Capítulo XVI

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Yo nací siendo feliz, lo fui algún día, hasta que la felicidad de mi infancia terminó, y la vida comenzó a cobrarme haber tenido ese decoroso privilegio.

Me gustaría desahogarme en estas páginas como una especie de grito de auxilio para mí mismo. Quiero saber si yo mismo puedo rescatarme a mí mismo del océano de culpas internas que me ahogan constantemente, y por eso escribo aquí aquello que nunca que atrevería a platicar de forma oral con alguien más.

Alguna vez pretendía quitarme la soga del cuello, metafóricamente hablando, pero nunca logré redimirme de todo aquello que guardaba en el menda interno; ese que tenemos todos, el que almacena todos nuestros secretos y las más profundas acepciones que uno atesora sobre uno mismo en la mente propia; que a pesar de llamarse propia, nunca llega a pertenecernos por completo, pues algo propio es aquello de lo que ejercemos absoluto control; no sólo el hecho de que nos pertenezca hace que aquello sea "propio"; también necesitamos hacerle obedecer nuestras órdenes, cuando menos, y en un sentido aún más insondable de pertenencia y control, incluso nuestros más pavorosos caprichos. La mente no es cumplidamente "propia". Somos nosotros quienes le pertenecemos. ¿Cuántas veces hemos querido eliminar algo tan simple como un ataque de hipo de nuestra vida? Y no podemos. La mente lo envía, como reacción física involuntaria en nuestro cuerpo. Entonces, ¿Cómo culpar por completo a un ser humano de sus acciones, si no domina colmadamente las mismas? Somos seres hueros en la existencia, y nuestro trivial existir es lo que nos hace ser también gente sumamente frívola, vana, sin ninguna especie de importancia, relevancia o significado para el resto del mundo, y aún más, del universo.

La mente, la existencia, e inclusive nuestras acciones, son infinitamente exiguas.

Por eso no quisiera tomar estos escritos sino como una forma de confesión y liberación, que necesito yo, de forma muy egoísta y específicamente personal; sin embargo, siempre es mejor conversar en soledad. Las conversaciones en solitario nos hacen pensar mejor, y si acaso nos equivocamos, o no queremos contar lo que sucedió de forma devotamente fidedigna, ese conversador imaginario nunca llega a juzgar nada de lo que digamos o pensemos decir, y esa es una de las cualidades que lo hacen el más sosegado de los oyentes para nuestra conversación; sólo opina cuando uno mismo, en la mente, quiere que opine.

Así es como yo quiero tomar esto que escribo. Como un coloquio de innumerables yo, que se reúnen a escuchar a innumerables yo, donde todos nosotros podemos dirigirnos a los demás en primera persona, sin que nunca ninguno de nosotros tenga que exhibirse por completo. Y el hecho de escribirlo, tiene el excepcional fin de que la única persona capaz de entendernos pueda tener una relatoría de aquello que mis yo internos y yo discutimos dentro de nuestra mente; dígase nuestra porque aquí vivimos y convivimos todos nosotros, y no necesariamente porque ejerzamos propiedad sobre ella más allá de la que ella ejerce sobre nosotros. La mente, la mente no nuestra, es el lugar donde coexistimos tanto yo como mi infancia, mi adolescencia, mi adultez, mis errores, mis aciertos, mis virtudes, mis defectos, mis fortalezas, mis debilidades, mis acciones, y mis pensamientos (aquellos que son como los fetos de las acciones, que nunca lograron ejercerse y no trascendieron del lugar que les corresponde en mi lóbulo frontal), y todos nosotros buscamos dar testimonio de primera mano, para lograr libertarnos de las penas, sufrimientos y demás dificultades por las que hemos tenido que pasar.

Así, inicio formalmente a mis confesiones, a mis suplicantes redenciones de perdón con mi conciencia, que de tantos secretos que acumula, ya me tiene atormentado lo suficientemente para volverme poco a poco más y más hostil e inestable.

Quisiera iniciar desde el principio, pero es mi memoria la que me impide ejercer dicho deseo (pues la memoria, que está en mi mente no me deja ahondar más en ella misma; no hay que olvidar que es la mente quien nos controla, y no al revés); así que empezaré por aquello de lo que mi mente y mi memoria me permiten tener recuerdo.

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