CAPÍTULO 13: El Sancocho.

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Todos apresuraron el paso y trabajaron en conjunto para tener todo listo para recibir a sus líderes, se les notaba prisa, premura y algo de angustia por tener todo adecuadamente en su lugar pese a las inhóspitas condiciones con las que contaban en el campamento.

Se colocaron las armas en su justo lugar, algunos utilizaron chalecos antibalas o porta armas, mientras otros se colgaron un fal en el hombro y se situaron en sus posiciones para tener todo el lugar custodiado, ya que era importante tener todo el perímetro seguro, sobre todo para brindarles resguardo a Juancito y a Joseito, los Pranes de la mina.

En la pequeña e improvisada cocina ya se encontraban listas dos enormes ollas, una con una sopa de gallina y otra con un sancocho. En una mesa de madera se pudo observar bebidas alcohólicas de todo tipo, refrescos y hielo que enviaron a buscar al pueblo.

Colgaron varias hamacas para tener un lugar cómodo para que se sintieran completamente a gusto por si los Pranes deseaban descansar. Sería un día memorable en el que Luis y Pedro se convertirían en hombres de la forma más dura y cruel; el malandreo les tocaría de ahora en adelante.

Al cabo de un rato escucharon el sonido de varias camionetas 4x4 a la distancia, los gariteros (vigilantes) informaron que se trataba de Juancito y Joseito. Ellos se estacionaron, se dirigieron al campamento y todos se emocionaron con la llegada de sus Pranes, ellos se mostraban imponentes con chalecos antibalas y armas encima, sin dejar de lado el buen gusto en sus vestimentas. No andaban con uniformes militares, por el contrario, usaban jeans azules, franelas de colores y zapatos deportivos.

Pedro y Luis salieron a recibirlos efusivamente, como siempre con una bendición tío, dirigiéndose a Juancito, al igual que con un fuerte abrazo para con él y Joseito.

—Estuvo buena la rumba de anoche, ¿verdad? —le dijo Juancito a Luis al mirar su rostro de desdén, ya que lo conocía perfectamente y sabía cuando había tomado en exceso.

—Sabes que sí, tío. —respondió Luis al quedar completamente sorprendido, pues no se imaginó como su tío supo que ellos habían salido de fiesta la noche anterior y no le quedo más remedio que afirmar lo que su tío comentó.

—Claro, sé que sí. Recuerda que a mí me cuentan todo lo que pasa tanto aquí arriba como en el pueblo. —aseveró Juancito sin dejar que Luis tratara de excusarse.

Tanto Luis como Pedro se quedaron sin decir una palabra, solo emitieron unos pequeños suspiros y respiros profundos, ellos no tenían excusas al respecto y mucho menos podían inventarlas. Juancito los conocía muy bien y él sé las sabía todas, como profesaba un refrán popular, "era un zorro viejo".

Robert por su parte, se encontraba al mando de la cocina y el fogón, con algunos de los muchachos, y comenzó a servirles a todos unos buenos platos de sopa o sancocho, acompañados de un vaso de refresco y un pedazo de casabe, el cual utilizaban para mojar en la sopa y degustarla mejor.

Colocaron buena música, armaron una caimanera de juego de barajas o truco y el ambiente se puso sumamente agradable, propicio para el esparcimiento, pero al cabo de un rato Juancito se le acercó a Pedro.

—Búscame a Luis, que necesito hablar con ustedes dos. —Indicó su tío.

—Enseguida tío. —afirmó Pedro, dirigiéndose a buscar a Luis, quien estaba metido de cabeza en la cocina sirviéndose otro plato de sopa.

Ambos fueron apresuradamente a donde se encontraba sentado Juancito con Joseito al lado y él comenzó a explicarles toda la situación de los mineros. Les comentó que lamentablemente ellos no tenían otra salida y que tenían que matarlos como desearan, es decir, si preferían, podían torturarlos antes o darles un tiro de gracia en la cabeza para que acabaran con su lamento y sufrimiento de una buena vez.

Pedro y Luis escucharon atentamente todas las indicaciones y argumentos que ofreció Juancito y Pedro le comentó que él prefería darles un solo tiro, que no desea torturarlos y Luis le dijo que él opinaba igual. Juancito y Joseito los escucharon detenidamente y les respondieron que así seria, que alistaran sus armas, porque él ya había enviado a buscar a los dos mineros.

—Vénganse, vamos a jugar unas manos de dominó mientras esperamos a que traigan los Chulos. —indicó Juancito levantándose y caminando junto con Joseito.

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Pedro CalleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora