CAPÍTULO 20: ¿Y Juancito qué?

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—Narra Juancito—

Sé que muchos piensan que soy el villano dentro de esta historia de amor juvenil mal contada, que soy el lobo malvado en el cuento narrado por la Caperucita, pero déjenme decirle que no es así y tampoco pienso justificar mis actos con ustedes, alegando que pase hambre, necesidad y que por eso soy como soy.

Para nada, a pesar de que les cueste creerlo, yo estudié, claro, con mucho esfuerzo, determinación, hambre y necesidad, eso sí. Pero es que en la vida del pobre que desea surgir es y será de esa manera y siempre estará presente el trago amargo del esfuerzo por encima de todo. Ese que te recuerda día a día que sin dinero no eres nadie y por eso tienes que quemarte las pestañas o partirte el lomo para surgir.

Cuando terminé la universidad se me dio la oportunidad de trabajar en una empresa básica de la zona, después de un tiempo me involucré en el sindicato, allí conocí personas buenas y malas. Viniendo de un barrio, con drogas y delincuencia, te soy franco al decirte que realmente conocí el malandreo fue en el sindicato, ya que se perfilaba a otro nivel, el asesinato, extorsión y sicariato.

Por la situación económica del país dejé de trabajar y comencé a revolucionar por mi cuenta, por eso decidí irme con Joseito al Callo, allá era a donde se decía que se conseguiría fácilmente el dinero, prosperidad y aquí me tienen hoy en día echándole bola día a día para llevar dinero a mi hogar y poner buena comida en la mesa. Sé que evidentemente hay efectos colaterales y que mis acciones durante estos años han perjudicado a inocentes y no tan puros, además que ahora les he truncado la vida a mis sobrinos Luis y a Pedro.

¿Pero qué querían ustedes? ¿Qué dejará a mis dos carajitos favoritos pasando roncha y necesidad en San Félix? Vendiendo empanadas por tres monedas de oro, no para nada; por eso yo tomé la decisión de llevármelos. Con Luis fue sumamente fácil, ya que sus padres son unos tremendos panga panga (inútiles). Pero con Aminda fue un poco más complicada la situación, Pedro es su único hijo y ella es una mujer muy astuta, perspicaz y siempre se adelanta a las situaciones, creo que por haber crecido entre hombres desarrolló esa personalidad tan dura, tosca y fuerte.

Pero ella a la final aceptó, ya que necesitaba algo de dinero para hacerse unos exámenes médicos, así que con la aprobación de ellos emprendí el viaje con mis carajitos al Callao, un pueblo bastante concurrido, pero enfermo por la fiebre del oro, ese mineral que parece estar maldito y cuando llega a las manos de una persona común la cambia por completo, es decir puede ser este individuo muy honesto y con principios, pero la avaricia puede hacer que cometa un delito, con tal de obtener unas cuantas gramas de oro.

Por ello no puedes confiar en nadie, pues el corazón de muchos se corroe y corrompe solo por obtener ese brillante y amarillo mineral. Para mí el oro ha sido un vehículo para progresar o prosperar como decimos aquí. Un vehículo en el que me monte y el cual me ha permitido darle mejor calidad de vida a mis familiares, conocidos y amigos.

Sé que puedes pensar que también soy un avaricioso, pero no te dejes llevar por comentarios malintencionados sobre mi persona, yo sé quién soy y por eso sé que el dinero solo es dinero y este va y viene, ya que la vida te puede cambiar de la noche a la mañana. Un día puedes estar forrado en oro y dólares y al día siguiente por cosas del destino o mala cabeza podrás estar comiendo mierda y mendigando en las calles.

Como he pasado bastante hambre ya para mí tener o no dinero no significa mucho, caso contrario de esas personas que son ricos de cuna, quienes no han tenido que esforzarse por obtener lo que desean, ya que con solo emitir una palabra tienes todo a sus pies. Pues no, yo no soy ese tipo de gente, soy Juancito y esta es mi vida y la vivo a mi manera, disfrutando cada instante, pues uno nunca sabe cuándo se va a morir.

Cuando el Pedro y Luis llegaron al Callao eran unos niños asustados, con ganas de vivir y conocer, yo los guíe en cada paso, sé que ahora que ya son unos malandros, ustedes me echaran la culpa a mí, sobre todo eso, pero tarde o temprano esa situación tenía que pasar, ellos necesitaban eso para crecer como adultos y tener un poco de prosperidad, ya que yo no voy a estar para ellos toda la vida, dándoles las cosas en sus manos.

Ellos tienen que crear su propio destino y por ahora este es el mejor que se vislumbra, así que tanto yo como ustedes debemos dejar que esos carajitos creen y vivan sus propias historias. Ellos tendrán que lidiar con muchas vainas con las que yo me he enfrentado, por ahora doy gracias a Dios, porque soy bastante creyente y espero poder estar siempre para cuando ellos me necesiten y créanlo o no, si tengo que meter las manos en el fuego o dar mi vida por ellos lo haré y les repito nuevamente: me sabe a mierda lo que ustedes opinen de mí, ustedes a mí no me dan de comer y yo lo que soy es malandro.

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Pedro CalleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora