CAPÍTULO 27: San Félix.

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Ya en la ciudad se dirigieron al Cerro el Gallo, en el cual se celebró un 11 de abril del año 1817 la Batalla de San Félix, en la que el General Manuel Piar derrotó a Miguel de la Torre, para así tomar el control de la provincia de Guayana, marcando de esa manera un hecho histórico conmemorado hoy por hoy en la región. Los muchachos al acercarse al cerro avistaron una camioneta color negro con rines altos y con los vidrios completamente negros por el papel ahumado.

—¿Pedro serán ellos? —preguntó Pablo, algo intrigado, acomodando su arma, por si tenía que abrir fuego.

—Verga mi loco, ni idea, hazle cambio de luces Robert a ver que lo que. —indicó Pedro, también a la expectativa y con su arma en mano.

—Enseguida Pedro. —realizó el cambio de luces Robert, mientras se acercaron y estacionaron al lado de la camioneta, la cual también les realizó un cambio de luces.

—Si son mi hermano, vamos a ver qué es lo que. —añadió Luis, abriendo la puerta de la camioneta muy sigilosamente

De la camioneta negra se bajaron cuatro hombres, algo mal encarados, y se les notaba que tenían sus enormes armas en la cintura, las cuales casi no eran cubiertas por sus franelas.

—¿Qué más Pedro?, Juancito me dijo que venían en camino, teníamos rato esperándolos. —comentó el hombre acercándose a Pedro, quien enseguida lo reconoció, pues su tío ya le había dado una breve descripción de él.

—¿Cómo estás Manuel, qué más?, si vale veníamos en la vía. —chocando el puño y saludándolo.

—¿Todo bien en el trayecto? ¿No hubo complicaciones? —le preguntó el hombre de voz gruesa de unos 25 años aproximadamente.

—Verga todo bien, nos salieron unos cara e locos en el camino y tuvimos que entrompar (disparar). —argumentó Pedro, sin dar más detalles de lo sucedido. Entregando los bolsos que ya Luis había bajado del auto.

—Listo, déjalo así. Gracias por la merca, si quieres llaman a tu tío de una vez para que esté claro que ya recibí todo. —señaló el hombre sin darle nada de importancia al enfrentamiento que tuvieron los jóvenes hace unas cuantas horas.

Luis ya estaba hablando por teléfono con Juancito, él anteponiéndose siempre a las situaciones y su tío le pidió que le pasara a Manuel. Lo hizo y ambos hablaron alegremente, se notó que tenían mucha confianza, luego el hombre le entregó el teléfono a Pedro y Juancito lo felicito indicando que podían tomarse unos días libres antes de regresar al Callao.

—¡Les tengo un notición! —exclamó Pedro, ya todos alejándose del cerro el Gallo.

—Bueno, echa el cuento rápido. —pidió Robert mientras fumaba tranquilamente un cigarro, expulsando el humo por la ventana.

—Habla claro Pedro. ¿Qué pasó? —preguntó Luis, con ansiedad de saber de qué se trataba, mordiéndose un poco las uñas de los dedos.

—Mi tío Juancito dijo que nos podemos tomar unos días libres, antes de regresar pal monte. —afirmó Pedro con mucha alegría, ya que podría pasar unos días con su familia, amigos y Valentina.

—¡Verga mi hermano, qué buena noticia!. —exclamaron todos de alegría al conocer esa excelente noticia. A todos les hacía falta dormir en una buena cama y estar con sus seres queridos.

—Bueno, no sé ustedes, pero yo lo que tengo es pinga en hambre —habló Luis, a lo cual todos comenzaron a reír, pero le dieron la razón, pues también tenían mucha hambre.

—Tranquilo niño Luis, ya vamos a comer. —respondió Pedro con una sonrisa en el rostro.

—Vamos pa donde mi tía Aminda, ya por la hora debe de estar haciendo sus pingas de empanadas. —propuso Luis con mucha alegría, por saber que podría darle una enorme sorpresa a su tía con su visita.

—Coño, Luis, pinga de idea. —afirmó Pedro, con los ojos llenos de ilusión por ver a su mamá.

Pero al llegar al kiosco de Aminda, lo encontraron vacío, era raro, ya que ella era una mujer super puntual y era extraño que se tomará un día libre. Luis sacó la cabeza por la ventana y le pregunto a un anciano sentado en una banco, si la señora de las empanadas abriría ese día y este le indico que ella tenía meses, que ya no abría el kiosco. Ese fue un trago amargo para Luis y Pedro en ese instante.

—Pedro tranquilo, cuando lleguemos a la casa le preguntas a mi tía, pero antes vamos a pasar por el mercado y desayunamos rapidito por favor. —suplicó Luis, tratando de tranquilizar un poco al consternado Pedro.

Tomaron entonces la ruta al mercado de San Félix, el cual quedaba ubicado cerca del malecón a orillas del río Orinoco, para luego dirigirse a un puesto con empanadas y arepas recién hechas. Acompañadas con su respectivo jugo de parchita (maracuya).

Como siempre, Luis pidió muchas, de mechada, con queso amarillo, con pescado. Él era un amante de la comida y no podía evitar hacer ese tipo de acciones.

—¿Luis, de verdad te vas a comer todo lo que pediste? —comentó Pablo, con cara de asombro.

—¡Claro que me voy a comer todo!. Nojoda comimos anoche, vengo muriéndome del hambre, ¿qué coño quieres que haga?. —Recalcó haciendo mofas con la cara.

—Déjalo tranquilo, Pablo, que ese pajuo si se come eso y más. —apuntó Pedro sin mucho asombro por la controversia.

Pedro aún no se sacaba de la mente a su mamá, tenía intriga de saber por qué no había abierto el local en tanto tiempo. Pero pudo comprender entonces por qué ella le pedía que le enviara dinero constantemente.

—Deja la pensadora, quédate tranquilo, ahorita, nos llegamos a la casa, descansamos y hablas tranquilo con mi tía. —apuntó Luis, masticando en la boca el bocado que le había dado a una arepa.

—Si va mi hermano, no te preocupes. Pero es un beta, ¿estás claro?—recalcó Pedro con cara pensativa, dándole un sorbo al jugo de naranja que se estaba tomando.

—Si lo sé, pero debe de haber una buena razón, y tú estás hecho mente. Espera a llegar a la casa y listo. —enfatizó Luis, tragando otro bocado y limpiándose un poco la boca con una servilleta.

Después de terminar de desayunar, dieron una pequeña vuelta por el mercado hasta llegar al malecón. Él cuál se veía majestuoso por la grandeza que exponía el río Orinoco.

—Tan tranquilito que se ve el río y hasta el mejor nadador se puede ahogar rapidito!. —exclamó Robert, fumándose un cigarro y tomándose un café negro.

—Verga si, este río es peligrosísimo. Hay que tenerle mucho respeto. —comentó Pablo.

—Coño si, pero ya vámonos pa la casa. Que quiero ver a mi mamá. —propuso Pedro, casi suplicando.

—Listo mi hermano, no se diga más. —afirmó Robert, sacando de su bolsillo la llave y comenzando a caminar hacia el vehículo.

Ya en el vehículo emprendieron el viaje a la casa de Pedro a visitar a su mamá y familiares, después de varios meses sin verlos y compartir con ellos.

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Pedro CalleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora