CAPÍTULO 19

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¡No olvidéis comentar, citar y compartir para ayudar a crecer a Nathan y Zoe!

Zoe Davis

Después de navidad, celebramos fin de año en nuestra casa. Vinieron todos, aunque Ash, Grace y el pequeño Liam se fueron a casa muy pronto porque el pobre estaba muy cansado. Pero nos hizo ilusión pasar el primer fin de año con él.

Fue especial porque era el segundo fin de año que celebraba con Nathan. Aun recuerdo el primero, cuando esa misma noche me dijo todas esas cosas que esperaba escuchar de su boca y que no me di cuenta cuanto necesitaba escucharlas hasta ese momento. Ese día me pidió ser su novia y desde entonces, no dejé de sentirme suya. Por muchos años que pasaran, seguía pensando en él.

Nathan también parecía melancólico y por eso esa misma noche, al despedirnos de todos, nos metimos en las sabanas, nos besamos, acariciamos y desnudamos. Con la barriga de por medio fue un poco complicado y extraño, pero fue tan diferente y parecido a aquella primera vez que no pude parar de sonreír mientras lo hacíamos. Aquella primera vez fue especial porque me abrí por primera vez a Nathan. Y ahora, cuatro años más tarde, estábamos con una barriga donde estaba nuestro hijo separándonos.

Creo que ninguno de los dos páramos de sonreír mientras Nathan se hundía una y otra vez dentro de mí. Me susurró millones de cosas en la oreja que me hicieron erizar. Yo le acaricié y creo que incluso arañé. Disfruté de él, de nosotros. Sus labios en mi piel, en los míos. Sus manos en mi cuerpo y las mías en el suyo. Fue especial y cuando llegamos, sentí que explotan fuegos artificiales dentro de mí.

Después de eso, los días fueron pasando. Y no fueron muy buenos, la verdad. Nathan y yo estábamos mucho más unidos, pero todo parecía ir en nuestra contra. No teníamos mucho tiempo para estar juntos. Nathan empezaba con partidos, muchos entrenos que ocupaban el mayor tiempo de su día. Un día vino muy agobiado y me dijo que iba a dejarlo.

—Zoe, no puedo más —se tumbó en la cama, abrazando la barriga.

No me había ni saludado cuando tiró la bolsa de deporte en la puerta de la habitación y se tumbó conmigo en la cama. Era tarde y yo ya estaba preparada para irme a dormir. Con el bebe, últimamente estaba mucho más cansada de lo normal.

—¿Qué pasa? —le acaricié el pelo.

—No te veo casi.

—No pasa nada —sonreí—. Tienes muchos entrenos y es normal, amor.

—Es que creo que lo voy a dejar —levantó la cabeza.

—¿El que? —lo miré confundida.

—El fútbol.

—¿Estás tonto?

—Eh —se sentó y me miró ofendido—. No me insultes.

—Es que creo que es lo más estúpido que has dicho en mucho tiempo.

—No, tengo razón. El fútbol me está quitando tiempo con vosotros. Y, ¿para qué?

—Porque te gusta, Nathan. Y no te está quitando tiempo. Lo haces porque te gusta y a mí me pone feliz que tú lo estés.

—Ya, pero...

—Ni lo pienses.

Y allí se acabó la conversación.

Sabía que Nathan estaba muy agobiado con todo, pero dejar el fútbol americano era la peor decisión que tomara y se arrepentiría a la larga. Con suerte, no volvió a pensarlo. Pero eso no ayudó a que se relajara. Quería que disfrutara conmigo el último trimestre de embarazo, pero parece que eso no estaba dentro de sus planes. No porque no quisiera, sino porque había cosas que solucionar, como por ejemplo su padre.

REDAMANCYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora