BLACK MAGIC [SUPERCORP]

HAUNTED MEMORIES

Kara retuvo un gemido que quería escapar de sus labios. Se palpó con suavidad un costado de su torso, que estaba caliente y palpitaba. Kara se sintió extraña, sintió intrusivo el malestar en su cuerpo. El dolor. Las ataduras de su montura estaban más apretadas de lo normal, todo a causa de J'ohn, quien estaba preocupado de que cayera del caballo. Kara quiso reír, ella nunca se había caído de ningún caballo, cabalgaba antes que caminar. Sin embargo, le dio crédito al hombre, ella no se sentía como sí misma.

La marcha era rápida, lo que suponía un leve alivio para la rubia, pronto acabaría esa tortura. Sus manos se apretaron en la silla. Había escuchado a uno de sus hombres decir que estaban a un par de kilómetros de las Tierras de Lord. Bien.

Su viaje no había terminado en nada como pensó. Samantha Arias no solo había tomado su prisión más grande, también había reclutado a los más peligrosos criminales en Camelot y asesinado a unos cuantos de sus hombres, los otros se unieron a la mujer voluntariamente. Toda una red corrupta que la reina desconocía y que no podía controlar.

— Aquí —de los labios de la rubia escapó un jadeo de dolor al esforzarse para observar a J'ohn. El moreno le ofrecía una cantimplora llena de agua. Kara la tomó con una mano temblorosa.

— ¿Qué tan alejados estamos del grupo? — preguntó cuando su garganta dejó de picar por la sequedad.

— Unos metros... Los suficientes para tener algo de privacidad — Kara no separó la vista del camino. Sabría lo que vendría a continuación.

— ¿Necesitas detalles? ¿En serio?.

— Te he visto levantar barcos enteros con un meñique, Kara — J'ohn era de los pocos que rara vez, casi nunca, utilizaba los nombres reales con ella — Te vi estrellarte directamente en el suelo. Eso fue... —

— Sí, sí — sacó la ojiazul visiblemente irritada — Si tú estás sorprendido, imagina cómo estoy yo, la que sufrió la paliza.

— Mi preocupación es más grande. Creí-creí, recuerdo a Samantha, no era más que una chiquilla celosa y problemática — Kara calló por unos segundos.

— No al principio... — susurró. Cerró brevemente sus ojos, intentando enfocar sus sentidos. Sacó un gruñido frustrado al no sentir nada. Sus poderes, simplemente se habían ido — Era una sabelotodo, estúpida y arrogante, no tenía clase, pero era más interesante e inteligente que la mayor parte del Gremio Científico. Siempre tuvimos una mala relación, ella era insufrible y yo también, nuestras peleas eran épicas — una pizca de melancolía se apoderó de su pecho, por lo que la disipó rápidamente — Pero algunas veces podíamos soportarnos. Cambió cuando... cuando mamá sentenció a su familia.

— Pero siempre fue más débil, más sensible, ¿qué... qué cambió?

— Ahora es alguien, tiene un nombre, un futuro, alguien por quien luchar.

— Su hija, supongo — Kara asintió. Dirigió la mirada al cielo que empezaba a pintarse de un naranja brillante. Unas pocas nubes se movían en el norte, casi traslúcidas por la fuerza del color cítrico. Esa viveza le recordaron unos ojos verdes. Profundos. Intensos. Kara suspiró.

Cuando la noche anterior había caído y la reina se preparaba para ir a la cama. Había pasado unos días difíciles y delante de ella una guerra se armaba, amenazadoramente. Su muy inestable paz, se vio destruida por un singular sonido que conocía muy bien. Los efectos que provocaba atravesar los vientos en lo alto del cielo. Observó el techo, no realmente la fortificación, más allá. Sus ojos captaron la figura enmascarada que la miraba a más de cien metros sobre ella.

— Ven por mí — la figura susurró en voz fría, cortante y peligrosa. En menos de nada, Kara estuvo junto a la encapuchada, levitando, esperando. La mujer, cuyo sexo fue fácil de reconocer debido a su contextura, retiró la máscara negra que cubría parte de su cara. La rubia detalló un rostro maduro y con rasgos marcados. Unos pocos mechones castaños cayeron en su mejilla, siendo retirados suavemente.