Capítulo 1

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Mᴀᴅʀɪᴅ, Sᴀʟᴀᴍᴀɴᴄᴀ

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Mᴀᴅʀɪᴅ, Sᴀʟᴀᴍᴀɴᴄᴀ.


𝚃𝚘𝚗𝚢𝚊

Después de un tiempo me di cuenta de que mi musa era estar enojada, o al menos eso pensaba.

Al principio creía que solo era con mi pareja, pero después descubrí que con cualquiera que me hiciera sentir enojada; después del hecho podía escribir un libro medianamente bueno, casi de un tirón, y había que aprovechar los momentos de iluminación e inspiración.

Mi primer libro lo terminé de escribir hace unos días, inmediatamente lo envié a la editorial sin siquiera darle una ojeada antes; no tenía ilusiones, había cierta probabilidad que se pierda con el resto de los rechazados.

El libro en cuestión lo había escrito en el tiempo libre que me quedaba, entre los dos trabajos que tenía; el primero por la mañana, en una casa de familia, como algo así de auxiliar de cocina y el segundo por las noches en un restaurante de Madrid, España, puntualmente en Salamanca.

"El Amparo" era un restaurante muy reconocido entre los habitantes de este lugar, ubicado en el callejón Puigcerd. Su techo abuhardillado con tragaluces y su servicio que a mi gusto lo hacían un sitio perfecto para compartir con amigos o familias, gracias a su ambiente agradable. La cocina, donde yo trabajaba, era la mejor parte y donde compartía con el chef ejecutivo Marcos Preston; mi mentor y amigo.

Hasta hace unos días por las tardes me dedicaba a intentar darle un final a "Mi eterna venganza" que fue mi intento de primer escrito; y ahora que ya lo había terminado, me sentía con mucho tiempo libre, demasiado para mi gusto.

Estaba en pareja desde hace cinco años, desde mis diecinueve. A Sergio lo conocí cuando cumplí los dieciocho, un año después estábamos viajando a España desde Argentina rumbo a lo que esperábamos que sea un sitio mejor donde poder vivir. A mis padres no les gustó la idea de que me apresure a venir con él, su idea era que viniese sola a buscar mis sueños.

El romance con Sergio había echado raíces y me había parecido buena idea este comienzo para ambos, pero lo que no había planeado era que después de estos años viviendo acá, él siguiese desempleado aplastando el culo en el sofá sin hacer absolutamente nada. Yo llegaba de trabajar y ahí estaba, si no era acostado con la laptop, era sentado en la mini-terraza con un cigarro o una cerveza que ciertamente compraba con el dinero que yo ganaba rompiéndome el culo, pero debía ser sincera y agradecida porque gracias a ello, se encendía mi "instinto escritor".

Jamás fue mi idea dedicarme a esto, nunca pensaría en dejar mis dos trabajos para trabajar o vivir de esto, pero era muy buena forma de descargar mis frustraciones personales, sentimentales y físicas. Escribiendo me olvidaba de todos los dolores de cabeza, enojo o cualquier otro sentimiento y eso me ponía de buen humor, me hacía sentir más liviana, más ligera.

Recuérdame, Antonia [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora