Introducción

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— ¡Rápido! En la siguiente cuadra esta la embajada mexicana. — Escucho gritar a Mon e inmediatamente me jala, con mis pocas fuerzas intento seguirle el paso, mi aliento era bastante pesado.
— Basta. — pare al instante, Mon sintió el jalón, la mire en lo que calmaba mi respiración y sostenía mi mano. — Ya no puedo más. — Logre sacar entre mis jadeos. — No puedo, ya no puedo seguir, estoy exhausta. — Logre sacar más palabras de mí. "Aun no comprendo como nos pasó esto, ¡¿Como me paso ami?!".
— Vamos, solo falta unos pasos, no te rindas, llegamos hasta acá desde el castillo, solo esta a unos metros. — Me jala, pero no me muevo por el cansancio que domina mi cuerpo.
—¡Lady serena!. — Unos gritos nos sacaron de nuestro pequeño y forzoso descanso, mis energías volvieron en mí al instante.
— Ya vienen. — Mi preocupación se noto en mi voz, ahora fui yo quien sujeto la mano de Mon y la jale.
— Vaya, si que te entro la energía Serena. — Dijo ahora intentando seguir el paso, las personas se nos quedaban mirando mientras corríamos, llegamos por fin a la embajada, mire atrás y vi aquellos hombres de esmoquin corriendo hacia nosotras.
— ¡Abran! ¡Abran!. — Mon y yo gritábamos sin parar de golpear la puerta principal. — ¡POR FAVOR, NECESITAMOS ASILO DE EMERGENCIA, FUIMOS SECUESTRADAS!. — Insistimos en cada golpe y con un tono emergente, veía como los hombres se acercaba más, las lágrimas empezaron a brotar sobre mi, cuando no veía respuesta del otro lado. La puerta es abierta un hombre alto nos analizó y empezó a hablar en alemán.
— No hablamos Alemán, lo siento, pero necesitamos su ayuda, nos secuestraron y viene de nuevo por nosotras, nos escapamos y vinimos con todas nuestras fuerzas y energías hasta aquí, por favor se lo suplico. — Hable rápido, me deje caer de rodillas soltándome en lagrimas, el hombre hablo a dentro y otra persona salió.
— ¿Esta bien señorita?. — Mis ojos cristalinos se dirigieron al señor.
— ¿Habla español?. — Sacudí mi cabeza rápido. — No interesa, usted nos entiende. — El hombre dio un paso atrás limitando a solo asentir con la cabeza. — Necesitamos ayuda, fuimos secuestradas y esos hom... — No pude terminar la oración, el hombre inmediatamente nos dejó pasar, cerro la puerta y le dijo algo a los hombres que se encontraban en la puerta.
—Bien señoritas pasen a mi oficina por favor y me explican que paso.
—Si, muchas gracias, pero antes. — Lo jalo del brazo. — Nos venían siguiendo, quienes nos tenían.
— Comprendo, ordenare a los guardias estar atentos, tengan en cuenta que esta embajada es tierra mexicana y se rigen por las reglas de la Constitución, ustedes como ciudadanas de los Estados Unidos Mexicanos ¿Las dos son mexicanas?.
— Si señor.
— Si señor.
—Bien, las dos están protegidas aquí y veremos cómo regresar las a su país natal, tranquilas, están a salvo. — Mi cuerpo sintió un gran alivio al escuchar sus últimas palabras, pero mi calama no duró mucho, cuando uno de los hombres de la puerta se acercó a él.
— ¿Él rey? — Mi corazón latió fuerte con esa frase - Am, señoritas, una disculpa - Con su mano hace una señal - Lina, puedes ayudarles a las señoritas y examinar su condición y su hospedaje hasta su reingreso a México.
— Espere. — Lo jale de la chaqueta. — No lo deje pasar.
— ¿A quien?.
— Al rey.
— No puedo hacer eso señorita, ademas de ser tierra mexicana, es parte de su reino y es una zona política donde él tiene asuntos.
— Él fue él que nos secuestro, me secuestro, me tenía en el castillo contra mi voluntad.
— ¿Él rey?. — Asentí, su rostro se veía incrédulo, pero aun así no dudo en confiar en mí. — Bien, pasen con Lina mientras, volveré y me contarán que paso — Nosotras fuimos con la mujer de cabellera negra y pecas, nos adentramos al edificio pulcro.
— ¡No su majestad! ¡No debe pasar!.  — Mire al sonido preocupa, pero no alcanzaba a ver nada. — su majestad por favor. — Mi urgencia al ver que pasaba me domino, acercándome con cautela a observar que pasaba.
— Lo siento, pero es tierra mexicana y la constitución indica que no existe la corona, no le podemos dar privilegios aquí.
— ¡Eliminaré este edificio si no me dejan pasar!. — Aquella voz pesada inundó mis oídos, acelerando mi corazón.  — ¡Quiero a mi prometida!. — Me pegue a la pared ahogando mis llanto, aunque el miedo me invadía con mi mano sobre mi boca, me asome y lo puede ver, el chico no era alto, pero alado de él, parecía Napoleón, le sacaba varias cabezas, su mirada azul marino destellaba la ira.
— Señor, no es recomendable, romper lazos con México por su ira y menos, si su prometida es de ahí. — Él mayordomo, Anton, le sugirió, dio un resoplido moviendo la vista, sus ojos cayeron en mí, un sudor frío paso sobre mi cuerpo y di un grito ahogado.
— Ven acá. — Indicó en mi dirección molesto y en mí idioma. — ¡Ahora!. — Grito asustándome, haciéndome retroceder, mi miedo subió de nivel, intento ir hacia mí, pero lo detuvieron con dificultad.
— ¡Majestad! ¡No puede entrar! Por favor, respete los lineamientos y las leyes de este sitio.
— Señor, haga lo que se le indica por favor, luego volverá con más tranquilidad y tal vez la señorita Serena lo vea. — Mi rostro mostraba terror, su semblante duro, cambio a uno relajado.
— Bien. — Sus ojos azules volvieron aclararse — Cuidarán de mi prometida, todo lo que necesite y un medico con ella todo el día, es propensa a los accidentes, no quiero que le pase nada a ella y a mi hija o hijo no nato. — Dejo dicho en tono de orden saliendo del salón.
— ¿Hija o hijo?. — Todos plasmaron una cara con lo dicho, voltearon a verme, sin evitarlo mis lágrimas brotaron más rápido y yo me deslizaba a suelo. Siempre tengan presente, hagan caso a lo que digan sus padres, aunque parezca ridículo, aveces sus palabras tienen verdad. Mi nombre es Serena Salazar y esta es mi historia.

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