Capítulo XIV

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Al terminar de leer aquellas primeras líneas, Vanessa comprendió que no tenía nada de qué preocuparse. Brott nunca había sido un hombre cruel; solamente se encontraba cegado por el dinero. Desde que se casó con Conny, su fortuna crecía y con ella, su avaricia y egoísmo. Era, sin embargo, un hombre bueno en el fondo.

Cerró el libro un momento, y recordó todo lo que le había pasado los últimos días.

Brott había muerto, y un capitán de la policía le llamó para decirle que él le dejo una cuantiosa herencia: Un departamento, dinero, y también una mansión en París. Y luego estaba este encuadernado, de las confesiones de Brott, cualesquiera que estas fueran, ya que aún no había sino empezado a leer las primeras letras de aquel texto.

El libro no fue precisamente sencillo de encontrar.

Para poder tenerlo entre sus manos, Brott había dejado sólo la llave de la cerradura que abría el cofre donde el libro se guardaba, y una carta con la posición del libro oculta en acertijos que sólo Vanessa entendía. Una forma de asegurarse, quizás, que sólo ella lo leería.

Vanessa aún guardaba la carta que revelaba el escondite de dicho encuadernado. Estaba escrito con puño y letra de Anthony; eso era seguro. Vanessa reconocía sin duda esas magníficas letras cursivas, puntiagudas y suaves, negras y firmes, que Brott solía plasmar hacía muchos años en los cuadernos de Vanessa, cuando le dejaba notas escondidas entre sus apuntes.

Era un Anthony diferente en aquel entonces; jovial, y lleno de vida. Solía sonreír con una gracia sin par, y bailar rock and roll como ninguno en aquellos bailes de fin de año de la escuela. Ella se complacía de recordarlo así, y por eso ya no solía visitarlo demasiado; le era deprimente ver el frío empresario en que Anthony se había convertido. Ya no era el "Anty" que conoció años atrás. Ahora era el Dr. Brott; el insensato Dr. Brott.

Muchas veces creyó que podía haber algo mal en ella en el momento en que se distanciaron tanto el uno del otro; pero al final se dio cuenta de que no era ella la que había cometido los errores, sino él; y aunque le dolía aceptar que fue un dolor de cabeza durante mucho tiempo, también había sido un ser importante para ella, de una u otra forma.

Cometieron muchos errores juntos, tal vez. Ella se había propuesto durante mucho tiempo olvidarse de él y hacer como si nunca lo hubiera conocido, pero no podía. Nadie lo hace, en realidad. Porque no olvidamos nunca a alguien, y siempre nos queda la duda de saber de quién fue la culpa. Las personas no se olvidan, los recuerdos con ellas, sí; tal vez; pero nunca podrás arrancar por completo a alguien de tu corazón, pues una vez que entra, ya nunca sale. Se queda ahí un recuerdo de esa persona, que por muy minúsculo e insignificante que sea, siempre va a estar ahí, tatuado en ti, como un lunar que guardas para siempre, aún sin que tenga algún sentido tenerlo.

Vanessa leyó la carta una vez más. No dejaba de evocar recuerdos a su mente mientras lo hacía, porque los enigmas que dicho escrito contenía eran precisamente eso: Recuerdos.

Se leía en la carta:

"Nunca fui lo suficientemente claro contigo. Jamás te dije todo lo que representabas en mi vida, pero ahora, ha llegado el momento de liberarme de todo, y quiero que tú seas quien rompa mis cadenas de culpa. Es por eso que necesito que vayas a buscar de forma muy especial aquello que he dejado sólo para ti.

En aquel lugar donde alguna vez te encontré leyendo aquel libro de amor, te pedí la hora, como un simple pretexto para entablar una conversación contigo, porque nunca fui demasiado fluido en las palabras mientras te tenía frente mío. Dejé en ese lugar algo enterrado bajo el árbol. Sabes lo que significa, y el lugar al que debes dirigirte es el sitio donde te di lo que encontraste enterrado. En ese lugar debes decir aquello que te dije cuando me besaste por primera vez. No te responderán, y a cambio te darán algo que sabrás de dónde salió. Es ese lugar donde encontrarás la cerradura que se abre con la llave que te dejo. Sólo tu sabrás a dónde ir, y dónde encontrar el último de mis obsequios para ti"

Luego, Vanessa lloró. Se acordó de todo lo que permanecía en su mente, supuestamente encerrado, para nunca volver a recordarlo.

Debajo del árbol indicado encontró una rosa. Esa rosa era igual a la que Brott le dio en un café barato donde a diario solían acudir a beber una malteada de chocolate entre los dos. Tras encontrar la rosa, se dirigió al café. Una vez en el café le dijo al encargado lo que Anthony dijo cuando lo besó por primera vez: "Hay cosas que no se pueden controlar; es estúpido complicarse la vida con demasiadas cosas que odiar y amar... Pero odio amarte, y amo odiarte, y es una de las cosas que no puedo controlar". El hombre que atendía, al escuchar la frase clave, le entregó una fotografía de Vanessa y Anthony cuando eran jóvenes. Se la habían tomado en la casa de la abuela de Anthony; una lujosa mansión a las afueras de París, la misma mansión que Anthony compró como un recuerdo de su amada abuela, y ahora le pertenecía a Vanessa. Entonces, Vanessa viajó hasta París, y buscó dentro de la mansión la cerradura que pudiera abrir la llave que portaba. Al final, la encontró. Era la llave de un enorme armario de madera, donde dentro yacía el paquete con el libro.

Al principio le pareció romántico que Anthony planeara todo de esa forma, pero luego pensó que era innecesario aquel ajetreo para darle a Vanessa ese libro.

De cualquier forma, ya lo había traído a su casa, lo había abierto, y había empezado a leerlo. Ahora sólo quedaba saber qué guardaban sus páginas. 

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