridad, tal vez incluso pueda pensar en una forma de ganarme su favor.

Tal vez...

A lo lejos, algo llama mi atención, así que me elevo lo más que puedo, mi límite son veinte metros, treinta si me sobre esfuerzo, afortunadamente, para regresar a la mazmorra solo tengo que dejarme caer y detenerme antes de golpear el suelo.

Entonces lo veo, reconozco el camino y el día, los colores y el momento y aunque está realmente lejos, sé que no me equivoco.

¿Debería mandar a los esqueletos?

No, son tontos.

Regreso a la mazmorra deprisa y me dirijo a la habitación de la excibicionista, quien trata de dormir sobre un montículo de hojas.

—¿Haz visto lo que pasa cuando Marcus se aleja más de diez metros de la mazmorra?

—Señora, yo... yo no estaba descansando —está asustada, perfecto.

—Responde.

—Se... se quema —el miedo es visible.

—Aquí hay una moneda de oro, tengo una misión para ti —mi plan entra en acción.

Solomi's Dungeon Donde viven las historias. Descúbrelo ahora