— Ascendere — Lena susurró — Altius et altius.
Un hermoso jarrón púrpura cayó a sus pies, rompiéndose en muchos pedazos. Lena dejó escapar un gemido de irritación. Aquel era el tercero de la semana.
Había tenido unos días largos y por eso solo podía culpar a una persona, Kara Danvers. Sí, la mujer era un enorme y peligroso problema, mucho peor de lo que ella o su familia, su gente, hubiese esperado.
A pesar de que después de su encuentro con aquellas horripilantes criaturas, las del bosque y la reina misma, sus días habían sido tranquilos, mucho más de lo que esperaba. Había dejado en una ocasión su habitación, un par de soldados se hirieron no muy gravemente mientras entrenaban. Un trabajo sencillo, pues la guerra aún no empezaba.
A causa de sus heridas, físicas y mentales, ocasionadas por una sola persona, tomó la decisión de entrenar sus habilidades, algo que su madre aplaudiría sin lugar a dudas. Con una levedad de resentimiento recordaba las arduas horas de trabajo impuestas por aquella mujer. Lillian era fría, dura y nada paciente. Había dejado muy en claro aquello en muchas ocasiones que ella era una máquina poderosa, que poseía algo que nadie jamás. Lena manejaba los delgados hilos de la vida y la muerte. Un ente poderoso quitaba la vida con facilidad, por supuesto muchos; sanar heridas mortales, volver las almas del infierno y engañar al destino, muy pocos. Ahora, poseer ambas habilidades como si de respirar se tratase, era extraño, especial y muy, muy peligroso. Lena había sido sentenciada desde su nacimiento, nació maldita, lo que era de temer, incluso para su gente. Sus poderes no eran más que un trágico acontecimiento, que traía dolor y angustia, pero su madre, hermano, su pueblo... Todos creían que era la maldición que le esperaba a Camelot, la que caería sobre Jeremiah Danvers, el monstruo de la comunidad mágica.
Lena encontraba cómico el que se le temiera a un hombre tan ambiguo y cobarde como lo era Jeremiah. Aquel hombre que comenzó con la cacería de brujas que azotaría décadas de historia, que acabaría con cientos de vidas humanas, pero inclusive para los horrores se necesitaba algo de gracia. El hombre solo gritaba órdenes desde su trono, masacraba desde la lejanía, huía del peligro. Aquello era a lo que su gente temía con creces.
Y entonces Lena nació. Lillian preparó y dibujó su vida, la criaron para ser quien terminara con el mal que esparcía Jeremiah. Sin embargo, muchas cosas no salen como se planean.
— ¿Cómo diablos se supone que haga esto? — susurró la pelinegra al borde de una crisis.
Sus ojos se cerraron y se dejó llevar a un estado de calma, que era lo que necesitaba. Pensó en todo, en su vida y en sus pérdidas. Separó el dolor que se esparcía sobre ella, su familia, las responsabilidades que no le correspondían, el odio y el dolor. ¿Qué tenía aparte de eso? Su pecho se apretó al reconocer que nada le esperaba en un mejor comienzo.
Lena saltó en su lugar al escuchar que alguien llamaba a su puerta. Sus sentidos se pusieron alerta al temer lo peor, la reina. Muy rápidamente se tranquilizó, esa mujer no se molestaría en tocar.
— Adelante —
Una cabellera rubia atravesó el umbral de la puerta y enseguida Lena supo de quién se trataba. Malyra, quien al parecer era su jefa, ya que era ella quien estaba a cargo de cada una de las sanadoras. También era su guardia frente a la reina, Lena sabía que la alta mujer llevaba información sobre su estado a la monarca. Por lo tanto no era de confianza, aunque fuese amable con ella.
— Señorita Luthor, es bueno ver que está despierta — saludó la mujer — Me ahorra la molestia de tener que despertarla.
— También estoy muy bien — respondió la menor.
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BLACK MAGIC [SUPERCORP]
Hayran KurguKara Danvers era una reina cruel y despiadada, que odiaba la magia y estaba dispuesta a aniquilarla sin importar las consecuencias. Aquello era algo que Lena Luthor debió recordar antes de adentrarse por los espesos bosques de Camelot. [EN PAUSA]